Erica Jong y El miedo a volar
En 1974 se publicó en español El miedo a volar, obra básica de Erica Jong, activista por la liberación sexual de las mujeres en EEUU. Según Henry Miller: Gracias a este libro, que marca un hito en la literatura universal, las mujeres alzarán su voz para romper el silencio de siglos y nos ofrecerán sagas desbordantes de sexo y amor, de vida, de aventura y alegría.
Jong afirma: La bigamia es tener un marido de más la monogamia es lo mismo. Pero la autora llegó mucho más lejos que la simple demostración de lo aseverado, si a la novela se la pudiera considerar demostrativa.
Jong habla de sus amantes –mucho menos emancipados que ella misma-, y particulariza detalles de higiene íntima hasta entonces sólo enunciados en los chistes verdes. Relata, por ejemplo, como uno de sus compañeros de lecho ni siquiera sabía limpiarse bien el trasero, por lo cual se vio precisada a enseñárselo, so pena de tener que cambiar las sábanas tras cada match amoroso.
Era una época donde no había pornografía por cable, y la proyección del film Lolita, protagonizado en su primera versión por James Mason (1962), fue vetada en varios estados de la Unión Americana. En esos tiempos difíciles, donde todo el que se opusiera a la simple idea de que la felicidad no era sinónima del american way of life podía ser considerado un antisocial y enjuiciado por dicho crimen como ocurriera una década antes con el macarthismo.
Aparte de su actividad literaria, Jong se destacó como invitada de postín en los talk shows y entrevistas a la prensa anglosajona. En una de ellas afirmó de que si fuera posible meter al 98% de la humanidad en la jarra de una licuadora, no obtendría a cambio ni la mitad de su contenido en mierda. Cuando le preguntaron sobre Juan XXIII, el papa de mejores sentimientos que regentó El Vaticano durante el siglo pasado, replicó: Es una gota de bondad en un océano de maldad.
El miedo a volar nos enseñó, como hombres, a asomarnos a la misteriosa psiquis femenina. A entenderla cabalmente no, pues constituye una pretensión imposible. Y la opinión irreverente de la escritora nos motivó a descubrir por qué la gente actúa como lo hace. Por qué intenta destruir a quien no le ha hecho daño alguno, a manipular a quien se le acerca lleno de buenas intenciones, a destrozarle la vida sentimental y profesional a sus más allegados.
Posteriormente, tras dolorosas sesiones de psicoterapia –siempre resulta doloroso encontrar los errores en uno mismo- hallamos la respuesta: todos tenemos una parte dañada en nuestro cerebro, todos incubamos a un Guasón oculto en nuestros espíritus. Es la esencia de la naturaleza humana, la diosa Kali y su ambigüedad esquizofrénica frente al Bien y el Mal.
Y quienes queremos o necesitamos construir una personalidad cuerda en las montañas de la locura cotidiana en las que subsistimos, estamos obligados a luchar segundo a segundo contra esa parte dañada, a domarla como si fuese un caballo cimarrón, sin descanso pero sin cansancio. Es la única manera en la cual podemos evolucionar, y si no actuamos así, el potro nos tira al suelo y nos patea hasta destruirnos.
Enrique Ochoa Antich y el machismo
Por eso nos asombran los planteamientos de Enrique Ochoa Antich (Tal Cual, 02/08/10) sobre Irene Saéz. Ochoa, quien se presentó en la sociedad venezolana como defensor de los derechos humanos, define a la otrora exitosa gerente pública de Chacao como reina de belleza frívola y sin ideas, y le atribuye la derrota electoral de 1998; cuando sabido es que quién dividió el voto anti-Guasón fue Frijolito Salas Roëmer. También habla del chiripero y de la presencia de su querido MAS en él como un pacto contra natura, y sintetiza su artículo, Algunas culpas,, responsabilizando a Raimundo y a todo el mundo de la presencia y permanencia del dictador castrocomunista en Venezuela. A todos, menos a él.
A Ochoa le traiciona su propio subconsciente, que oculta un machismo a lo mero mexicano. Parecido al de un amigo nuestro, tocayo, copeyano y coriano, que piensa lo mismo del capítulo Sáez a la Presidencia de Venezuela. Pero, al menos, el falconiano admite que sí es machista, y a mucha honra.
No sabemos en qué andaba Ochoa durante el melodrama escenificado entre 1992 y 1998 en el país, pero ciertamente sus recuerdos lucen obnubilados. Quien él denomina el anciano caudillo –Rafael Caldera- perdió a la República pues no quiso reformarla: siguió jugando al gatopardismo como hoy lo hacen los dirigentes de la oposición democrática. Si hubiera asumido la crisis del Latino, enjuiciado a los Gómez López, presentado al Congreso la Constitución de Randy Brewer Carías, profundizado la apertura petrolera y la libre empresa y empleado el capital político de Convergencia como un modelo de conducción política a la chilena; otro gallo cantaría.
Como sostuvimos en nuestro último blog y como lo apuntala Fernando Rodríguez en la misma edición de Tal Cual, todos somos culpables de lo que pasó ayer, y lo seremos de lo que sucederá mañana.
Pero, regresando a la descalificación de la mujer como animal político, si además posee el agravante de ser atractiva y depilarse –peyorativo que una vez le aplicaron a María Corina Machado para desmeritar su entrevista con George Bush-, habría que aceptar como íconos femeninos para los revolucionarios y ex revolucionarios a la Pasionaria, la Fosforito y la Cilia Flores Y conformarse con la aguda observación de Francisco De Quevedo: Ninguna mujer es fea por allí por donde mea.
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