El fascismo criollo (IV)
Capítulo X
La vuelta del nacional–socialismo
en Venezuela
En 1958, los partidos socialistas venezolanos
salieron de la resistencia y el exilio y volvieron al poder, repitiendo la
abortada experiencia de 1945. Fue la llamada IV República, consagrada en el Pacto
de Punto Fijo, del cual sólo quedaron excluidos los comunistas y izquierdistas
radicales, que se fueron a las guerrillas por órdenes del Che Guevara y Fidel
Castro.
La alternancia puntofijista en acción: Caldera le pasa el testigo a CAP
El modelo de la IV
República nunca le devolvió al país las garantías económicas que habían
sido suspendidas durante la II Guerra Mundial. Cuando Pérez Jiménez aplicó el
programa del Nuevo Ideal Nacional, se
cuidó mucho de reservar para el Estado la propiedad de las empresas básicas: acero, aluminio, energía eléctrica, petróleo.
Tanto la nacionalización del hierro, decretada por Rafael Caldera, y de las
trasnacionales petroleras, a cargo de Carlos Andrés Pérez, siguieron las reglas
económicas impuestas por la dictadura perezjimenizta. Por eso, Arturo Uslar
Pietri nunca creyó que la IV República fuese una democracia verdadera, sino,
más bien, un régimen de libertades.
También se emprendieron programas para darle a los
desposeídos asistencia gratuita en alimentación, educación y salud. Durante el segundo
período de Rafael Caldera, el comandante golpista Francisco Arias Cárdenas
manejó el programa El vaso de leche
escolar, a escala nacional, el cual se complementaba con comedores populares
y becas escolares.
En Cúcuta, capital de la Provincia del Norte de
Santander, había busetas que iban desde Cúcuta hasta la Maternidad de San
Cristóbal, pues la atención médica a las embarazadas era absolutamente gratuita
en Venezuela, pero totalmente impagable para los pobres en Colombia.
Sólo en el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez se
intentó adentrar a Venezuela en la economía de mercado, con un paquete de
medidas preparado por el economista Miguel Rodríguez.
Sólo un pequeño incremento del precio de la
gasolina, muy por debajo incluso de los costos internacionales, desencadenó una
serie de manifestaciones in crescendo que, más adelante, dieron pie en 1989 a El Caracazo,
un estallido social predador, organizado, entre otros, por el comisario de
policía Freddy Bernal, que debió ser sofocado por el Ejército, con u balance de
más de un mil muertos. Después de El
Caracazo, vinieron los golpes del comandante Hugo Chávez en febrero de
1992, y del general Francisco Visconti, en noviembre del mismo año.
Ese mismo año apareció en el Diario El Nacional un recuadro donde se
informaba del presunto manejo doloso de 250 millones de bolívares, por la una
rectificación de la partida secreta del Ministerio de RRII. Esa nota condujo a
la acusación por malversación y peculado del Presidente Pérez, su destitución y
privación de libertad. Estos actos le sirvieron el poder en bandeja de plata a
la anti–política, representada por Chávez.
La labor de zapa del comunismo infiltrado
Mientras la tormenta
perfecta parecía haberse convertido en chubasco
tropical en el régimen de libertades
de la IV República, en 1964 se gestaba un nuevo nacional– socialismo o fascismo
criollo, la Revolución Bolivariana.
Chávez, líder de un golpe que comenzó a planearse desde 1964
Según Alberto Garrido[1],
el 18 de octubre de ese año los marxistas aprobaron un informe sobre la
situación político-militar del país, documento que había sido elaborado por
Douglas Bravo y Elías Manuitt, comandantes de la lucha guerrillera en la Sierra
de Falcón. Fue el primer escrito que trataba la fusión de la guerrilla y las
FFAA venezolanas.
En él se destacaba, como una singularidad venezolana,
la inexistencia de clases cerradas en lo
económico, político e ideológico, característica proveniente de la esencia del
Ejército independentista y la doctrina igualitaria y popular de la Guerra
Federal. Por eso, el icono del Libertador siempre estuvo presente en la
guerrilla venezolana.
Cuando los documentos
de la montaña fueron aprobados, existía el Frente Simón Bolívar, a cargo de Argimiro Gabaldón. También el Ezequiel Zamora, dirigido por Francisco
Prada. Solamente faltaba entonces el nombre de Simón Rodríguez para completar el
Árbol de las tres raíces. A fines de
los años sesenta, también Simón Rodríguez fue reivindicado por la guerrilla.
