martes, 24 de enero de 2017

La fábula del alcatraz y el cachalote (o del Concorde y el Tupolev–154)

La muerte del alcatraz
Un atardecer, desde la playa La Caracola, contemplé como un alcatraz oteaba la superficie del mar rielante, en procura de algún pez. A poco –pensé– divisó la ebullición plateada del cardumen, la cual debió lucir ante sus ojos como un hervidero de larvas multicolores. Tomó altura, y se lanzó en picada sobre sus presas.
Esperaba verlo emerger del agua, victorioso, con su pico botando espuma, del cual una que otra sardina escaparía a un destino fatalmente digestivo. Pero así no pasó. El fondo del mar devolvió a la superficie la caricatura de lo que, segundos antes, había sido un poderoso predador. Su cadáver se me parecía a un papalote de Ipanema, el cual, tras amarizar violentamente, acabara descoyuntado, desarmado y deshilachado.
¿Qué le pasó al pájaro? ¿Cómo falleció? ¿En pleno vuelo? ¿O sería, acaso, al tocar el agua? Nadie me supo dar la respuesta exacta.
En otra ocasión, en las riberas del Golfo de Santa Fe, vi agonizar a un cachalote. Fue su muerte totalmente improductiva, pues los lugareños no supieron que hacer con el cadáver. Eran, sí, pescadores, pero de meros, pargos o sierras. Carecían de las herramientas y de los conocimientos adecuados para extraer y procesar el preciado aceite de ballena, o el aún más valioso ámbar gris, fijador por excelencia de la perfumería francesa de lujo. La carne de ballena les habría parecido dura, grasienta, poco apetitosa. Ignorarían, seguramente, cómo curtir su piel para elaborar amuletos, techos o zapatos. Por lo cual, el animal se pudrió, hubo que rociarlo de gasoil y prenderle fuego, a fin que no contaminara el ambiente. Ardió por días y noches enteras, como una tea inmensa que se veía a la legua.
¿Qué hacía un cachalote en el Golfo de Santa Fe? ¿De qué murió? Dijeron que había chocado con un ferry, de los que navegan entre Puerto La Cruz y Punta de Piedras. Mas ninguno supo, a ciencia cierta, lo que aconteció.


El avión que sólo tuvo éste accidente (y no fue culpa suya ni de los pilotos)
En mi fábula el Concorde representa al alcatraz y el Tupolev–154 al cachalote. El primero –gloria de la tecnología anglofrancesa– fue concebido para minimizar el estrés del jet set, reduciendo en tres horas el vuelo trasatlántico. El segundo –gloria de la aeronáutica soviética– fue diseñado para competir con el Boeing 727. Las dos aeronaves fueron fabricados con la sapiencia y los recursos del milenio pasado.
Ambas glorias tecnológicas se encuentran, hoy, desfasadas: la mayoría de los viajeros internacionales no pudo pagar el doble por vuelos más cortos, el Concorde dejo da fabricarse y el último vuelo comercial se estrelló a poco de despegar en Orly, tras pisar un cascarón de aluminio dejado en la pista por otro aeroplano.
Los franceses y los británicos se fueron lisos de la tragedia del Concorde. Ni siquiera tuvieron que inculpar a los neumáticos. Responsabilizaron, en cambio, al servicio de limpieza del aeropuerto, que dejó la placa metálica tirada en medio de la pista, como si fueran las tapas que Hidrocapital deja abiertas en las calles de Caracas.
Para los 168 turistas alemanes que viajaban en un largo periplo de placer a Sydney, no hubo condecoraciones ni actos de pública contrición. Tampoco recuerdo haber visto a los estadounidenses rasgándose las vestiduras, cuando perdieron dos de sus submarinos nucleares.


