miércoles, 18 de agosto de 2010

El Invierno Negro y el Verano Rojo

Durante el siglo pasado, nunca hubo un lapso en el cual la libertad de prensa hubiera estado tan amenazada en EEUU como en en diciembre de 1955 y enero de 1956, un período denominado: El Invierno Negro de The New York Times.
La acción fue desencadenada por Joseph McCarthy (1908–1957), senador republicano, que, desde 1950, emprendió una cacería de brujas contra profesionales de diversa índole, de quienes sospechaba podían ser agentes soviéticos encubiertos o enemigos invisibles del american way of life.
Contaba con el visto bueno del Presidente Harry Truman, designado por el Congreso para completar el mandato trunco del extinto Franklin D. Roosevelt, y elegido por el pueblo para una segunda gestión.
Pero ciertamente, quien manejaba los hilos del operativo era John Edgar Hoover, director del FBI, organismo a cuyo cargo estaba la inteligencia y contrainteligencia en suelo estadounidense.
Los motivos esgrimidos por Truman y McCarthy eran, aparentemente, patrióticos y nobles, y se basaban en el entonces indetenible crecimiento del estalinismo en Asia y Europa, y el hurto de secretos militares por topos incrustados en los cuerpos de seguridad de EEUU y países aliados, como Francia y el Reino Unido.
Pero, en el trasfondo, yacía la desmedida ambición de Hoover para controlar el poder en la Primera Potencia del mundo, y su personalidad patológica, en la cual no cabía el perdón ni el olvido por las ofensas recibidas.
Entre estos ofensores figuraban Charles Chaplin -quin una vez le caricaturizara como el hijito de su mamá-, los puertorriqueños –como nos los recordara hace poco el licenciado César Andreu, famoso abogado litigante de Borinquen- y la plana mayor de The New York Times, en la cual estaban incluidos sus propietarios y editorialistas principales: Arthur Sulzberger, Orvil Dryfoos, Charles Merz y James Reston.
Por eso, la investigación de McCarthy, que había debutado con más de doscientos nombres de funcionarios del Departamento de Estado, a quienes nada les pudo probar, tocó las puertas del prestigioso diario neoyorquino.
Y hete aquí lo que sucedió, según la obra, multicitada en este blog, El poder y el reino, de Gay Talese:
Todo el periódico se sintió contaminado por las pesquisas, y el malestar generado por las mismas se esparció colectivamente, caracterizándose en una reacción hacia quienes figuraban en la oprobiosa y larga lista de McCarthy .
Dos periodistas veteranos, citados ante el Comité, permanecieron varios días en cuarentena, sin que se les asignasen misiones específicas.
Un reportero que trabajaba en Washington desde 1947, y que había escrito muchas cnotas sobre McCarthy, fue trasladado a Nueva York, donde se le ubicó en la última fila y se le puso a redactar, durante los dos años siguientes, el índice de las secciones y el resumen noticioso.
Después, recuperaría su jerarquía, aunque no regresaría a Washington ni se le nombraría corresponsal, pese a sus merecimientos.
Además, algunos compañeros de redacción, ex camaradas, no le perdonarían nunca que hubiese sapeado los nombres de otros simpatizantes izquierdistas que trabajaban en 1939 en los medios locales, ante el Comité del Senado.

Finalmente y pese a la terrible presión oficial, el asunto fue zanjado, el 2 de enero de 1956, por una valiente carta de John Oaks, representante del capital accionario de The New York Times:
Estoy muy preocupado frente a la posibilidad de que todo cuanto escribamos mañana sobre las libertades ciudadanas y los derechos humanos, sea confrontado, cuestionado y descalificado por nuestra actuación en la crisis presente.
Por eso, recomiendo seguir informando, ampliamente, sobre los abusos del Poder Legislativo. Y mantengo, firmemente, la obligación de mantenernos absolutamente fieles al espíritu que inspiró la 5ª Enmienda de la Constitución Norteamericana, que dispensa a cualquier acusado de declarar en su contra.
Si examinamos toda denuncia, en su propio contexto, y dejamos de cuestionar el sentido o vigencia de la 5ª Enmienda, así como el pasado de quien a ella se acoja, reforzaremos nuestra propia credibilidad y la proyectaremos en el tiempo
.
¿En qué se parecen y difieren el Invierno Negro de The New York Times y el Verano Rojo de El Nacional y Tal Cual?
La similitud está en que toda persecución contra la prensa, sea negra –fascista, como la que hubo en EEUU- o roja –comunista, como la que existe en Venezuela-, tiene como objetivo único el control gubernamental de la información: Si no se imprime, no existe.
Asimismo, en que estos procesos perversos se llevan a cabo con la conchupancia de poderes, organismos y funcionarios públicos. En EEUU, la Presidencia, el Senado y el FBI. En Venezuela, la Presidencia, la Defensoría y los Tribunales.
Igualmente, que sus propósitos son siempre muy pragmáticos. En EEUU, mantener a Hoover como el titiritero mayor, de por vida tras el trono. En Venezuela, soportar al Guasón como el dictador vitalicio sobre la silla. En ambos casos, amordazando a los medios. En el venezolano, un mes –en principio-, para que la putrefacción, corrupción y violencia generalizadas no puedan ser empleadas como propaganda de oposición.
La diferencia es que, pese a sus altibajos, en EEUU siembre hubo, hay y habrá democracia; y en Venezuela sufrimos en la actualidad un régimen comunista.
Tanto Truman como McCarthy terminaron mal.
El primero, no fue reelecto. El segundo vivió justo para ver como el proyecto se le iba a pique, sus partidarios más fervorosos le voltearon las espaldas y los políticos europeos, a quienes intentó infructuosamente conquistar, se mofaron de él en su propia cara.
El único que siguió vitito y coleando fue Hoover, el policía, quien murió mandando y, al presentir a la Pelona, quemó sus archivos más comprometedores.
De ahí la importancia del editorial de hoy en Tal Cual, donde Teodoro Petkoff asevera que, conforme al Artículo 350 de la Constitución Nacional, está en desobediencia civil. En otras palabras, como lo hiciera Oaks en 1956, que se apega a la Carta Magna, donde las libertades de expresión e información pueden modificadas por decisiones de ningún burócrata, por elevado que sea el transitorio cargo que ostente.
Al no ser adivinos de feria, no nos atrevemos a pronosticar con qué se comerá el aserto de Petkoff y ni desenlace del Verano Rojo de El Nacional y Tal Cual. ¿Se le ocurre algo a usted, amigo lector?

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