El fascismo criollo (III)
Capítulo VIII
El fascismo en
Venezuela
En este sentido, la experiencia venezolana es
impresionante.
En 1945 un grupo de oficiales y civiles, al mando del
teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, derrocó el gobierno del general
Isaías Medina Angarita; el más democrático, honesto y progresista que la nación
había tenido desde su Independencia.
Como los demás militares que actuaron en el golpe,
los venezolanos habían bebido el nacionalismo en las academias donde estudiaron.
Delgado, en Saint Cyr, Francia; Marcos Pérez Jiménez, en Chorrillos, Perú y así.
Al actuar en la defenestración de Medina un partido socialista, Acción
Democrática, que derivado como el Apra de la escisión marxista de la III
Internacional, se dio la tormenta
perfecta: un régimen nacional–socialista.
El experimento terminó el 2 de diciembre de 1948,
cuando los militares decidieron sacudirse a los civiles y declarar el gobierno
de las FFAA a secas.
El extraño
intermezzo de un magnicidio
El cadáver del asesinado Presidente Carlos Delgado Chalbaud en capilla ardiente
Dos años después, el 13 de noviembre de 1950, fue
asesinado Delgado Chalbaud, Presidente de la Junta de Gobierno surgida tras el
golpe contra Rómulo Gallegos.
Rafael Simón Urbina, sindicado como el autor del crimen,
cayó, también abaleado, cuando intentaba huir.
El caso de Delgado Chalbaud no deja de ser harto
extraño, por su excepcionalidad.
Hans Braun[1]
llegó a Maiquetía desde Colombia el 10 de Noviembre de 1950. Le recibieron protocolariamente,
y le llevaron a una suite del Hotel Ávila, entonces el mejor hotel de Caracas. Esa
misma noche, en un lujoso apartamento de la Plaza Altamira, cenó con
prominentes políticos y hombres de negocios, algunos de ellos miembros del Grupo Uribante, así llamado por su
origen tachirense[2].
Le habían convocado para informarle sobre su proyecto para secuestrar y deponer
a Delgado Chalbaud y solicitarle, a tal efecto, consejo, apoyo y la bendición
del Tío Sam.
El Grupo
Uribante participó en casi todas las conspiraciones que hubo en Venezuela en las décadas de los cuarenta y los
cincuenta del siglo pasado. El miembro más connotado del exclusivo club, Miguel
Moreno, quien era a la fecha Secretario de la Junta de Gobierno que presidía
Delgado Chalbaud, después del magnicidio fue expatriado y no se le permitió
regresar más nunca.[3]
Poco añadió Braun al plan.
Le pareció de ingenuidad supina que el primer
mandatario venezolano utilizara siempre el mismo trayecto para desplazarse de su
residencia a su despacho. Pensó que era un suicidio viajar en un vehículo no
blindado, sin más escoltas que un par de motociclistas, dos edecanes y el
chofer. Visualizó la acción como de poca complejidad, y así se lo hizo saber a
sus anfitriones.
Después se dedicó a comer y beber con ellos,
dedicándose a sus propios asuntos, que consistían en identificar, oír y
recordar a sus interlocutores.
Ellos admiraron la sangre fría del joven agente, quien
no sólo hablaba inglés, sino alemán y español sin acento, y para quien el
asesinato del jefe de Estado de una nación amiga le resultaba lo más natural
del mundo.
Un conocido abogado, Antonio Aranguren, representaba
en Venezuela los intereses de la Standard Oil Company, la mayor concesionaria
petrolera estadounidense. Con fondos aportados por su casa matriz, compró las
armas, alquiló la casa donde se ocultarían los conspiradores, y proveyó la
logística requerida.[4]
Huelga decir que, en 1950, ni las petroleras ni los
productores se habían cartelizado. Las cinco
hermanas nacerían recién a finales los cincuenta, después de la Guerra de
Suez; y la OPEP tendría que esperar hasta que el gobierno de Betancourt
concertara un acuerdo con sus colegas levantinos, lo que sólo sucedería a
mediados de los sesenta.
