Henri Barbusse (1873-935), periodista y escritor francés profundamente comprometido con la justicia social y la libertad de expresión, publicó El infierno (1908), una novela desolada y pesimista, en la cual narra las experiencias de un empleado bancario, vistas a través de un pequeño agujero que media entre su habitación y la vecina en una pensión de París.
Al otro lado sucede de todo, en la suya sólo existe voyerismo, que justifica para entender lo que ocurre en su entorno, y que concluye en una extraordinaria afirmación: Todo está en nosotros. El dolor y el placer, la guerra y la paz, el cielo y el infierno.
Se trata de un texto magistral, como lo destacara en su momento Vicente Blasco Ibáñez; para leérselo de un jalón, y así lo hicimos hace varias décadas, aunque todavía conservemos su trama fresca en la memoria.
Lo que une a escenas aparentemente inconexas del relato es la vida misma, que transcurre sin orden ni concierto aparentes, y que contrasta con la existencia real del autor, pues Barbusse no fue sólo un letrado, sino un hombre de acción, quien enfrentó en numerosas ocasiones al establishment para defender sus ideales, y que, aún siendo un pacifista confeso, al estallar la Gran Guerra no vaciló en presentarse como voluntario, a los 41 años de edad, y pelear en la primera línea de fuego durante 23 meses, hasta que fue dado de baja por estrictas órdenes facultativas.
Esta capacidad de observar, reflexionar o, atar hechos y sucesos que a primera vista lucen desvinculados, sacar conclusiones válidas del proceso y proceder en consecuencia, es lo que se nos pide ahora para resolver las penurias morales y materiales que aquejan a la República.
Lo decimos tomando como punto de partida dos opiniones muy interesantes recabadas en los últimos días. La primera, de un profesor universitario que concurrió a las últimas marchas de protesta y que contó durante la primera, sobre un trayecto alterno –detrás del Colegio de Ingenieros para ser más precisos- , los cadáveres de siete gallos presumiblemente decapitados en ceremonias satánicas previas al evento. La segunda, de un hermano que al comentarle la tormenta, el granizo y el terremoto del sábado pasado, nos recordó que esas son, exactamente, las manifestaciones con las cuales el Diablo anuncia su regreso. No queremos que algún lector se lo tome a joda, pues se trata de asuntos muy serios, sobre los cuales hay numerosas referencias históricas.
Sin ir más lejos, trasladémonos a la Isla de La Española, a hora y media de vuelo desde Caracas.
Cuando América adoptó los idiomas y la civilización occidentales, los esclavos enmascararon sus cultos y dioses africanos en el cristianismo, desarrollando dialectos para engañar a sus amos y la Inquisición. Sucedió en Curazao con el papiamento, en Cuba con el ñáñigo y en Paramaribo con el taki-taki. Los haitianos concibieron el suyo, pero a diferencia de sus vecinos, el patois creole, más que en un rasgo de identidad cultural, se transformaría, a la larga, en un instrumento para la sumisión de ellos mismos.
A finales del Siglo XVIII Haití fue primer Estado de América en abolir la esclavitud, (1794), y se convirtió en la colonia más próspera del Nuevo Mundo, pues Francia colocó en ella dos tercios de sus inversiones foráneas. Contaba con una población de 600 mil habitantes y no sólo producía la totalidad de su cesta básica, sino exportaba millones de toneladas al año de algodón, azúcar, cacao, café e índigo, actividad que ocupaba a más de 80 mil trabajadores y abastecía y movilizaba una flota de 700 buques. El per cápita haitiano era entonces 10 veces superior al suizo.
Al independizarse años después, la Isla Mágica siguió siendo tan próspera que a ella fue donde acudió Bolívar, después de caída la Primera República, para lograr el apoyo material que requería el relanzamiento de su gesta libertaria.
En 1957, Jean-Françoise Duvalier fue electo Presidente de Haití, con todos los recursos para sacar al país de la terrible postración en que estaba. Doctorado en París, se había distinguido por combatir las enfermedades y aliviar los dolores de su gente.
¿Qué cambio horrendo sufrió su psiquis al llegar al poder? Al investirse renunció a su condición de médico, se autonombró jefe supremo del vudú –una secta diabólica que explota las ánimas en pena o zombis-, organizó a sus círculos del terror -los Tontons Macoutes-, transformándolos en la policía más primitiva y depravada del Caribe.
Armado de la represión y el animismo, desató la corrupción, promovió la superstición y mantuvo desinformado a su pueblo.
La educación primaria, libre y obligatoria hasta su mandato, se convirtió en privilegio para los hijos de la clase dominante. El francés dejó de ser idioma coloquial, y fue sustituido por el creole, artimaña que le permitió aislar aún más a sus compatriotas de la globalidad, impidiéndoles a los defensores de los derechos humanos comprender siquiera los reclamos de las víctimas de la barbarie.
Los profesionales y tecnócratas abandonaron el país en masa, y muchos de ellos se establecieron y son hoy las cabezas más visibles del progreso en los países emergentes africanos, pues el haitiano ha demostrado a través de los tiempos un mimetismo asombroso a los nuevos ambientes. Y es que el natural de la Isla Mágica es cortés e inteligente, recio trabajador y asciende rápidamente en el estrato social, tal como lo evidencian, para no ir tan lejos, los balseros emigrados a Miami.
Papá Doc y su hijo, Baby Doc, culminaron sus desafueros con la reducción de Haití a la más espantosa miseria y profundo temor. Hoy Haití es uno de los países más pobres del mundo, ciertamente el más depauperado de América, y sobrevive, malamente, gracias a la ayuda internacional y la ocupación militar de los cascos azules de la ONU.
Por eso, volviendo a los gallos decapitados y las reacciones telúricas, relacionémoslos –no con ese Averno pintado por Dante Aleghieri y caricaturizado hasta la saciedad por los racionalistas a ultranza- sino con El infierno de Barbusse, y el demonio que ha poseído a tantos sátrapas en el devenir histórico. Y compartamos la conclusión del intelectual, el problema y la solución, Dios y el diablo: Todo está en nosotros.
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