Cuando apareció Ruptura, brazo legal
del Partido de la Revolución Venezolana
(PRV), el sector guerrillerista de Bravo, que en 1966 se había desprendido
del Partido Comunista, distribuyó un afiche de la organización con el rostro
del maestro de Bolívar.
La inserción de la guerrilla en las FFAA fue
estimado a corto y largo plazos. A largo plazo, para hacer proselitismo y acumular
fondos para el momento insurreccional, evitando desperdiciar ambos recursos en
acciones inoportunas. A corto plazo, para convertir a las FFAA en un proveedor de
armamentos, logística, inteligencia y otros para el usufructo del movimiento .
Los fallidos intentos golpistas de Carúpano y Puerto
Cabello –mayo y junio de 1962– se basaron en la estrategia de cívico–militar
diseñada por el Partido Comunista en 1957.
Su fracaso tuvo como consecuencia la captura de varios
oficiales miembros del Partido Comunista o el Movimiento de Izquierda Revolucionaria.
Algunos de ellos incorporaron después a la guerrilla, y llegaron a tener mandos
en la insurrección: Manuel Azuaje, Rider Colina, Elías Manuitt Camero, Pedro
Medina Silva, Juan de Dios Moncada Vidal, Manuel Ponte Rodríguez. Entre los
civiles que participaron de los alzamientos se encontraban Humberto Arrietti, Pedro
Duno, Germán Lairet, Eloy Torres, tutelados por Guillermo García Ponce.
La guerrilla nunca se planteó una revolución
dirigida desde las FFAA, sino la derrota total de éstas. Hacia 1976 la
guerrilla fue militarmente vencida mas,
gracias al encarcelamiento de Richard Izarra[2],
editor de la Revista Reventón, veteranos combatientes que compartían
celda con el joven periodista –de 19 años de edad–, conocieron a su hermano, el
piloto militar William Izarra, y establecieron un vínculo entre Izarra y Bravo.
Ya Izarra había incluido en su programa político el ambientalismo,
el indigenismo, el reformismo y un culto popular que incorporaba como deidad a
Bolívar. En lo internacional, se identificaba con la Tercera posición, apartada de la bipolaridad y cercana a la Revolución
Cultural China.
El nuevo objetivo era la alianza cívico-militar, que en lo castrense se traducía en la
formación de un Tercer Ejército, o Ejército Continental de Bolívar, mezclando a los
revolucionarios de las FFAA con la vieja guerrilla.
La Revolución
Bolivariana devendría de la ruptura histórica, de ahí que la publicación de
la organización se llamara Ruptura
Continental, tras la cual se crearía una
nueva civilización. Izarra quedó seducido por los planteamientos de Bravo,
y se dedicó a formar con ahínco un movimiento clandestino para impulsar la
revolución desde las FFAA.
Así nacieron, sucesivamente, Revolución 83 y Alianza
Revolucionaria de Militares Activos. Los grupos subsistieron hasta que Izarra
fue expulsado de la Aviación Militar, por un chivatazo.
Entonces, la estrategia tomó otro camino.
En 1977, se instaló el Frente Militar de Carrera, para coordinar a los distintos componentes.
En el Ejército se cuadraron, el Comité de
Militares Bolivarianos, Patrióticos y Revolucionarios, el Ejército Bolivariano y luego el Movimiento Bolivariano Revolucionario (MBR–200).
Pocos militares, entre ellos Hugo Chávez, conocían
al cerebro de la conjura, Douglas Bravo. Toda la teoría a estaba servida para
los jóvenes oficiales: su elaboración le había llevado a la dirigencia
guerrillera, para ese momento, más de tres lustros. Hasta el cantautor Alí
Primera era símbolo del MBR–200.
El MBR–200, con base en el Ejército, se expandió a
la periferia bajo el mando de Chávez. En 1986, Francisco Arias Cárdenas, quien
había sido cercano a Izarra y al Ejército
Bolivariano, se reunió con Chávez en San Cristóbal a negociar las
condiciones de una alianza. Chávez sostenía, en líneas generales, las viejas
tesis guerrilleras. Arias, en cambio, planteaba una conspiración militar
clásica, aunque preservando los nexos con el sector civil, el cual veía necesario,
fundamentalmente, como apoyo logístico.
El pacto Chávez-Arias desplazó a Bravo. Pero no a
las franquicias de la Revolución Bolivariana,
que sólo cambiaron de dueño. La llegada de Kléber Ramírez al MBR-200, ex
dirigente del PRV, significó el reconocimiento a las ideas de Bravo.
Tras el fracaso militar del 4–F, se produjo la
ruptura ideológica, política y organizativa entre los comandantes del
alzamiento.
