Durante el disfrute de una excelente recopilación sobre la labor de Simón Díaz, transmitido ayer por Biography, se nos abrió el entendimiento acerca de las causas del asalto al poder y el mantenimiento del Guasón en el mando por más de 11 años. Y llegamos a la conclusión de que ellas no se focalizan en la ideología sino en la idiosincrasia del venezolano.
Casi tres siglos AC, Herodoto, Padre de la Historia, aseguró: Humanum est errare –Equivocarse es propio de los humanos-. Bueno, de casi todos, menos de los que nacimos y residimos en esta ribera del Arauca vibrador, y somos hermanos de la espuma, de la garza primorosa y del Sol. Así lo afirmamos, porque acá está prohibido errar, y quien lo hace, por la razón que fuere –ignorancia, impericia, negligencia, mala fe-, no tiene la menor oportunidad de excusarse y rectificar, ni siquiera arrastrándose de manera abyecta y humillante ante quien le pudiera perdonar, pues éste tampoco conoce o maneja el protocolo correspondiente.
De manera que el culpable o responsable queda signado, desprestigiado e inculpado para siempre, como en el caso narrado por el comediante cubano Álvarez Guédez en El peo de Atanasio. Por lo cual, la frase célebre que cabe en Venezuela es la de Gustavo Le Bon: Cuando el error se hace colectivo adquiere la fuerza de una verdad.
Si no sabemos, no podemos y no queremos pedir disculpas, pues esta simple y humana condición es totalmente ajena a nuestra manera de ser, estamos condenados, como Sísifo, a continuar subiendo inútilmente la bola gigantesca de nuestros desaciertos al tope de la colina, para que vuelva a rodar y el proceso recomience.
Vamos a suponer, por un momento, que las cosas no fueran como lo son. Que no fuese George Washington quien hubiera cortado el manzano, sino Simón Bolívar –en cuyo caso no habría sido un manzano sino el Limonero del Señor o algún árbol de ciruela de huesito-. Y que tuviésemos hoy la libertad para decir: ¡Coño! Metí la pata. Perdónenme esa.
El mundo, ciertamente, cambiaría en un instante, y nuestra manera de percibirlo se tornaría muy extraña.
Por ejemplo, los llamados dirigentes de la oposición democrática habrían tenido que pedir públicamente perdón por la cadena de desaciertos cometidos desde 1999 y sus apologéticos de los medios masivos se habrían quedado sin argumentos para defenderlos a ultranza y para culpar y descalificar a otros individuos que carecen de posibilidad de réplica: los que propusieron la abstención como estrategia en las pasadas elecciones de asambleístas para deslegitimar al régimen, los guarimberos, los empresarios y trabajadores que lo dieron todo durante el paro cívico, los manifestantes que coparon las calles para llegar a destinos que nunca alcanzaron, los miembros de la llamada con qué se come la sociedad civil, los que solicitaron las cifras reales del plebiscito del 2009, los que ahora reclaman la profanación de los restos mortales del Padre de la Patria y, en fin, todos aquéllos en desacuerdo con esa forma bobalicona, claudicante y colaboracionista de actividad política que le ha permitido al Guasón dejar al país en el esterero, acabar con la industria y el agro, entregarle la soberanía de la República a Cuba, aliarse con los terroristas levantinos y los narcoguerrilleros colombianos, derrochar cualquier cantidad de divisas, atacar a la Iglesia Católica y promover los ritos satánicos, dejar que se pudran centenares de miles de toneladas de alimentos, destrozar el sistema básico de educación, sanidad y salud, concentrar los poderes públicos en una sola persona y aislarse del crecimiento del PIB común al resto de Latinoamérica. Además, cebar a una cáfila de ignorantes, zánganos y corruptos como jamás se vieron.
Lo más curioso de todo es que, aunque numerosos actores de la oposición tolerada y sistémica concuerdan en que esto no puede seguir así, hay que darle un parao y cuanto antes mejor, mantienen sus opiniones im pectore, o sólo las comentan a sotto voce.
Y cuando nos atrevemos a disentir acerca de su desempeño, nos miran raro y exculpan su manifiesta inefectividad, ineficiencia e ineficiencia al culillo que ha sembrado el Guasón. ¿Entre quienes? Será entre ellos, pues por aquí no fumea.
Por eso, reconstruir a Venezuela, a esa Venezuela bonita que describe maravillosamente como posible Simón Díaz en sus cantares, pasa por concienciarse, confesarse y arrepentirse, pues todos somos culpables de lo que nos sucede y de lo que nos va a pasar. Más temprano que tarde, empleando una frase favorita de los opositores del establishment.
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