Muñoz, Dumas y Calderón
En 1918 se estrenó en Madrid La venganza de Don Mendo, melodrama escrito por Pedro Muñoz Séneca, que a corto plazo se transformaría en una de las piezas teatrales de mayor audiencia en España, al lado de Don Juan Tenorio, Fuenteovejuna y La vida es sueño; y que, a largo plazo, daría también pie a exitosas versiones para el cine y la televisión.
No aspiraba Muñoz atraer a tanta gente y alcanzar tal fama. Como profundo maestro del idioma, basó sus diálogos en el juego de palabras conocido como retruécano, y pretendía, en una ambientación medieval, crear un género de comedia menor –lo que finalmente logró y es conocido como astracán-, para atrawr y entretener al público de todas las clases.
El astracán fue trabajado en Venezuela por Aquiles Nazoa, quien lo llevó a la pantalla chica bajo el nombre de Teatro Cómico Pampero. Un proyecto que contó con corta duración, pues a la agencia del patrocinante le pareció poco respetuoso modificar los versos de los clásicos Siglo de Oro en giros como el siguiente: ¿No es verdad, ángel de amor,/que en esta apartada orilla/ se rompió una alcantarilla/y hasta aquí llega el olor?
Pese a que Muñoz lo que realmente quería era entretener a los espectadores, el núcleo de la trama, en el cual se maneja la delación de Magdalena Nuño hacia su pretendiente y protector, Don Mendo, y la cuidadosa planificación de la venganza por quien ha sido cruelmente vejado y maltratado, conduce, inevitablemente, al final sangriento.
En Don Mendo hay gran afinidad con la novela El conde de Montecristo, de Alexandre Dumas, y Auguste Maquet. El relato se inspira, como el de Don Mendo, en un caso de la vida real, y también como el del ibérico, va de mal en peor y termina de manera muy cruenta.
Según sostiene Calderón de la Barca en Los empeños de un ocaso: La misma satisfacción es la más cuerda venganza.
Don Álvaro y Don Juan
Ayer presenciamos, de cabo a rabo, la toma de posesión de Juan Manuel Santos como el quincuagésimo noveno Presidente de Colombia. Asistimos, por televisión, a todas y cada una de las ceremonias que se realizaron, y oímos atentamente los discursos de orden, especialmente el del nuevo Primer Mandatario.
¿Por qué Colombia nos interesa tanto? Porque es uno de los pocos destinos en los cuales quisiéramos pasar el otoño de nuestra existencia, un país tan parecido a Venezuela que sólo las fronteras artificiales levantadas por el el hombre distinguen a una y otra naciones. Pero además, porque gracias al coraje y a la vitalidad de su pueblo y su gobierno, Colombia nos lleva una morena en todo. Y hasta se parece a un cohete, listo para despegar hacia una felicidad que aquí luce muy distante. El riesgo es que te quieras quedar –: afirma su inteligente promoción turística.
Santos dijo que en su diccionario no figura el vocablo guerra, contra ningún país y mucho menos contra sus vecinos. Que quien habla con insensatez de la guerra, desconoce lo que es mandar tropas al combate, recibir a los difuntos y consolar a sus viudas. Que aspira a normalizar las relaciones con Venezuela, independientemente de las ideologías en pugna, pero dentro del más absoluta respeto y cooperación bilaterales.
Habló muy bien de su predecesor, Don Álvaro Uribe Vélez, y éste se despidió, muy satisfecho, del Palacio de Nariño.
Días antes de la inauguración, el Presidente Uribe tomó tres decisiones que encajan perfectamente con la lógica de la venganza según los autores citados: mostró ante la OEA las pruebas del contubernio entre la casta comunista militar que nos gobierna y las FARC, denunció penalmente al Guasón ante el Tribunal Penal de la Haya y pidió que la Comisión de los Derechos Humanos del máximo organismo hemisférico enjuiciara al líder de la Revolución Bolivariana.
Fue la respuesta tardía de Uribe frente a 8 años de insultos, amenazas y calumnias, no provocadas y de la más baja ralea, contra un Jefe de Estado que se las aguantó sin chistar, como un varón. Pero también fue la advertencia temprana de Santos acerca de que su gobierno no discutirá nada fuera de los límites del respeto y la cooperación mutuos. Que no se calará lo que su amigo y compañero del alma se caló.
Es otro estilo, pero un discurso similar, donde no habrá mediaciones sino negociaciones cara a cara. Por lo cual, habrá que adicionar una obra más la bibliografía consultada, cuyo título proponemos desde ya sea: La venganza de Don Álvaro.
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