Un grupo, bajo el liderazgo de Arias, se reincorporó
a la vida política a través del gobierno de Rafael Caldera; y el otro,
conducido por Chávez, se mantuvo enfrentado al sistema.
Chávez anticipó, en la prisión de Yare, una guerra
civil, considerándola fratricida, pero
justa y legítima. Al quedar en libertad, Chávez se inclinaba por la
abstención electoral, pero Luis Miquelena le convenció, encuestas en mano, que
la vía electoral era posible para asaltar el poder.
Surgió así lo de la revolución pacífica y democrática. William Izarra, llamado por
Chávez como parte del nuevo equipo, definió su estrategia de la siguiente
manera: Tomar el poder por la vía
electoral para, desde el Gobierno, implantar el modelo revolucionario.
En el ínterin apareció Norberto Ceresole, sociólogo
argentino asesor de Raúl Seineidin, jefe de los militares rebeldes argentinos llamados
carapintadas. Chávez y Ceresole se
encontraron en 1994, y desarrollaron una intensa relación. Chávez tomó de
Ceresole dos ideas centrales. Gobernar con legitimidad popular –Con Chávez manda el pueblo–, pero a
través del Ejército –Obediencia debida–,
para evitar las interminables discusiones de las democracias representativas.
El modelo fue llamado por Ceresole pos democracia. En el plano
internacional, planteaba un mundo
pluripolar, capaz de enfrentar al mundo
unipolar liderado por EEUU. El nuevo
orden internacional, alianzas estratégicas con los aliados de gobiernos y movimientos opuestos a EEUU: China,
Cuba, Irak, Irán, Libia y Rusia para empezar.
El 11 de abril del 2001 la Revolución Bolivariana ideada por Bravo, modelada por Ceresole y
liderada por Chávez, chocó con una traumática realidad: una buena parte de la
alta oficialidad de las FFAA rechazaba a la revolución. Chávez fue depuesto y
repuesto en 48 horas, por falta de un proyecto de poder de quienes le tumbaron.
El resultado inmediato del doble sacudón fue el
cambio de rumbo de la estrategia. Se volvió al proyecto original
cívico–militar: una parte de las FFAA se quedó con el sector revolucionario de
la población para provocar la ruptura histórica.
Capítulo XI
El convenio
entre la clase media y el gran capital
Apoyándose en
la experiencia europea, Dos Santos
arriba a las siguientes conclusiones:
Puesto que el fascismo
se apoya en la pequeña burguesía y
una ideología política
social–confusa, el Estado
fascista es en realidad un convenio entre la clase media y el gran capital.
En consecuencia, los regímenes fascistas concretos no son los necesariamente imbuidos y
construidos sobre ideales equívocos y
demagógicos, sino como resultados del encuentros entre estos ideales y las condiciones objetivas.
Por eso –según Dos Santos– es impropio calificar de fascistas
a los gobiernos de Juan Domingo Perón y Getulio Vargas, ya que–: …las
formas corporativistas que se
dibujaban alrededor de estos regímenes reflejaban, en el contexto de los años treinta un ideal
liberador y nada
reaccionario.[3]
Empero, si considera las dictaduras militares como regímenes fascistas-dependientes, pues
reemplazan la imagen del jefe por el de una elite tecnocrática militar y civil,
y al aparato nacional burocrático–militar por la represión y el orden público como factores de
desarrollo.
Otro escritor que comparte esta segunda corriente es
Armando Cassigoli, quien distingue dos clases
de fascismo: el del esquema europeo de las entreguerras del siglo y el
latinoamericano, al que prefiere categorizar como atípico. Su juicio valorativo no profundiza en las especificidades de
los regímenes latinoamericanos, sino que diferencia y asemeja ambos modelos.
El primer
fascismo es un fenómeno político, fundamentalmente europeo, inherente a la
acumulación de la riqueza, al cual Lenin denominó “imperialismo”. Se
caracteriza por oponerse al proletariado, al internacionalismo, al socialismo, al bolchevismo y al capitalismo
liberal. El segundo tipo, de franco
desarrollo en America Latina, presenta analogías formales con el
primero, pero aparece en un contexto diferente: la internacionalización del
capital y multiplicación de las
transnacionales. Adopta como ideología la defensa del
mundo libre, de la cultura occidental, del Hemisferio; es decir, la
preservación del status capitalista global.[4]
Un ensayo de Marcos Kaplan ilustra la tercera
interpretación cuando responde a la siguiente pregunta –: ¿Cuándo aparece y se desarrolla una
modalidad sui generis del fascismo latinoamericano? Desde el comienzo de
los años treinta, donde se inicia el declive, la descomposición mas o menos rápida de las estructuras y condiciones socioeconómicas
que habían facilitado al Estado
tradicional y a la oligarquía el cumplimiento de sus metas y objetivos,
permitiéndoles consolidar su dominación y su
hegemonía.