En aquellos días los negocios petroleros terminaban
como en el Viejo Oeste Americano, a puñaladas, tiros y tacos de dinamita. Sobre
todo si se trataba de un botín grande, y Venezuela era entonces el tercer
productor de crudos del planeta y el primer exportador de los mismos a EEUU.
Los sicarios eran conspiradores de oficio, gente
agresiva y rústica, nacida en la tradicionalmente enguerrillada Serranía de
Coro. Les dirigía Rafael Urbina, general autonombrado en las guerras del
caudillismo, quien durante la dictadura de Juan Vicente Gómez no logró tomar
Coro, pero sí ocupar incruentamente a la isla neerlandesa de Curazao como
plataforma para su posterior y frustrada aventura. Uno de los conjurados contra
Delgado Chalbaud era Domingo Urbina, sobrino del general, quien le daría el tiro
de gracia al Presidente.
Como hecho curioso Román Delgado, padre de Carlos,
también había fracasado al desembarcar y levantarse contra Gómez en Cumaná.
Román murió en la acción, pero su hijo Carlos, quien le acompañaba en la
aventura, escapó ileso y huyo a Francia, donde se transformó en la antítesis de
Urbina.
Por su origen, Delgado Chalbaud pertenecía a la aristocracia
de provincia. Se graduó Ingeniero Civil y Militar, con los mayores honores de
su promoción. Se convirtió en viajero cosmopolita, y fue recibido como par por
la nobleza del Viejo Mundo. Por eso, visualizaba a Venezuela más cerca de
Europa que de EEUU.
Delgado creía poseer la clave para reducir la
influencia estadounidense en Venezuela, magnificada
por su relativa cercanía al país. Consideraba que, al entregarle las nuevas
concesiones petroleras a los holandeses e ingleses, lograría balancear el poder
omnipotente del Imperio Yanqui.
Urbina, en
cambio, despreciaba a los holandeses por su pragmatismo a ultranza. Les conocía
bastante bien, pues muchos antillano–neerlandeses se habían establecido en
Coro, su provincia natal, desde la Colonia. Urbina agregaba a esta xenofobia,
común entre los descendientes de los inmigrantes vascos llegados a Coro en el
Siglo XVI, un anticomunismo feroz, tal como se predicaba en EEUU en la época.
Urbina consideraba Delgado un blandengue. Creía que, por su causa, Rómulo Betancourt retomaría el
poder a corto plazo, lo cual, en efecto, sucedió. Aspiraba a triunfar, para
imponer en Venezuela un régimen a lo Trujillo o a lo Somoza, con el visto bueno
de los yanquis. Por otra parte, creía que Betancourt como un topo comunista.
En efecto, las ideas expresadas por Betancourt en el
ensayo Venezuela, política y petróleo y
sus intervenciones públicas no concordaban con la visión estadounidense del
capitalismo de posguerra sino, más bien, con las del modelo socialista.
Tras volver del exilio y presidir de nuevo al país,
Betancourt tampoco adoptó el liberalismo como eje del desarrollo, sino una
suerte de capitalismo de Estado, paternalista y clientelar, según el marxismo–engeliano
aplicado por Josip Broz (Tito) en Yugoslavia.
Los gringos apostaban a lo seguro, hipótesis sobre
la cual existen opiniones y documentos valiosos que la soportan. Para nada les servía
un caudillo de vieja data gobernando en Miraflores. No querían a Delgado, pero mucho
menos a Urbina. Preferían a Pérez Jiménez, oficial egresado de Chorrillos,
quien indudablemente les favorecería en el reparto de las nuevas concesiones
petroleras.
La CIA aprobó la conspiración contra Delgado
Chalbaud, promovida por la Standard Oil y el Grupo Uribante. El FBI apoyó a Pérez Jiménez, exonerándole de toda
culpa en el magnicidio, y poniéndole en sus manos el timón de Venezuela.
Los resultados de la investigación sobre el
magnicidio, realizada bajo la supervisión personal de John Edgard Hoover,
fueron compilados en cuatro gruesos volúmenes, y distribuidos profusamente entre
los medios. Pero más tarde, se recogieron.
