El 29 de agosto del 2009, publicamos una reflexiones que hoy vuelven a estar vigentes. Vamos a recordarlas.
Siempre leemos a Collete Capriles, columnista de El Nacional de Caracas. Sus artículos están muy bien escritos –mucho mejor que los de algunos opinantes de oficio-, denotan la posesión de un vasto acervo cultural, y confirman ulo que una vez nos dijo Rafael Poleo: No hay Capriles brutos, ¡todos son brillantes!
El problema de Colette es que compró la hipótesis de que no hay sino un camino para resolver la tragedia que hoy vive Venezuela, y éste pasa por la derrota electoral del Guasón.
Confunde Collette nociones bien distintas: estrategia y táctica. Para entendernos todos, pongamos un ejemplo:
Si el objetivo estratégico fuera, en algún caso, tomar la Avenida Cota Mil, la táctica nos diría cómo emplear los recursos en el teatro operativo: cuánta infantería, logística, transporte y apoyo de artillería requerimos para lograrlo, y de qué tiempo disponemos para coronar la misión.
El buen salvaje
En el 2006 se reeditó Del buen salvaje al buen revolucionario, ensayo de Carlos Rangel, ex director de la Revista Momento y conductor –junto a su cónyuge Sofía Imber- del programa Buenos Días, que convirtió Venevisión en su referencia opinática pr más de dos décadas.
La importancia del relanzamiento esta obra, publicada originalmente en 1976, se vio opacada por un alud apologético a la Revolución Bolivariana y a su caudillo máximo, así como libros de algunos opositores tolerados, de los cuales el Guasón resultó el mayor beneficiario, pues sus adversarios volvieron a caer en el juego diabólico y dialéctico donde las reglas las impone el más exitoso provocador de la política venezolana, cuyos resultados le permiten extender indefinidamente su mandato.
Amigos que no leyeron o no habían nacido cuando apareció el libro de Rangel, y que lo examinaron recientemente, concuerdan en calificar sus comentarios como anticipatorios, filosóficos y profundos. Nosotros los definimos como agudos, esclarecedores y muy actualizados. Al describir el proceso que acabó con el experimento revolucionario de Chile en 1973,y nadando contra la corriente, Rangel afirmaba:
Los sucesos que culminaron con el derrocamiento y muerte de Salvador Allende tuvieron una resonancia mundial porque se ha querido ver en ellos la prueba de que la libertad es un obstáculo para la reforma de las estructuras económicas y sociales en favor de la mayoría, y una demostración de que el sistema democrático es insincero, porque admitiría la participación de la opinión marxista en el debate político democrático, pero negaría la posibilidad del ejercicio de un poder marxista ganado por los votos, dentro de los mecanismos de la democracia. Pero tal interpretación es falsa, y logra su efecto por un audaz cambio de papeles entre el culpable y la víctima. Lo que quedó probado una vez más en Chile es algo por demás sabido: la incompatibilidad del marxismo-leninismo con la democracia.
En favor de este planteamiento, yendo mucho más atrás, a 1935, época en la cual el bacilo marxista-leninismo comenzaba a convertirse en pandemia iberoamericana, José Rafael Mendoza, profesor de Sociología en la UCV –de la cual sería su Rector más tarde-, comentaba:
En el sistema socialista el derecho de propiedad se fundamenta sobre el trabajo; luego la tierra, que no es obra humana, no puede ser de una persona, sino colectiva. El producto del trabajo puede pertenecer a un individuo o a un grupo de individuos, pero sólo en función de sus esfuerzos; el resto es de la colectividad. La propiedad se divide en propiedad de uso, que es la individual, y propiedad de explotación, que es la colectiva… La consecuencia inmediata del proceso es esterilizar la tierra, paralizar la industria, trastornar el comercio, desmoralizar la vida, ahogar la cultura, suspender la legislación y encerrar a la sociedad en una camisa de fuerza.
Es la clave para comprender las diferencias entre la propiedad privada -inserta en la Constitución vigente- y la propiedad de uso -o caramelo de cianuro que promovía la derrotada reforma del 2007, pero prevén las habilitadas Ley de Propiedad Social y sus congéneres-.
Pero hay otra pista que nos da Rangel para desechar la posibilidad de cualquier reconciliación nacional –como que vienen proponiendo tenazmente los medios independientes, los políticos opositores y los líderes estudiantiles- en el entorno actual:
Los demócratas sinceros se esfuerzan por conciliar los conflictos sociales, arbitrar transacciones que, sin ser perfectas o satisfacer por completo a las partes antagónicas, excluyan el odio y la intolerancia como motores de los actos de los individuos y los grupos, preserven la sociedad de ese juicio de Dios que es la violencia, con su consecuencia de segura victoria para el más fuerte, y opresión y exterminio igualmente seguros para el más débil.
El marxismo-leninismo exacerba la confrontación, la lucha de clases por todos los medios posibles -que fue lo que se hizo en Chile entre 1970 y 1973- hasta el día en el cual sea abolida la propiedad privada, fuente supuestamente exclusiva de todos los conflictos, desaparezcan las clases sociales, y con ellas la necesidad de toda coacción, puesto que teóricamente ya no habrá antagonismos de ningún género.
Hasta ese día mítico, cuando las fieras y los corderos anden juntos, como en el Paraíso antes de la Caída, toda conciliación será una traición, todo arreglo pacífico que no sea una astucia táctica, una demora en la marcha majestuosa e inexorable de la historia hacia su revolución.
Rangel da la estocada final a cualquier entendimiento en el último párrafo de su texto:
En seguida vendrán las quejas amargas y las protestas de fe democrática, pero estas últimas son insinceras, y la amargura es la de quienes han perdido una guerra, no la de quienes buscaron la paz. Porque la visión marxista-leninista la dio, de una vez por todas Lenin, cuando en su ejemplar de Clausewitz, el lado de la frase famosa según la cual la guerra no es sino la continuación de la política por otros medios, escribió de su puño y letra que la política es la continuación, por otros medios, de la guerra, único estado que, según él, conocerá la sociedad hasta el advenimiento del milenio marxista.
En definitiva, no hay inclusión para el buen revolucionario, pues su visión es convertirse en un hombre nuevo, en un completo salvaje.
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