martes, 14 de agosto de 2012

La revolución del anti héroe televidente


La moda del anti héroe
Así como ha vuelto a ponerse de moda el anti héroe de los años veinte del siglo pasado, creado entre otros por Dashiell Hammett (1894–1961), autor de novelas policiales, cuentos y guiones, uno de cuyos personajes inolvidables, Sam Spade, fue inmortalizado en 1941 por Humphrey Bogart en El halcón maltés; quiero lanzar una nueva categoría de personaje y proponerme como candidato para ser pionero, el anti televidente.
No es un salto de talanquera
No se trata abjurar a más de cuatro décadas al servicio de la publicidad, profesión de la cual me sentí y siento muy orgulloso, y sobre la que escribí poseo un relato inédito, que espero ver publicado algún día: Historia de un amor como no habrá otro igual.
Tampoco que me haya alineado con el pensamiento de esa escuela tudesca de born losers cuyo más conocido representante fue Herbert Marcuse y el más conspicuo Theodor Ludwig Wiesengrund  (a) Theodor W. Adorno.
Ni que me quiera congraciar con los gumillos, quienes decidieron, imitando a  las roscas intelectuales comunistas y tontos útiles de la posguerra en Venezuela, hacerse con la hegemonía de los medios masivos privados a través de sus comunicadores sesgados y posgrados in company que reparten entre sus amigos y favorecedores. No por el bien de la Santa Iglesia, un motivo respetable y a considerar, ni siquiera a favor de la Compañía de Jesús, que tanto ha aportado a la educación en este país.
Se trata del  interés de un grupúsculo, de una élite en formación, que pretende establecer los lineamientos de la información y la cultura venezolanas, una vez que se desmonte el actual sistema.
Bueno, en fin, allá los unos y los otros, y que Dios los confunda para efecto de sus torvos designios.
Un movimiento de indignación
El activismo que planteo tiene que ver con mi propia indignación. Por el menú de opciones del cual dispone hoy un televidente.
Sí, muchos canales. ¿De qué? Películas y series, los mejores.
Deportes, para los fanáticos, y, sobre todo, los anunciantes, que son sus mayores beneficiarios. No los atletas, ganen lo que ganen. sino los productos y servicios que se exponen en la pantalla plana.
Confieso que el pegarse a los programas y la información sobre deportes me parece una adicción tan bochornosa como la de los aficionados a las telenovelas. En ambos casos, se trata de personas emocionalmente inmaduras, unos que buscan al príncipe o princesa azul en vez de dedicarse al vecino o la vecina, otros que se imaginan a estos arquetipos como cuerpos moldeados por la gimnasia, chorreando sudores con feromonas y dotados de notables atributos sexuales, en especial, senos, penes y glúteos.
El deporte que me atrae es el juego de verano, el béisbol. Y eso por su combinación de esfuerzo físico, estrategia y aprovechamiento de las oportunidades aleatorias. Como decía un tratadista, es el único partido sobre el cual, al leer su box score más tarde, puedes reconstruir visualmente, cuadro a cuadro, todo lo ocurrido sobre el terreno.
Prefiero a las que narran deportes que a las mises
Empero, debo decir que las mejores presentadoras, animadoras de televisión, o como ahora se las llame, se especializan en deportes: Andreina Gandica (Globovisión) y Elizabeth Pérez (CNN en Español).
Si, amig@ lector@, ya sé que proyectan una salud excepcional, una belleza fresca, enteramente distinta a la que nos impone esa fábrica de frankesteins femeninas regentada por los fósiles Osmel Sousa y Joaquín Riviera. En otras palabras, están muy buenas, ¡buenísimas!
Pero no me refiero a lo que es evidente, sino a sus cerebros, los músculos grises que menos ejercita el homo sapiens. Pues también resulta obvio que las chamas estudian las materias sobre las cuales discurren, las internalizan, las dominan, y no se limitan a repetir, como cotorras, los que otros cronistas les escriben.
Y, asimismo, dominan el lenguaje oral, la dicción, la sintaxis, la sinonimia. Impostan sus voces, alejándose de esos tonos chirriantes, machorros y distorsionados que caracterizan a la mayoría de sus colegas. Al menos, acá en Venezuela.
El resto del conteiner televisivo
Vamos con los noticiarios.
Sigo apostando por los de CNN. Los de VTV y su red nacional de mentiras, apologías y adulancias ni los veo. El de Globovisión, por solidaridad, hasta que aparecen unos damnificados, ancianos o enfermos protestando por sus padeceres, pero concluyendo en su amor por el Guasón y su adhesión al proyecto bolivariano. No me los calo. Y apelo al remoto.
Entiendo que se trata de propaganda electoral, y que faltan menos de dos meses para el inicio de la defenestración esperada.
Pero estimo que los noticiarios deben ser mucho más que un llantén en la Corte de los milagros, y que este saludo a la bandera social ya se está convirtiendo en un paradigma icónico sobre la pobreza –u otra manera de decir, ser pobre es bueno-. Y que costará una bola y parte de otra retornar a un formato actualizado y policlasista de información cuando suceda lo que la mayoría ansía.
De los programas de opinión, me quedo con tres: los dos del Chúo Torrealba (Del dicho al hecho y Radar de los barrios, por Globovisión) y el de Ismael Cala (Cala, por CNN); donde nos recuerda a la gente bonita de América Latina y sus divertidas anécdotas de vida.
La escogencia de los shows de Torrealba pareciera contradecir lo que dije sobre los noticieros. Pero no lo es, pues el margariteño se enfoca hacia un target, y trata a sus entrevistados con dignidad.
No quiero un país donde haiga paz
Empero, quiero hacerle una cariñosa advertencia al Chúo.
 Si algún día alguien me nombrara gestor de emisoras o cultura y, supuesto negado,  se me ocurriera multar algún día a Globovisión, no lo haría por ejercer la libertad de expresión, sino por la mala pronunciación idiomática.
Eso de que un hermano quiera vivir en un país donde haiga paz, les quedó de lo último. Yo no quiero una existencia donde haiga paz, sino donde la haya. Y donde la gente no confunda la L y la R al hablar. Porque –me consta- los alumnos de Fe y Alegría no lo hacen, y a los productores de Globovisión nada les costaría repetir las tomas, para lograr, como dría la agencia publicitaria McCann Erickson: La verdad bien dicha.
Lo peor antes de las telenovelas, insisto en que a mi entender, son los programas de variedades y espectáculos, donde l@s animadores chillan por media o una hora sobre cualquier tema, desde las prótesis PIP hasta la mansión de Ermegildo Zegna en Cancún.
Saco de estas lista del oprobio a Natgeo, Biography, A&E, Sunchannel y otros por el estilo, y les garantizo total inmunidad si triunfare la revolución que hoy propongo, la del anti héroe televidente.

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