Además de lo multitudinarias que fueron, lo más importante de las concentraciones de oposición del viernes y el sábado pasados, fue su eslogan ¡No más Chávez!, internacionalizado en la primera y sostenido en la segunda. Y así lo sostenemos porque, tras haber ejercido por más de 40 años el oficio de publicista, sabemos cuán difícil es atinar con una consigna impactante.
Aunque no hay reglas escritas al respecto, a nuestros alumnos les inculcamos una de las pocas verdades absolutas de la publicidad: Los mejores eslóganes contienen el nombre del producto y el beneficio al consumidor. En el caso que nos ocupa, están presentes ambas condiciones, y el joven neogranadino Alejandro Gutiérrez, autor de la feliz frase, debiera asegurarse de hacer constar su autoría por todos los medios habidos y por haber, para garantizarse aunque sea un recordatorio en la historia.
Alguien saltará y dirá que no es lo mismo vender a un producto –en esta situación, (des)venderlo- que a un líder. Aunque, como sabemos, publicidad y propaganda no son iguales, sí poseen raíces comunes, y lo que es bueno para el pavo también lo es para la pava.
El primer creativo que utilizó volantes como arma política contra un régimen autocrático fue Johannes Gutenberg –cuyo apellido real era Gensfleisch- (1398-1468), natural de Maguncia, Alemania, e inventor de la imprenta tipográfica en Europa (1450). Por causa de dicho volante, en el cual atacaba con todos los hierros al Príncipe de Hesse, Gütenberg se vio forzado a emigrar de la población de Alta Villa, donde estaba radicado tras graduarse de orfebre en la Universidad de Erfurt.
Su destierro lo llevó a la ruina, y tuvo que compartir los secretos de su invención con otros interesados para poder subsistir. La desgracia personal de Gutenberg, quien murió en la más completa miseria, resultó, empero, una bendición para el resto de la Humanidad, pues generó una revolución sin precedentes en la historia planetaria, que involucró a todos sus habitantes y transformó todas sus actividades.
Milenios antes de Gütenberg, el eslogan también era el arma favorita de los políticos en Creta. En algunos se solicitaban votos para tal o cual candidato, en otro, un vecino, harto de que le ensuciaran las paredes de su vivienda con estos reclamos, escribió una especie de maldición gitana donde invocaba todas las maldiciones divinas hacia los grafiteros de entonces.
Todo publicista se enfrenta, en algún momento de su carrera, con la política. Asesoramos a Rafael Caldera y Luis Herrera Campins en sus campañas triunfadoras, que ocuparon la Presidencia de la República durante tres períodos. Al segundo de los candidatos le escribimos el mejor eslogan de su contienda: ¿Dónde están los reales…? Sin embargo, dado que el éxito tiene varios progenitores –y el fracaso ninguno-, nuestro nombre se diluyó entre la envidia del pajonal generado por centenares de aspirantes a algún cargo en la administración herrerista. Lo cual debe también servirle como consejo al amigo Gutiérrez para que se ponga las pilas.
Pero hay reuniones publicitarias y propagandísticas a las cuales es preferible no asistir. Sobre todo aquéllas donde se discuten fotografías, logotipos y temas de campaña.
Lo de las fotos puede durar horas, requerir consultas de técnicos extranjeros y terminar no en la mejor opción sino en la que imponen el cronograma electoral, el fastidio y el cansancio.
La creación de un logotipo va del absurdo a la locura, con estados intermedios donde florecen las encuestas, los bocetos, la sociología y la psicología. No sabemos cuánto costaría que le voltearan la cara al oso de la Cerveza Polar, pero, con todo el afecto y respeto que la familia Mendoza nos merece, no creemos que el resultado final haya podido mejorar las características organolépticas, percepción o preferencia de tan popular fermentado alcohólico. Y lo decimos porque, en la actualidad, a ningún diseñador se le ocurriría trazar logotipos como los de Maizina Americana, Ford o Jabón Las Llaves; y vaya si han sido exitosos por más de un siglo.
Los temas, consignas y eslóganes pertenecen, asimismo, a este interregno de las buenas intenciones que, como se saben, recubren las paredes del Averno. Cuando son buenas, pues, en la mayoría de los casos, los asistentes se sienten creativos, y exigen su derecho a participar, el cual ejercen regularmente con muchas críticas y ningún aporte.
Por eso, regresamos a nuestra recomendación anterior, la de usar –de ahora en lo adelante y para todos los fines de la disidencias- el eslogan de Gutiérrez contiene la verdad bien dicha -con el perdón de McCann Erickson-, de manera clara, sintética, memorable y contundente: ¡No más Chávez!
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