El color que cayo del cielo
En cuatro estados del medio oeste de la Unión Americana, la supuesta caída y desintegración de un meteorito durante la madrugada del miércoles pasado, convirtió la noche en día –durante algunos segundos-, y generó un estruendo que aterrorizó a los pobladores en esa dilatada región.
La imagen más dramática del fenómeno fue captada desde la azotea del Departamento de Astronomía y Oceanografía de la Universidad de Wisconsin. Pero, asimismo, fue registrada por centenares de otras cámaras de seguridad, esparcidas a lo ancho y largo de las zonas afectadas.
La primera explicación alude a un pedazo de roca desprendido del grupo de las Leonidas, o lluvia de estrellas fugaces, la cual se produce anualmente entre el 15 y el 21 de noviembre y alcanza su máxima intensidad el 18 de ese mes.
Los meteoritos de las Leonidas son rojos y colisionan con la Tierra de frente, a gran velocidad, dejando a su paso estelas verdes que persisten por segundos.
Las Leonidas se conocen desde tiempos inmemoriales, por lo cual ciertas leyendas las asocian con la buena suerte, y recomiendan a quienes las observan pedir deseos. Cada 33 años se potencia el número de impactos, y, hasta la fecha, tales apariciones han respetado rigurosamente los ciclos mencionados.
Por lo cual, no todos aceptan la hipótesis oficial difundida al respecto, ya que lo sucedido el 15 de los corrientes sobre el granero estadounidense poco se asemeja al a la conducta secular de las Leonidas: no hubo rojos ni verdes, estamos en abril y no en noviembre y, a menos que los deseos se expresen con gritos de terror, nada bueno debe esperarse una temible deflagración que iluminó el firmamento como un flash, produjo un espantoso rugido y desarrolló una tremenda cantidad de energía.
La tierra se oscurece
Mientras esto sucedía en el Norteamérica, en Islandia el volcán Eyjafjallajokull, continuaba el sábado expulsando toneladas de humo y ceniza, una columna asfixiante direccionada a Europa, que mantenía paralizado el tráfico aéreo, total o parcialmente en 20 países, entre los cuales destacaban Francia, el Reino Unido, Polonia y Rusia.
Ayer había más de 20 mil vuelos de origen y destino cancelados, y 5 millones de pasajeros pernoctaban en aeropuertos o formaban largas filas en los terminales de ferrocarriles y autobuses totalmente colapsados, a fin de completar sus trayectos. Los taxis cobraban 5 mil euros, más gastos de alimentación, alojamiento y gasolina, para transportar a quienes quisieran trasladarse de Madrid a Moscú. Pero, para los viajeros trasatlánticos y transpacíficos, no había opciones.
El protocolo del funeral de hoy domingo, programado para el presidente y la elite política polacos, que perecieran trágica y recientemente en un siniestro aéreo, también se desbarató, pues muchos de los altos funcionarios invitados a la ceremonia no tuvieron cómo desplazarse a Cracovia.
Según los informes metereológicos procedentes de Reykjavik, la actividad volcánica continuará, al menos por 24 ó 48 horas más, y si a ella se le suma el excelente tiempo que reina sobre el archipiélago islandés, hay poca o ninguna esperanza de que un buen palo de agua disuelva esta súper calima –de alto contenido sulfúrico y capaz de taponar las turbinas de las aeronaves-, impida que llegue a más de 12 kilómetros de altura y se precipite al mar.
En Islandia hay más de 200 volcanes activos. De hecho, sus habitantes aprendieron a emplear la geotermia para calentar sus hogares, piscinas públicas y tierras, en este último caso, para construir invernaderos que les permiten sembrar alimentos todo el año y criar ganados. Quien sobrevuela Reykjavik o aterriza y despega de su aeropuerto puede observar cómo, alrededor de la ciudad, se extienden manchones verdes de vegetación, mientras el conjunto general está rodeado por la inequívoca blancura del hielo.
Pero sucede que una erupción como la del Eyjafjallajokull no se vivía en Islandia desde finales del Siglo XVI, y con las consecuencias que se manifiestan ahora en gran parte de Europa Continental, al menos históricamente.
Todo se derrumbó
A más de 14 mil kilómetros de distancia, en la provincia china de Quintay, ubicada sobre la meseta tibetana, las autoridades rescataban casi 1 mil quinientos cadáveres, atendían un numero superior a 10 mil heridos y comenzaban a tomar las primeras medidas para acoger a millones de sobrevivientes de un terremoto de 7,1º Richter, que acabó con el 85% de sus inmuebles.
Un poco más lejos, los habitantes de Sumatra también se recuperaban del susto maúsculo que les brindó un movimiento telúrico localizado al norte de sus costas –el anterior, ocurrido en el 2004, mató a un cuarto de millón de personas- y que alcanzó 7,8º Richter.
Una saga que destruyó a Haití el 12 de enero, continuó el 27 de febrero con innumerables víctimas y millonarias pérdidas materiales en Chile -8,8º Richter- y pareciera que, por los momentos no tiene fin, pues el globo terráqueo se comporta como un majarete desde hace dos años.
El quinto elemento
Por si lo anterior fuera poco, habría que añadirle a los sucesos relatados las sequías pavorosas y lluvias torrenciales acaecidas recientemente en todo el mundo, y que han incidido sobre áreas tradicionalmente seguras, como fueron las de Nueva Inglaterra el 31 de marzo, que cortaron en dos la autopista I-95, la más larga y transitada del este de EEUU, los deslaves en Río de Janeiro y las tormentas de granizo en Buenos Aires
Una responsabilidad que no puede evadirse
La frecuencia y contundencia de estos acontecimientos asombrosos no pueden ser atribuidas a teorías simplistas como las del calentamiento global. Como afirma Eduard Biosca, actor, humorista y humanista a quien Sergio Dahbar cita en su columna sabatina de El Nacional (17/04/2010): Los animales ni saben que existen, matan a sus crías y se despedazan. Los humanos tenemos conciencia, inventamos el pacifismo y vamos a hacer un mundo mejor.
Porque de lo que se trata es de la conciencia y la concienciación. O, como afirmaba Pierre Teilhard de Chardin, del equilibrio entre la geósfera, la biósfera y la noosfera, donde cada individuo tiene un rol escrito por la evolución –o por Dios, si suena mejor, y el cual no es otro que perfeccionar –o co-crear- el planeta donde vive. Para lo cual debe reinventarse, espiritual y físicamente, y sacudirse de las malas resonancias y de los peores vibradores que obstaculizan su búsqueda de lo milagroso.
Porque no creemos en coincidencias sino en sincretismos, vele la pena revisar nuevamente lo del Calendario Mayo y el 21 de diciembre del 2012, tal como lo ha venido haciendo –por ejemplo- la Fundación amor en acción, recordando siempre, con humildad y mente abierta, que Dios castiga sin palo y sin piedra.
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