Hay un bolero muy conocido, una de cuyas estrofas asegura: Miénteme una eternidad, que me hace tu maldad feliz.
He aquí que la afición y adicción sadomasoquista de la gente por la mentira, se ha convertido en una constante de las primeras décadas del siglo XXI, transformándose en un nuevo y fabuloso sicotrópico de venta sin prescripción.
Comencemos con la mayor de todas, la que consume toneladas de impresos, se difunde impunemente en los medios pasivos e interactivos y multiplica asambleas, conciertos, protestas y habladurías de paja a granel: La mentira verde, falacia que atribuye al hombre el cambio climático, y le concede el poder de detenerlo si cambia sus hábitos consumistas.
¿Cómo pueden afirmar y sostiener los científicos y tecnólogos tamaño sofisma?
Si nos tuviéramos que decir algo a favor de esa pirámide de embustes, nuestra nariz crecería, como la de Pinocho, con ramas y hojas; una de las peores pesadillas que Disney nos deparó en las oscuras noches de nuestra infancia.
La Nasa sabe que se trata de una falsedad. Pero se guarda muy bien de contrariar al tema de moda, aunque sus datos revelen lo contrario, y estén a la disposición de quienes quieran bajarlos, analizarlos e interpretarlos.
Los políticos más preparados también conocen la verdad, pero se abstienen de contradecir lo que está en boga, pues les permite controlar las masas mediante el terror, y les brinda pasajes de primera clase, hoteles de cinco estrellas y convenciones donde el pajinómetro rompe récordes mundiales, pero nunca llegan a acuerdo alguno o conclusiones importante, sino a denuncias, reclamos y declaraciones habituales.
¿Cuál es la verdad verdadera? Permítannos un ejemplo.
Los seres humanos somos al globo terráqueo lo que los piojos a nuestros cueros cabelludos. Cuando la picazón resulta insoportable, nos rapamos al ras o nos lavamos con champú Avispa.
Igual hace la Tierra, con sus sequías, tormentas y otras catástrofes mayores. Además, si nos pasamos de maraca –como lo intentaron los lagartos en el Jurásico-, prescinde de la plaga expeditamente, pues Natura nada tiene de inocente, impotente o indefensa.
El efecto invernadero no lo causan los combustibles fósiles ni las vacas pedorras, sino el aplanamiento de los polos, la inclinación del eje –estimada en varios grados-, fenómenos acentuados tras del tsunami del 2009, qgenerador los inviernos más fríos y veranos más calientes, en ambos hemisferios, a partir de entonces.
Es de un ciclo que dura unos mil o mil quinientos millones de años, cuyos resultados devastadores atestiguan la Biblia y la memoria ancestral de las civilizaciones antiguas: El diluvio universal.
La Tierra es como un trompo: Gira inclinándose sobre su eje vertical. Llegado su momento se cae, y sigue rotando sobre su diámetro más voluminoso. Es lo que ocurre aquí y ahora. ¿Cuánto tardará? Sólo Dios lo sabe.
Hay otras mentiras mediáticas sobre el tapete: la del sida como epidemia del Siglo –cuando el cáncer mató a 300 millones de personas en dos décadas- y la de los hackers y Wilkileaks –dónde nadie dice quién o quienes se benefician con los virus y las informaciones diseminados-.
Pero quedémonos, por ahora,con La mentira verde.
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