En ellos no se incriminaba a Pérez Jiménez, pues ya
el culpable había sido identificado. Las preguntas que se formularon entonces
fueron–: ¿Por qué fueron confiscados
estos libros? ¿A quién o a quiénes involucraban las pesquisas del FBI?
Delgado Chalbaud no murió durante su abducción, en
la cual quedó desfigurado su escolta, el teniente Julio Bacalao Lara. Como le pasó
al torero Paquirri, Delgado Chalbaud se desangró internamente, sin percatarse que
la vida escapaba entre las tripas.
Al caer en manos de la Seguridad Nacional, los
Urbina fueron ejecutados ipso facto. Aranguren purgó una pena larga en los
calabozos de la dictadura. Al volver la democracia y recién recuperada su
libertad, desapareció, misteriosamente, mientras sobrevolaba a Barlovento.
Los celos entre la CIA y el FBI en el escenario venezolano
El general Pérez Jiménez recibe la Medalla al Mérito de EEUU
¿Quién vendió la conjura?
Probablemente Pedro Estrada, sabueso por instinto y
policía de profesión, quien sirvió a todos los gobiernos venezolanos, desde
Gómez hasta Pérez Jiménez, y llegó a comandar a un ejército de 5 mil esbirros,
en una Venezuela que apenas contaba con 7 millones de habitantes y cuyas FFAA no
superaban los 15 mil efectivos.
Aunque sus subalternos podían ser considerados
verdaderos prototipos lombrosianos, Estrada, con tan mala entraña como ellos,
les llevaba una morena en cultura e inteligencia.
Vestía con elegancia y distinción. Hablaba,
fluidamente, francés e inglés; el primero por haberlo estudiado en Trinidad, el
segundo por haber sido alumno sobresaliente del Deuxieme Bureau en Francia.
Estrada fue siempre un hombre de hogar. Al final de
su mandato casó, en segundas nupcias con una hermosa viuda de la mejor sociedad
caraqueña. Con sus dotes de seductor y la partida secreta del Ministerio RRII,
consiguió muchas más delaciones que mediante la tortura .
La inusitada cortesía la cual le trató el gobierno
francés durante el exilio, fue una contraprestación a los servicios que Estrada
les brindó como asesor de seguridad del Estado, en los momentos críticos habidos
después de la Independencia de Argelia.
Tras el atentado contra De Gaulle, el gobierno tomó
la iniciativa y terminó con las ilusiones de los aguerridos legionarios y
paracaidistas indochinos y argelinos, quienes ansiaban devolverle a su nación
la grandeza colonial.
Haya sido como fuera, el poder del cual disfrutó
Estrada sólo es comparable, proporcionalmente, al que tuvieron Hoover, director
del FBI, o Beria, Comisario de Seguridad de la URSS.
La
intervención de Estrada al resolver el magnicidio se puede explicar en
función las desavenencias existentes entre los organismos de seguridad de EEUU cuando
mataron a Delgado Chalbaud: el FBI espiaba a la CIA y viceversa.
Estrada tuvo que haber recibido una alerta del FBI
sobre el complot contra el Presidente. Sin descalificar la macabra eficiencia
de la Seguridad Nacional, sólo así puede entenderse la velocidad conque Estrada
detectó, detuvo y ajustició a los conjurados, y el FBI resolvió policialmente
el crimen.
Si se considera esta hipótesis como verdadera,
Estrada, debió preguntarse–: ¿A mí qué me
conviene más, que mande Delgado Chalbaud o Pérez Jiménez?
¿Por qué la CIA y el FBI habrían actuado de manera
distinta y contradictoria en este caso?
En 1942 el Presidente Franklin D. Roosevelt fundó la
OSS –Office of Strategic Services– para inteligencia
militar y sabotaje. Roosevelt se proponía, entre líneas, limitar el control absoluto que Hoover poseía
a la fecha, control que definió muy bien el Presidente de la Comisión Judicial
del Congreso Norteamericano: Hoover tuvo
en sus manos el poder absoluto sobre la vida y el destino de todos los
estadounidenses. No hubo presidente, congresista ni funcionario público, de
cualquier rango, que no estuviera fichado por él…[5]
Y lo ejerció, ¡de qué manera!
