Hace algunos años pesábamos unos 40 kilos más que en la actualidad y nuestras ingesta cotidiana era notablemente mayor. Dado que el resto del sistema circulatorio se hallaba en perfecto estado y por razones aún desconocidas –pero probablemente traumáticas-, una arteria que nutre la extremidad inferior derecha comenzó a cerrarse, y produjo un conato de lo que a se conoce desde tiempos inmemoriales como trombosis.
Anduvimos cojeando más de un mes, calzando chancletas con medias, súper pavoso, pero nos era imposible usar zapatos normales. Consultamos con tres galenos, quienes nos mandaron a hacer cualquier cantidad de exámenes, y sufrimos toda clase de burlas crueles y recomendaciones chimbas de amigos y conocidos, que ubicaban el origen de nuestro infortunio en un estilo de vida poco recomendable pero muy envidiable: gota, ácido úrico y otras impertinencias por el estilo.
Como ni los calmantes prescritos ni la mala o buena voluntad de los relacionados ayudaban, nos encontrábamos al borde de consultar a un sobador o brujo para conseguir alivio. Hasta que, de una manera casi milagrosa, el Destino nos puso en contacto con Enrique Gómez, excelente cardiólogo venezolano graduado en la Escuela Vargas de la UCV y posgraduado en el Instituto Karolinska de Suecia, la misma academia que otorga los premios Nóbel de medicina.
Tras un examen de cabo a rabo –como debe ser, puesto que un galeno manco es digno de toda sospecha-, el doctor Gómez detectó la causa y recetó los medicamentos requeridos, con la advertencia que de no surtir efecto en una semana, habría que pensar en un by-pass, pues la otra alternativa era serruchar el pie derecho. Efectivamente, a los siete días, los remedios actuaron y el pie volvió a recuperar su condición fisiológica, con la poderosa ayuda de mente que estaba aterrada frente alas opciones B y C.
El introito sirve para explicarle a los legos –entre quienes nos incluimos- las extraordinarias similitudes existentes entre la Medicina y la Economía, y que no son meras coincidencias sino procedentes de una misma metodología, el funcionalismo. En ambos casos, los organismos –uno orgánico y el otro social-, son percibidos y estudiados como vivientes, compuestos de partes y estructuras, sometidos a acciones y reacciones funcionales o disfuncionales y a crisis llamadas estructurales y coyunturales. Con la salvedad de que nos referimos a la Macroeconomía, la que inventó John Maynard Keynes, la que salvó al capitalismo en la recesión de los años treinta del siglo pasado, y la está salvando ahora. No a la que practican Jorge Giordani y sus discípulos, la que arruinó a Rusia, Europa Oriental, Cuba, Laos, Corea del Norte y de vaina no se lleva por los palos a China.
Lo malo de la Medicina y la Economía es que ambas ciencias son inexactas. Hoy resulta expulsado del vademécum un medicamento que hasta ayer era considerado como una panacea universal, porque, tras diez años de comercialización, demostró ser más peligroso que mono con hojilla. Hoy el ilustre economista D.F. Maza Zavala demuestra que endeudarse públicamente es bueno y malo, en una intolerable afrenta a la lógica aristotélica donde dos verdades de signo contrario no pueden coexistir: una de ellas tiene que ser falaz.
En fin, como advertía el Premio Nóbel de Literatura George Bernard Shaw, en Economía y Medicina todo es cuestión de ensayos y errores y estadísticas. Estadísticamente hablando –aseveraba el autor de Pigmalión en su Guía política de nuestro tiempo- la apendectomía es una operación menor, de escaso o nulo riesgo para el paciente. Sin embargo, en mi caso y por sus complicaciones colaterales, me costó una postración de casi quince días y demandó una lentísima recuperación. Con lo cual quiero expresar que las verdades estadísticas, sean médicas o económicas, ni me complacen ni me satisfacen.
Contra viento y marea y un cúmulo de malos augurios, provenientes de las trincheras de la izquierda y la derecha retrógradas, las medidas keynesianas adoptadas por el Presidente Barack Obama y otros mandatarios de los países centrales, están sacando de la crisis al modo capitalista de producción, un foso al cual lo condujeron capitostes de malas entrañas y peores intenciones, quienes se jugaron los dineros de los demás como si las bolsas fueran las mesas de los casinos. Todo lo cual sucedió ante la complacencia y cabronería de las autoridades financieras del Primer Mundo.
Por supuesto que, para 1 de cada 5 españoles hoy sin empleo, la situación es poco halagüeña o confortante, pues sus reflexiones no se basan en proyecciones a futuro, sino en la satisfacción de sus necesidades básicas. Pero para ellos hay una esperanza de recuperación, que no la hay para nosotros, inmersos como estamos en un sistema diabólico que agrupa lo peor de dos mundos: el estalinismo como ideología y praxis políticas y la más inicua explotación del hombre por el hombre del capitalismo salvaje.
Al recordar nuestra trombosis, revivimos su proceso de curación y los sacrificios que hicimos para consolidarlo. En primer lugar, pasar hambre, porque 40 kilos no se pierden de un día para otro, o con alguna dieta milagrosa. En segundo lugar, hacer ejercicio –en nuestro caso, caminar-. En tercer lugar, reordenar nuestra vida. Y funcionó, como funcionará la recuperación de la economía global, duélale a quien le duela y pésele a quien le pese.
Ahora bien, lo que no funciona ni funcionará es la economía chavista, porque no tiene ni pies ni cabeza, no hay ninguna buena intención detrás de ella, se basa en la repetición al caletre de propaganda comunista y sólo le sirve a unos cuantos acólitos, cuya brújula es la avaricia, y que nunca soñaron con enriquecerse tan rápida, desmesurada e indebidamente.
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