La aparición del
fascismo se explica como resultado de esta contradicción insoluble entre las
exigencias del modelo de crecimiento y el tipo de economía y de sociedad que
pretende llevarlo a cabo; los efectos de la hegemonía en crisis y la continua inestabilidad
política.
A través del
fascismo, se consolidan la elite oligárquica y sus alianzas estratégicas, se
refuerza la intervención estatal y se redefine su aplicación, se le da paso al desarrollismo,
la utilización práctica de la ciencia y la tecnología y la captación de la
meritocracia para reorientar el sistema educativo, asignar recursos crecientes
a las formas simbólicas de poder, militarizar parte de la burocracia estatal,
universalizar la coacción y elaborar un
nuevo orden político.[5]
Kaplan piensa que la elite oligárquica refuerza
y organiza un sistema de alianzas que le permite un mayor refuerzo del poder. Esta conversión adaptativa de la oligarquía se completa con vínculos con
las trasnacionales y las FFAA; así como con intelectuales, tecnócratas,
meritócratas, burócratas, profesionales de clase media, sindicalistas y la
aristocracia obrera.
Finalmente, de manera dogmática y pesimista,
pontifica–: El fascismo se ha instalado y
va a perpetuarse para siempre, pues dada su
naturaleza y resultados, aspira a la
eternidad.
El neofascismo en cuestión
Dos criticas de origen marxista descalifican la hipótesis
del fascismo aplicado a la dominación de Iberoamérica. La de Hugo Zemelman, que lo visualiza como un régimen militar
nacido en el seno de una sociedad socialista –la sociedad chilena bajo
Pinochet–. La de Borón, que rechaza enfáticamente la mera existencia de un fascismo latinoamericano.
Zemelman
propone que negar o afirmar a los regímenes fascistas
en America Latina requiere definir e identificar a priori los
rasgos de su esencia. Para él, el fascismo luce como una incapacidad de la alta
burguesía para controlar al proletariado. El fascismo tiene como atributo la unidad monolítica, que exige, a su vez la
sumisión de las masas populares y de la burguesía
–u obediencia debida– rompiendo así los
nexos del aparato estatal con todos los intereses particulares de los grupos socioeconómicos,
lo que explica la independencia
del poder fascista de la antigua clase gobernante.
Otro
rasgo distintivo del fascismo es su formateo como movimiento de masas radicalmente antiliberal,
e instrumento de los grandes intereses
monopolistas y terratenientes, bajo la cobertura del cooperativismo.
Respecto al fascismo chileno, Zemelman se aparta de los demás.
En Chile la
organización de un
movimiento de masas y de un
partido que hubiera
sido el centro
supremo de decisiones,
no se dio: las FFAA se auto–asignaron ambas funciones.
Además, apartaron a los partidos democráticos tradicionales y cuestionaron a
sus líderes. El proceso chileno nunca recurrió a factores carismáticos ni a la
demagogia socialista para movilizar las fuerzas pequeño–burguesas, como sí lo hizo el fascismo europeo. La
ausencia antes del golpe de Estado de un partido de masas de
oricntaci6n fascista –que pudo haber
sido el Demócrata Cristiano de Eduardo Frei–, facilitó el enfrentamiento directo
entre las FFAA y la oposición.
Los militares, al echar a los partidos tradicionales, se convirtieron
en la nueva clase política. A
modo de conclusión, Zemelman estipula que el proceso de fascistización que
va de la etapa popular a la etapa militar
y totalitaria), al no
haberse cumplido en Chile, se
caracterizó sobre todo por su carácter militar y burocrático.[6]
El sociólogo argentino Atilio Borón se pregunta–: ¿Es el fascismo un término apropiado para
definir la naturaleza de los regímenes políticos de esta región? No es recurriendo a la denuncia ideológica y a palabras que arden, justificadas
y empleadas correctamente en otras épocas y lugares, como se detectan los rasgos distintivos
de los gobiernos represivos de America
Latina.[7]
Borón critica la utilización desconsiderada del
concepto proceso de fascistización en
Iberoamérica, pues llevaría a meter en un mismo saco de gatos las dictaduras
de Anastasio Somoza, Rafael Leónidas Trujillo, Alfredo Stroessner y Françoise Duvalier;
las cuales, según él, nada tuvieron de fascismo:
Si la fuerza. la
violencia inherente a todo Estado son sinónimas de fascismo, hay que considerar a toda la historia de la humanidad
como “la historia del fascismo”. El
fascismo crece sobre las ruinas de
una ofensiva revolucionaria frustrada y los hombros de una
amplia movilización de la pequeña burguesía […] El fascismo es un sistema que,
pese a su amalgama contradictoria, representa una alternativa a la vieja
ideología liberal.
