En 1933, la vizcondesa Nancy Witcher Astor, con la impertinencia y prepotencia propias de alguien con todo el dinero y poder del mundo,nacida de familia rica en EEUU y electa primera mujer al Parlamento Británico, le preguntó al hijo del zapatero remendón de Georgia, Yosif Stalin: ¿Hasta cuándo va a seguir matando gente? Y el sicópata, amo de Rusia, sin alterarse ni enojarse, le respondió: Hasta que sea necesario.
No se refería Lady Astor a la Revolución Bolchevique, ganada mucho antes de 1918, cuando el zarismo dejó de ser un proyecto político y las locuras cortesanas de Rasputín se convirtieron en comidilla y hazmerreír de la plebe, sino a los productores agropecuarios, especialmente los kulaks, término peyorativo usado en el argot soviético que designaba, al principio, a los antiguos latifundistas, pero cuyo significado se extendió para descalificar como enemigos del pueblo a todos los que no se acogieran al modelo del koljós, o granja colectiva y la prioridad era abastecer al Comité Central del PC para generar divisas y alimentar a los obreros. Granjas dirigidas por comunas, cuyos jefes eran el delegado local de la policía secreta –GPU-, el comisario político designado por el PC y el comandante del Ejército Rojo.
Para Stalin, el capitalismo era su enemigo, fuese interior o exterior, y la mentalidad comunista -no sólo la del sátrapa ruso- siempre fue esquizofrénica: El enemigo se encuentra debilitado, dividido y condenado por las fuerzas la historia, y, sin embargo, se muestra infinitamente peligroso y colmado de recursos.
Según Adam Ulam, quien publicó la mejor biografía de Stalin en 1975, así pensaba el tirano: La clase rectora capitalista es necia e irracional. ¿Por qué no se unieron las potencias capitalistas para ahogar al incipiente estado comunista, en vez de seguir luchando por unos cuantos kilómetros cuadrados en el Oeste? ¿Por qué permitieron que el experimento soviético prosperara en vigor y estabilidad? ¿Por qué reconocieron a la URSS, comerciaron con ella, y dejaron que sus científicos e ingenieros coadyuvasen en su industrialización?
Empero, persistía la constante amenaza de intervención capitalista, y todo conflicto interno en la URSS era fruto de las conjuras burguesas. Cualquier extranjero en Rusia, incluidos los simpatizantes de la dictadura, era potencialmente un espía. Esperanza y temor se mezclan en esta visión surrealista del conflicto internacional.
Occidente estaba a punto de subsumirse en nuevas y terribles guerras: Alemania contra Francia, Japón contra EEUU, o bien –como lo sostenían algunos analistas soviéticos- de pelear con el Reino para tragarse Imperio.
Pero, después, estas placenteras visiones se desvanecían y sustituían, para ser reemplazadas por una pesadilla, en la cual los capitalistas actuaban concertadamente contra la URSS: Los japoneses invadían por el Este y se desataban insurgencias en Ucrania y Bielorrusia en el Oeste, apoyadas por una invasión polaca. patrocinada por los franceses. Los británicos provocaban desde la India una insurrección musulmana en el Asia Central.
Tras la abolición de la servidumbre por Alejandro II a finales del siglo XIX se liberó a veintidós millones y medio de siervos de la gleba, creándose al campesinado como estructura social.
En 1906 Piotr Stolypin reformó nuevamente el status quo, para crear campesinos prósperos que apoyaran al Zar. En 1912, el 16% de los granjeros rusos tenía al menos 32 hectáreas por fundo, límite a partir del cual aparecía el latifundio. El campesinado se dividió en grudpos socioeconómicos: pobres, clase media y kulaks. Además, los sin tierra.
Tras la Revolución, los bolcheviques confiscaron las propiedades de la nobleza y los kulaks, estatizándolas, y repartiendo las tierras entre los agricultores o la continuidad de la propiedad. Con el tiempo algunos campesinos consiguieron prosperar, y conformaban entre el 5 y el 7% de la población.
Los nuevos campesinos, fueron considerados como burguesía agraria, y se decretó la colectivización forzosa, acelerada y total en 1929. Los campesinos reaccionaron ante las confiscaciones y la pérdida de sus animales de cría y labranza, convirtiéndose en un peligro intolerable para la tiranía comunista.
La confrontación redujo la producción agroindustrial a niveles nunca antes registrados, sumió en la más abyecta miseria a 130 millones de personas que habitaban el medio rural, convirtió en estepas a los suelos de Ucrania otrora el Granero de Europa- y provocó el genocidio de entre 4,5 y 5 millones de personas, cantidad que permanece oculta pues nunca hubo cifras oficiales al respecto.
Stalin, astuto, inteligente y malvado como era, tuvo su Talón de Aquiles: era un ignorante completo en Economía. Además, traicionó el espíritu de la Constitución Soviética y la memoria de su maestro Lenin, ya que éste creía que la colectivización debería ser voluntaria y no impuesta.
Al estampar el primer plan quinquenal de la URSS, en 1929, Stalin decretó la guerra contra su pueblo –según Ulam-, guerra que sólo entraría en tregua gracias a la invasión nazi en 1941.
Algunos escépticos creen aún que el comunismo es una doctrina política basada en la racionalidad, y que las visiones enloquecidas de un sicópata como lo fuera Yosif Stalin son accidentes en su devenir. La Historia juzgará-: Dijo el tirano rojo, antes que el otro. Pero, desgraciadamente, la Historia no juzga, sino registra hechos y sucesos. Y cabe a los analistas del futuro, como Ulam, calificar al hombre que le decretó la guerra a muerte a su nación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario