El fascismo criollo (II)
Capítulo IV
Autoritarismo,
fascismo y militarismo
Frente a los golpes del Cono Sur, hubo que replantearse las categorías analíticas utilizadas para la
investigación política, por lo cual hubo que cambiar la semántica de las ciencias
sociales al referirse estos procesos iberoamericanos, y apareció la sinonimia
entre autoritarismo, militarismo y fascismo. Entender el por qué y para qué
retornó el fascismo en el Subcontinente es fundamental para poder captar con
exactitud su evolución.
La distinción entre autoritarismo y fascismo
de Juan Linz –autor de un ensayo sobre el franquismo– se enriqueció con la interpretación
de Guillermo O’Donnell y Philippe Schmitter y su razonamiento sobre los casos
argentino y brasileño.[1]
Ellos creyeron necesario vincular dicho retorno con
la profundización del modelo capitalista y el imperativo de evitar la rebelión de
las masas, lo cual dio pie al nacimiento a los estados burocrático-autoritarios. Empero, como muchos teóricos de
izquierda, O'Donnell y Schmitter se equivocaron, de buena o mala fe, al priorizar
el desarrollo de un modelo productivo –como lo es el capitalismo– con la simultaneidad
de un régimen autoritario.
Allende tuvo a su disposición lo necesario para
lograr el crecimiento exponencial de Chile, pero desdeñó la planificación
respectiva por que los autores de la misma eran Chicago Boys. Pinochet la aplicó como un catecismo. Como resultado,
hoy Chile es el único país emergente que pudiera pasar al Primer Mundo, no
porque fuera mandado por un régimen neofascista, sino porque aplicó los
postulados de la Macroeconomía a su gobernanza.
Capítulo V
El fascismo en
Iberia
Francisco Franco, designado Jefe del Estado por los golpistas, va a asumir su cargo.
Para Linz,
el fascismo español se desató en 1936, con la victoria electoral del Frente
Popular por casi un millón de votos. Con ella nació la división geopolítica de
España, que perduraría hasta el final de la guerra civil.
Castilla
la Vieja, León y Navarra votaron a favor de la derecha, mientras que en las
ciudades, la periferia y las zonas latifundistas el triunfo del Frente Popular
fue aplastante. Este irreconciliable cisma y los acontecimientos acaecidos después
del primer gobierno frente–populista –en realidad estrictamente republicano, dada
la ausencia de los socialistas– llevaron al país a la guerra civil.
Por su
parte, la derecha y la extrema derecha entraron en acción con atentados y
manifestaciones violentas, mostrando la intención real de su política. Aquí fue
donde más falló el gobierno republicano, pues no pudo o no quiso incapaz neutralizar
o paralizar estas hostilidades. Tanto los tradicionalistas como la Falange
Española, unida después con José Calvo Sotelo, anticiparon desde el comienzo la
intención derribar al régimen republicano, y sólo faltaba la aquiescencia de
militares dispuestos a sublevarse.
El
levantamiento militar produjo dos consecuencias importantes, imprevistas para
ambos bandos. La primera, una guerra civil de tres años; la segunda, revolución
social sobre el dilatado territorio de la España leal a la República.
Lo sucedido
en España en 1936 y en Argentina desde el primer mandato del coronel Juan
Domingo Perón en 1948 y la adopción del populismo
–otra versión del fascismo–, acabó con la fantasía que equiparaba la
modernización industrial con la democracia, pregonada, entre otros, por los
estudiosos norteamericanos Gabriel Almond y
James Coleman[2], al comparar los
sistemas políticos en África, América Latina, Asia y el Levante.
Si bien el alzamiento militar dejó atónito al
gobierno –que presidía Santiago Casares Quiroga desde que Manuel Azaña había
asumido la jefatura del Estado–, no menos estupefactos se quedaron los
militares, quienes no esperaban la resistencia que el pueblo y parte de las FFAA
les opusieron.
Sólo Navarra en pleno y algunas ciudades castellanas
secundaron inmediatamente al alzamiento nacionalista. Sevilla cayó gracias a la
audacia del teniente general Gonzalo Queipo del Llano quien, con un contingente
reducido redujo la resistencia en la capital andaluza, uno de los baluartes
frente–populistas, e inició una fuerte represión que dejó 3.028 bajas mortales
de julio de 1936 a enero de 1937.
Algo similar pasó en Oviedo. Pero las tres cuartas partes
del territorio español escaparon inicialmente a la sublevación. Y Galicia se
habría podido mantener republicana, de no ser por el desconcierto y la pésima
actuación del gobierno en los primeros días.
Pese a que no tardó mucho en ostentar la jefatura,
Francisco Franco esperó hasta abril de 1937 para dotar al nuevo Estado de
contenido político y jurídico. Su cuñado, Ramón Serrano Soler, fue el
inspirador de la nueva formulación jurídico–política. Partiendo de los
presupuestos doctrinales e ideologías nacionalistas, Serrano visualizó un
partido unificado y fuerte como eje esencial de la nueva España.
La Falange Española y la Comunión Tradicionalista
fueron los pilares de dicha unificación. Y así apareció la versión fascista en
Iberia, adoptada también por Antonio Oliveira Salazar en Portugal desde 1932 a
1951, y cuyo éxito fue innegable, al conservar el poder vitalicio para ambos
gobernantes.
Capítulo VI
La represión y
el posmodernismo
Con el asalto al poder de los militares sudamericanos,
la obra de Joao Ferés[3]
se focaliza en por qué la represión autoritaria surgió, paradójicamente, en
los países más avanzados de la región.
Lo escrito por O'Donnell y Schmitter resulta insuficiente
para entender lo sucedido en Chile y Uruguay, o delinear los perfiles de las
experiencias argentina y brasileña.
Partiendo de la concepción del Estado burocrático-autoritario, surgieron,
simultáneamente, las hipótesis del autoritarismo
y del fascismo que renacía de sus cenizas,
un regreso tan inesperado como agresivo. La interpretación del fascismo iberoamericano
nació con un acercamiento comparativo de Nicos Poulantzas[4],
por cierto marxista, del fascismo europeo.
La primera luz roja que alertaba sobre el renacimiento
fascista en la posguerra se prendió en Europa con el golpe de Estado de los
coroneles griegos en 1967 y la aparición de los partidos neonazis.
María Macciocchilo juzga así–: Después de 1968, las
generaciones jóvenes no se percataron que el fascismo no había
desaparecido con la II Guerra Mundial y la derrota militar. La burguesía
capitalista volvió al asalto, dispuesta
a todo para detener el movimiento del “Mayo
francés” de 1968 y el “Otoño caliente” de 1969 en Italia […] Esta generación no vio llegar a la revolución,
sino a la contrarrevolución, y el fascismo se les vino encima no como un fantasma
del pasado, sino como un peligro del presente.[5]
Por otro lado, Pinochet en Chile exacerbó el clima
emocional, las visiones apocalípticas del fascismo aprobado e impulsado por el
Secretario de Estado de EEUU, Henry Kissinger, y la CIA.
Leopoldo Zea, adalid de esa corriente crítica,
aseguró–: Fue el golpe de los gorilas chilenos de 11 de septiembre
de 1973 lo que relanzó al fascismo. Un fascismo que regresó con la mayor
ferocidad. Verdaderamente se trató de un regreso, pues nunca estuvo ausente,
derrotado o vencido. Los vencidos fueron
sus primeros oficiantes en Europa […] La diferencia entre entonces y ahora es que epicentro
no se ubica en Berlín sino Washington.[6]
Capítulo VII
El fascismo en el resto de América Latina
Quienes perciben el fenómeno como una conspiración fascista internacional, señalan
tres variantes:
1. La primera, que
niega la trasposición del fascismo desde Europa, y prefiere términos más
generales para referirse a ella como procesos
de fascistización o anteproyectos
fascistas.
2. La segunda, que asegura
que en su renacer se recupera la idea original del fascismo, adaptándolo a las
peculiaridades de América Latina, y lo llaman fascismo-dependiente o atípico.
3. La última, que cuestiona
todo parecido de las dictaduras iberoamericanas con las tiranías europeas, y reclama
especificidad propia para las sociedades iberoamericanas.
Entre el primer grupo de investigadores están quienes
identifican el carácter fascistizante de los regímenes militares latinoamericanos
como elemento clave.
Agustín Cueva cree que estos gobiernos son
fascistas, pero el economista boliviano René Zavaleta Mercado[7]
prefiere describirlos como dictaduras
militares de orientación fascista.
Cueva considera que–: América Latina es victima de la fascistización, impregnada por terror y
la barbarie, y en esto último poco se distingue del fenómeno análogo acaecido en
los países europeos […] En Brasil se aplicó, implacable y sistemáticamente, un
esquema de dominaci6n militar
tecnocrático, con indiscutibles caracteres fascistas, inequívocamente al
servicio del imperio americano […] En
Chile, ante el avance de la clase obrera, fue la reacción del capital monopolístico que, en la
fase de fascistización anterior al golpe de Estado, movilizó a las masas, apelando
a amplios sectores de la pequeña burguesía y la clase media.[8]
Como O'Donnell, Cueva también se equivoca al
intentar subsumir la realidad objetiva en un contexto marxista leninista, que
como práctica macroeconómica resulta un fiasco aunque luzca muy bonita en negro
sobre blanco.
Los dirigentes chinos y vietnamitas demostraron que
el capitalismo salvaje, para empoderarse y mantenerse en el pode de un régimen
comunista, funciona–: No importa el color
del gato, sino que cace ratón.[9]
Además, en Chile, primero fue Pinochet y
después la economía de mercado.
La segunda categoría analítica se aproxima más al tema,
pues incorpora directamente el fascismo dentro del paradigma político
iberoamericano.
Theotonio Dos Santos es quien mejor se adentra en el
tópico. Dos Santos diferencia entre movimiento
y estado fascista. Califica su origen
según provenga de la ocupación extranjera
o de un golpe de Estado militar.
Admite la posibilidad de que un movimiento fascista acceda al poder sin convertirse
a posteriori en Estado fascista o cubrirse con sus formas parciales.
[1] Guillermo O´Donel y Philippe C. Schmitter:
Transiciones desde un gobierno
autoritario (1990)
[2] Gabriel Abraham Almond y James
Smoot Coleman: La política de las áreas
en desarrollo
[6] Zea, Leopoldo: Fascismo dependiente en Latinoamérica (2008)
[7] René Zavaleta Mercado: El poder dual en América Latina –Estudio de
los casos de Bolivia y Chile (1974).
[8] Cueva, Agustín: La fascistización de America Latina y Teoría social y procesos políticos en
América Latina (1979).
[9] Frase de Deng Xiaoping, autor
del Milagro chino.
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