Durante la II Guerra Mundial internó en campos de
concentración a miles de inocentes estadounidenses, cuyo único pecado era su
ascendencia japonesa. Después del conflicto se dedicó a cazar brujas, enjuiciando por sospechosos de comunismo a más de 50
mil personas, entre quienes cayeron Robert Oppenheimer, padre de la bomba
atómica, y Charles Chaplin, a quien deportó por la nimiedad de haberse burlado de
él en una de sus películas.
Durante las dos últimas décadas de su gestión de 44
años se produjo el magnicidio de John Kennedy y los homicidios de Robert
Kennedy, Malcolm X y Martin Luther King, a quienes Hoover consideraba enemigos jurados, en circunstancias aún
oscuras. Inmediatamente después de su muerte, y por órdenes expresas del Fiscal
General de la Nación, los archivos personales de Hoover fueron destruidos.
Truman, que sucedió a Roosevelt en la Presidencia de
EEUU, desconfiaba de Hoover tanto como su antecesor, por lo cual le confirió a
la OSS la responsabilidad de analista de la información global, coordinación de
inteligencia y contrainteligencia y planificación de operaciones encubiertas.
Así nació en 1946 el CIG —Central Intelligence Group—.
William Donovan, su Director pudo finalmente en 1947
consolidar a los servicios de inteligencia en un organismo único de seguridad,
la CIA, como se la conoce al presente. Sin embargo, para lograrlo, se vio
obligado a cederle a Hoover el control del espionaje y contraespionaje en territorio
estadounidense.
Si alguien no creyera la historia de Hans Braun
sobre la participación de la CIA en el magnicidio de Delgado Chalbaud, de lo
que sí no debería dudar es de su larga intervención en todas los golpes de
Estado y conflictos bélicos habidos en Iberoamérica, desde la caída de Jacobo Árbenz
en 1952, Presidente de Guatemala, hasta las guerras civiles que asolaron a
Centroamérica en los últimos tres decenios del Siglo XX, así como en los
asesinatos de Rafael Leónidas Trujillo y Salvador Allende.
A Fidel Castro la CIA le dedicó una docena de
frustrados intentos de asesinato, empleando medios que parecen sacados de las
películas de James Bond. Chávez heredó de su mentor, Fidel, la paranoia contra
la CIA y, de vez en cuando, afirmaba que la CIA lo quería quebrar. Empero, donde lo quebraron fue en La Habana.
Con el fin de la Guerra Fría, la CIA se volvió obsoleta
y el sitial preeminente que una vez tuviera lo ocupó la DEA. Los peores fallos
de la CIA ocurrieron en la voladura de las embajadas americanas en África, el
ataque suicida contra el destructor USS
Cole en Yemen y los falsos positivos en identificación de armas de
destrucción masiva en Irak.
Por razones históricas, a los venezolanos les repugna,
profundamente, apelar a la solución estadounidense
para liberarse, expeditamente, de jefes de Estado indeseables o inconvenientes.
[1] Nombre ficticio que ampara a un
personaje real a quien conocí personalmente.
[2] Se refiere a uno de los ríos que
discurren por el Estado Táchira.
[3] Cuando cayó Pérez Jiménez, en
1958, Miguel Moreno intentó volver a Venezuela por Maiquetía, pero las nuevas
autoridades le deportaron a Nueva York, en el mismo avión de Pan American en el
que había llegado.
[4] Esta hipótesis fue formulada por
el doctor Juan Bautista Fuenmayor, co fundador del Partido Comunista de
Venezuela, pensador y ex Rector de la Universidad Santa María de Caracas. La
publicó en Santiago de Chile, mientras se hallaba exiliado, y la tituló Aves de rapiña sobre Venezuela. A fin de
descalificar su importante aporte, se editó un libro homónimo, donde se tildaba
de corruptos a honorables ciudadanos que habían servido en el régimen de Pérez
Jiménez, lo cual hizo que amigos y simpatizantes le hicieran la cruz al
documento original.
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