El avión que mató a 889 personas
El último Tupolev Tu-154 en desplomarse, el 25 de diciembre del 2016, contaba con 33 años de servicio en la aviación militar rusa.  Según la lista de pasajeros publicada por el ministerio de Defensa, el avión transportaba a 65 miembros del Ensamble Aleksándrov, conocido por sus giras en el extranjero bajo el nombre de coro del Ejército Rojo. Entre ellos su director, Valeri Khakhilov. Iban a Siria para celebrar Nochevieja con los soldados rusos desplegados en el país en respaldo al régimen del presidente sirio Bashar al Asad, aliado de Rusia. En el aparato también viajaban 9 periodistas de las cadenas de televisión Pervy Kanal, NTV y Zvezda, dos altos  funcionarios y la responsable de una organización caritativa muy conocida en Rusia, Elizavéta Glinka. Esta última, conocida como doctora Liza, llevaba medicamentos para el hospital universitario de Latakia.
Según Giovanni Magi, experto aeronáutico de la agencia Euronews–:  El Tupolev154 fue el principal motor de la aviación civil y del transporte militar durante los años de la URSS y los primeros tras la caída del telón de acero. Los numerosos accidentes en los que ha estado implicado siempre estuvieron relacionados con el factor humano, el pilotaje o el mantenimiento, o con el uso demasiado intensivo del avión. Sólo en los últimos 15 años se contabilizan más de una decena, todos ellos con muertos. Veamos los principales: (3/7/2001) Un Tupolev–154 se estrella cerca de Irkustk, en Siberia, 145 muertos. (4/10/2001)  Tres meses más tarde otro avión igual se estrella en la ciudad de Adler, cerca de Sochi, 78 personas fallecen. (12/2/2002 ) En el suroeste de Teherán se estrella otro igual, 117 fallecidos. (22/08/2006). Accidente en Donetsk, Ucrania, las 170 personas que en él viajaba viajaban mueren. (15/07/2009) Un Tupolev–154 que se desplazaba Teherán y Ereván se estrella al norte de Irán, sus 168 pasajeros, y los miembros de la tripulación, perecen. (10/04/2010) El presidente polaco Lech Kaczynski y altos funcionarios del país, en total 96 personas pierden la vida en un Tupolev–154. (4/12/2010) Un aterrizaje forzoso en Moscú causa la muerte de 2 personas y decenas de heridos. (1/1/2011) Hay tres muertos tras el incendio de un Tupolev–154 durante su despegue.


El avión que, al estrellarse, rompió el rating en la televisión española
Pero no sólo los Tupolev tienen su historia. Un Yakolev se estrelló en Turquía, cerca del aeropuerto de Trebisonda, el 26 de mayo de 2003, con 75 personas a bordo. El pasaje lo formaban 62 militares, quienes regresaban a España tras cuatro meses y medio de misión en Afganistán y Kirguistán; todos ellos fallecieron junto a doce tripulantes ucranianos y un ciudadano bielorruso. Fue la peor tragedia del Ejército español en toda su historia en tiempo de paz. La conmoción en España fue de tal magnitud, que el funeral de Estado en Torrejón de Ardoz, dos días después del siniestro, contó con la presencia de los reyes y el príncipe de Asturias, y fue retransmitido en directo por las cadenas de televisión, se convirtiéndose en el programa de mayor rating desde hacía varios años –2 millones 539 mil televidentes (36,1 % del share)–.
El Gobierno español declaró luto oficial desde por dos días. Se abrieron 6 procesos judiciales a raíz de la tragedia, cuatro en España y dos en Turquía. Hoy en día, después de 12 años, los deudos han obtenido un reconocimiento de que el accidente ocurrió debido al mal estado del avión, circunstancia de la que ya habían advertido en numerosas ocasiones los militares a sus mandos, a pesar de lo cual el avión realizó el vuelo con tan fatal desenlace.

Los helicópteros rusos que caen como aguacates maduros
Tampoco por ahora pasa nada en Venezuela, donde los helicópteros rusos se caen como aguacates maduros, y los cazabombarderos de la misma procedencia chocan entre sí; sin que nadie opine ni investigue seriamente estos casos.
La del alcatraz es otra historia. Tras la democratización de los vuelos, iniciada en 1950, nos hemos acostumbrado a mirar a los aviones como autobuses voladores; de ahí la marca Airbus, con la cual se identifican los productos de una de las empresas aerospaciales  más conocidas.
No sólo los percibimos a las aeronaves como aerobuses, sino que, a los viajeros, nacionales e internacionales, nos tratan como si fuéramos usuarios de colectivos, o peor: ¿Usted recuerda su último viaje a Miami, en misery class, durante alguna alta temporada? Por eso, morirse dentro una avión, que estalla o se estrella, implica una probabilidad estadística, pequeña, pero cierta, para millones de seres humanos. Pero no pasa lo mismo con los submarinos nucleares o los jet supersónicos, pues son modalidades de transporte reservadas sólo a las elites militares y civiles del planeta.


El cazabombardero que choca con sus semejantes

Para la humanidad casi todo es entretenimiento, y de la pantalla saca héroes, monstruos y moralejas. La naturaleza, sin embargo, envía señales trascendentes, implícitas en fábulas como la del  alcatraz y el ballenato. Pero poco nos gusta reflexionar sobre estas claves y, mucho menos, intentar descifrar su oculto sentido.

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