El racista es, primero que todo, un ignorante.
Es por ello en el colegio donde hay que
Inmunizar a un pueblo contra esta
degradación del espíritu.
Jean-François Revel.
Por razones ideológicas, el racismo se ha propagado en el mundo en un solo y maniqueísta sentido: de los blancos contra los negros y los aborígenes, los nazis contra los judíos, los boers contra las bantúes, los hombres contra las mujeres.
Pero esos tradicionales y conocidos no son los únicos ni más perversos modos de segregación.
En una entrevista que Evo Morales, antes de ser electo presidente de Bolivia, le diera a la Televisión Española aseveró –palabras más, palabras menos- que ya los blanquitos habían discriminado los suficiente a los indígenas de su país, y que ahora les tocaba a éstos hacer lo contrario.
El movimiento indigenista es hoy, a escala global, una organización próspera, con ingresos provenientes en Norteamérica de la explotación de hoteles y juegos de envite y azar, a la cual los gobiernos de Canadá y Estados Unidos ha premiado con privilegios desconocidos para otras minorías étnicas.
Es una moda que también se extrapoló a países como el nuestro, donde Chávez le entregó más de la mitad del territorio –la Orinoquía- para que los aborígenes viviesen conforme a sus tradiciones ancestrales, sean cuales fueran éstas, pues no están claras dada la meteorización tribal y lingüística de los indios en nuestro espacio físico, y por esa característica con que Luis Felipe Urbaneja, ex ministro de Justicia de Pérez Jiménez, definiera su situación peculiar: El problema es que los indios en Venezuela no producen ni se reproducen.
Y por cierto otro ex ministro, Carlos Genatios, disidente del gobierno actual, advierte que la Ley Orgánica de Educación menciona ocho veces el vocablo indígena, pero ni una sola vez los términos arte o ciencia.
Sin embargo, la experiencia recabada a cambio de los favores recibidos no ha sido, precisamente, ejemplar pero sí ejemplarizante. El movimiento indigenista, que en Canadá posee entre otros negocios el monopolio de la pesca del salmón del Pacífico, es famoso no por esta delicadeza gastronómica, sino por las continuas perturbaciones contra el orden público, cuyo blanco favorito es la ciudad de Ottawa. Pero poco ha logrado en cuanto a la incorporación de sus representados a la civilización moderna.
El subcomandante Marcos, quien intentó explotar la veta indigenista en México, fracasó estrepitosamente, ya que el mexicano –como el venezolano- se siente tan orgulloso de su presente mezcla genética como de su pasado precolombino. Octavio Paz va más allá cuando sostiene: Para nosotros hispanoamericanos, la tradición original, la más nuestra, la primordial es la española. Escribimos desde ella, hacia ella o contra ella. Al negarla, la continuamos; al continuarla, la cambiamos.
Al finalizar el apartheid en Sudáfrica, las condiciones acordadas abarcaron casi todos los temas, a excepción de la integración racial. Ni los bantúes ni los boers, que conforman las mayorías de esa nación, estaban interesados en lo que ha dado en llamarse matrimonios mixtos.
El 30 de mayo de 1969, ante el asesinato de un dirigente obrero y la instigación del Poder Negro –Black Power-, se desató un motín sin precedentes en la hasta entonces pacífica y laboriosa Isla de Curazao. Los amotinados decidieron quemar los establecimientos comerciales propiedad, en su mayoría, de blancos sefardíes, que nada tenían que ver con el homicidio del sindicalista –muerto a manos la policía colonial holandesa- ni con los reclamos laborales, ocasionado en pocas horas daños por casi 50 millones de dólares. Años más tarde, a raíz de una tormenta que impactó fuertemente a Saint Thomas, Islas Vírgenes, EEUU, los damnificados hicieron lo mismo que sus soul brothers curazoleños, y eligieron objetivos similares a los destruidos en Willemstad, previo saqueo de los mismos.
Empero, a nuestro entender, el peor de todos los racismos es el ideológico, ya que se basa en una presunción falaz: yo tengo la razón y el que piense diferente es mi enemigo. En un análisis brillante publicado por Carlos Colina en el Suplemento Literario de El Nacional, el sábado próximo pasado, el ensayista desvela cómo la tradicional hermandad del pueblo venezolano se ha ido degradando, hasta convertirse en una lucha de moros y cristianos, merced a la imposición gubernamental de la lucha de clases desde el inicio de su malhadada gestión.
La lucha de clases es el peor de todos los racismos, el racismo ideológico, y proviene del resentimiento social de Carlos Marx, quien se declaró apátrida y ateo para intentar justificar los fratricidios de todas las revoluciones que han ensangrentado al mundo desde 1918.
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