El nuevo autoritarismo militar aparecido en Iberoamérica
a finales de los años sesenta y setenta del
Siglo XX –según Borón– no estaban vinculados necesariamente con el crecimiento
del capitalismo monopolista, lo cual si habría ocurrido en Europa cuando la gran
burguesía nacional fue, al mismo tiempo, hegemónica, monopolista e imperialista.
La internacionalización fascista en los mercados periféricos se realizó de
forma distinta en Alemania e Italia y Alemania pues su capitalismo estaba
retrasado. Fue un intermedio pos
populista producto de las crisis de las instituciones liberales, y cuyo objetivo centralizo en
crear nuevas alianzas.
Según Borón, los dueños del capital transnacional
aseguraron su poder al dominar a la pequeña burguesía nacional y a ciertos sectores
de la clase media que pudieron obtener beneficios concretos en el nuevo esquema
de acumulación. En tercer lugar, insiste
Borón, deben establecerse diferencias con los fascismos europeos pues en los
autoritarismos latinoamericanos no hay masas
que apoyen a tales regímenes ni una ideología que los secunde.
A partir de Allende en Chile y Goulart en Brasil, Borón destaca que, pese a una movilización
de clase media al estilo fascista, sus militarismos, desestimaron y soslayaron
al activismo social, incluso en aquellos casos puntuales en los que las
movilizaciones podrían haberles ayudado a fortalecer sus bases de apoyo. Estima
igualmente que entonces tiempos no había nexos económicos entre la gran
burguesía y la clase media. Distingue como último factor diferenciador que no
estuvo presente en las dictaduras latinoamericanas una reestructuración parecida a la que
efectivamente hubo en los regímenes fascistas europeos.
El aspecto político mas interesante en su análisis se
refiere al momento en que se militariza
al Estado. Señala que, en contra
de las formas convencionales
de intervención militar
–por ejemplo, los pronunciamientos–,
son las FFAA las que ocupan los variados organismos estatales, proyectando su estructura jerárquica sobre el resto de la nación. Desde este punto
de vista Borón lanza la siguiente hipótesis–: La ascensión de las FFAA se transforma en partido orgánico de la gran
burguesía, y como corolario, la
propia institución militar se convierte en el
partido del orden público, cuando
colapsan las múltiples fórmulas de la democracia representativa con las cuales
se pretendió solventar las crisis. Desde esta óptica concluye, que el Estado militar es la alternativa histórica
del fascismo para manejar los
mercados periféricos.
El argumento de partido militar para el desarrollo económico fue
aplicado, , al caso brasileño por Alain Rouquie, quien lo ha aplicado en primer
lugar al caso brasileño, haciéndolo extensivo después al resto de América
Latina–: Las FFAA pueden convertirse en
políticas para reemplazar las funciones asignadas constitucionalmente a los
partidos […] Esos regímenes sin partido ni aparato no poseen una base masas y ni
tratan de tenerla. No politizan sino despolitizan
a sus ciudadanos, no adoctrinan a la clase obrera sino que la incitan a mantenerse
tranquila […] Los estados militares nacieron para suprimir la política y no para
crear otro orden político […] Más que definir la naturaleza de estos
regímenes, hay que hablar de las
funciones asumidas por los militares, que representan la hegemonía sustitutiva,
donde el Estado-parapeto reemplaza al Estado-social. Lo que no significa as
FFAA se desvincule de la lucha de clases o se conviertan en instrumento la
burguesía, sino que actúa en ambas modalidades, no de manera alternativa, sino
simultáneamente. [8]
[1] Garrido, Alberto: De la guerrilla al militarismo (2001)
[2] Izarra, William: En busca de la revolución (2001)
[3] Dos Santos, Theotonio: Socialismo y fascismo en America
Latina hoy
[4] Cassigoli, Armando: Fascismo
típico y fascismo atípico
[5] Kaplan, Marcos: ¿Hacia un fascismo latinoamericano?
[6] Zemelman, Hugo: Acerca
del fascismo en
América Latina (1978).
[7] Atilio Borón: Empire and Imperialism (2005).
[8] Rouquié, Alain: El estado militar en América Latina (1984
).
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