Además de los déficits de agua, luz y eficacia, Venezuela sufre hoy una pandemia de ignorancia supina, la cual se evidencia cotidianamente –entre otras anomalías- en la pobreza del vocabulario, la pésima sintaxis y la abominable pronunciación que manifiestan numerosos funcionarios públicos cuando declaran en los medios masivos.
Estas carencias se traspasan al idioma escrito y permean a todos los grupos socioeconómicos, de manera que no es raro corregir exámenes de universitarios que convierten a través en atravez, usen incorrectamente los signos de puntuación, sufran de mayusculitas agudas, se salten las tildes a diestra y siniestra y, finalmente, transforman la labor del docente de Educación Superior en la de maestro de Primaria.
Lo peor de todo es que el mal no sólo viene del pueblo abajo, sino también del pueblo arriba. Comencemos por el nombre que se da a la carrera de Periodismo en nuestras universidades: Comunicación Social. ¿Se trata de un pleonasmo o una redundancia? Lo decimos porque, para el académico y lingüista venezolano Alexis Márquez Rodríguez, fundador de la especialidad en la UCV, toda comunicación es social:
Entendemos la comunicación como un proceso interactivo en el cual los individuos se intercambian determinado tipo de información o conocimiento. El término viene del latín comunicare: compartir, vincularse con alguien. En el origen etimológico está ya el sentido del concepto tal como ha sido definido. El carácter interactivo del proceso comunicacional se manifiesta en el sentido de una permanente interacción entre quien inicia la comunicación y quien recibe el contenido de la misma…
Si los profesores la pasamos mal, los comunicadores comunicadores deben pasarla peor, ya que a fuerza de escuchar a la vox populi desbaratar el idioma de Cervantes y redactar sus declaraciones en un español de uso medio decente, terminarán contagiándose con la pandemia, ya que la ignorancia, como el hedor al transpirar, de que se pega, se pega.
Pero también está el asunto de los contenidos, porque el idioma es forma y fondo. Quizás por la notoriedad de la defección del gobernador de Lara, Henri Falcón, la prensa se olvidó de otras personas que se han distanciado del chavismo últimamente y quienes, a nuestro parecer, son aún más importantes-
Hacemos referencia al doctor Luis Fuenmayor Toro, ex Rector de la UCV, la arquitecto Josefina Baldó, ex Presidenta de Conavi, el arquitecto Federico Villanueva Brandt, planificador de la propiedad y el urbanismo sociales, y el Master en Filosofía Camilo Arcaya Arcaya, ex profesor de la UCV y ex Decano de Humanidades de la Universidad Yacambú.
¿Qué tienen estos personajes en común? Que son marxistas desde chamos, pero también venezolanos de corazón y se sienten atropellados por la entrega que ha hecho el régimen de nuestra soberanía y recursos a los cubanos y otros bichos de mala muerte.
Fuera de una información de prensa y una alusión en la columna de Elizabeth Fuentes, ningún otro periodista ha mencionado el caso, y sólo el semanario La Razón le ha brindado amplia cobertura al pronunciamiento de Villanueva.
Y esto, ¿por qué ha sucedido? Porque, en su mayoría, los comunicadores comunicadores desconocen la trayectoria y el pedigrí de los citados, y sus actividades. Ignoran que Fuenmayor es sobrino de Juan Bautista Fuenmayor, fundador y primer Secretario del PCV; que Arcaya es nieto de Pedro Manuel Arcaya, fundador de la Sociología en Latinoamericana y ex Premier de la dictadura de Juan Vicente Gómez; que Baldó es pariente de Carlos Guinán Baldó, uno de los mejores gobernadores que Caracas haya tenido en toda su historia; que Villanueva es sobrino de Carlos Raúl Villanueva, el creador de la Ciudad Universitaria, hijo de Mary y nieto de Federico Brandt, dos pintores entre los más grandes del país.
Porque el proceso, en su afán de castro-comunizar, no sólo se traga las raíces de nuestro gentilicio, sino que pretende cosificar la Historia de Venezuela, un verbo que aprendimos en la última Distopía de Ibsen Martínez, y que con él caracteriza el quehacer de los intelectuales al servicio de las dictaduras totalitarias, y define a uno de ellos, Theodor Wiesengrud Adorno, como el perfecto comemierda. Criterio con el cual coincidimos, por las razones que allí da y por otras adicionales que aquí hemos señalado.
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