Un ciego que nos
enseñó a releer y reescribir
La sencillez y elegancia del idioma español
Jorge Luis Borges desbrozó nuestro lenguaje literario de su formato
churrigueresco, un estilo anacrónico que apenas permitía entrever la trama de
las novelas o el contenido de los ensayos a través de una innecesaria catarata
de imágenes y metáforas.
Al hacerlo, nos devolvió la sencillez del los autores del Siglo de
Oro, quienes escribían para que los entendiera todo el mundo y no únicamente los
mecenas, públicos y privados, quienes subvencionaban a los intelectuales de
moda, a cambio de alabanzas impresas.
Permitió, por tanto, que surgiera una camada de brillantes plumas en
Hispanoamérica, de diversas e incluso opuestas tendencias, como Gabriel García
Márquez y Mario Vargas Llosa, pero con el común denominador de lo coloquial, lo
elegante y lo sintético en la expresión escrita.
A su vez, estos discípulos del nuevo idioma forzaron a los lingüistas
a admitir que, por lo menos, existían dos normas del español moderno: la castellana,
hablada por una minoría en el Norte, el Centro de la Península Ibérica y las
Islas Baleares; y la meridional, hablada por el resto –cerca de 600 millones– desde
Andalucía hasta la Patagonia. Dicho de otra manera: demostraron que la norma
meridional no sólo era válida sino también correcta y culta; y que podíamos
reír sin vergüenza sobre narrativas y diálogos como el de Los Tres Mosqueteros, los cuales para nada se vinculaban con nuestros
entornos, su gente y sus vivencias diarias.
A diferencia de Martín Alonso, cuyo Manual de escritor es obra básica para oficiantes, o del Académico
de la Lengua, Humberto Hernández Hernández, Doctor en Filología y Catedrático
de Universidad de La Laguna, promotor y compilador del subversivo Diccionario Clave y, ¿para qué
olvidarlos?, de Bello y Cuervo; Borges, más que con libros de texto, brinda acceso
a la gramática y el estilo del español de uso en una obra, pequeña por
extensión y grande por intención, la cual podría ser definida con el título de
uno de sus mejores cuentos: El jardín de
los senderos que se bifurcan.
El día de la raza
Al mestizaje americano, la revolución, antropológica, cultural y
genética más importante viuvida hasta ahora por la globalidad, Borges, en la Historia universal de la infamia, lo
describe en 1.021 magistrales caracteres–:
En 1517 el P. Bartolomé de las
Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos
infiernos de las minas de oro antillanas y propuso al emperador Carlos V la
importación de negros, que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las
minas de oro antillanas. A esta curiosa variación de un filántropo debemos
infinitos hechos: los blues de Handy, el éxito logrado en París por el pintor
oriental D. Pedro Figari, la buena prosa cimarrona del también oriental D. Vicente
Rossi, el tamaño mitológico de Abraham Lincoln, los quinientos mil muertos de
la Guerra de Secesión, los tres mil trescientos millones gastados en pensiones
militares, la estatua del imaginario Falucho, la admisión del verbo linchar en
la decimotercera edición del Diccionario de la Academia, el impetuoso film
Aleluya, la fornida carga a la bayoneta llevada a cabo por Soler al frente de
sus Pardos y Morenos en el Cerrito, la gracia de la señorita de Tal, el moreno
que asesinó Martín Fierro, la deplorable rumba El Manisero, el napoleonismo
arrestado y encalabozado de Touissaint Loverture, la cruz y la serpiente en
Haití, la sangre de las cabras degolladas por el machete del papaloi, la
habanera madre del tango, el candombe.
No hay afirmación ideológica, compromiso político o juicio crítico en
la vida de Lazarus Morell, el antihéroe de su relato. Hay, sí, una descripción
cinematográfica con imágenes atropelladas que le angustian, pues no logra
estructurarlas, como suele suceder frente a un intrincado crucigrama. Reconoce,
con humildad, su ineptitud para comprender un proceso apenas iniciado, donde 500
años son únicamente una gota en el océano de la temporalidad humana.
“Me duele una mujer en todo el cuerpo…”
Como los filósofos griegos, lo que no descifra lo transforma en mitos.
Pero la mitología no es rechazo, sino aproximación. Aprende otros lenguajes
–hasta el sajón, ¡por Dios!– para apreciar mejor al suyo, no para
menospreciarlo. Escribe poemas en inglés, mas nunca los traduce; no hay contradicción
en ésto, es un regalo para Beatriz Webster, una amiga muy querida–:
The big wave
brought you.
Words, any
words, your laughter; and you so lazily
and incessantly
beautiful. We talked and you
have forgotten
the words.
Sobre ella
–dicen sus críticos– escribe en El
amenazado: Es el amor. Tendré que
ocultarme o huir. Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La
hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única [...] Estar contigo
o no estar contigo es la medida de mi tiempo [...] Es, ya lo sé, el amor: la
ansiedad y el alivio de oír tu voz, la esperanza y la memoria, el horror de
vivir en lo sucesivo. Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias
inútiles. [...] El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el
cuerpo.
Viaja para conocer,
nunca para migrar. Por eso, a raíz de sus desavenencias con el régimen de turno
y cuando le amenazan con exiliarlo,
disipa sus temores con la siguiente afirmación–: Me iré a vivir a la República Oriental del Uruguay, la más parecida a
Argentina que conozco.
A diferencia de
akgunos de sus compatriotas, Borges no le vuelve la espalda a los Andes, ni le
molesta la biodiversidad que forma el crisol de las razas de Ibeoamérica, ni se
siente jamás forastero en tierra extraña. Detesta al racismo y, en general, a
todos los ismos, que en vez de unir
desunen a la Humanidad. Por eso proclama, con valentía, en la nación donde el
antisemismocontaba con el apoyo oficial–: Hablar
del “problema judío” es postular que los judíos son un problema; es vaticinar
(y recomendar) las persecuciones, expoliación, balazos, degüellos, estupros y
la lectura de la prosa del doctor Rosenberg.
Ama la pampa y a
Martín Fierro, pero también adora a su metrópolis. A él se debe el afecto que
sienten los bonarenses por el cementerio de La Recoleta, no por las esculturas
—verdaderas obras de arte— ni por el linaje de los difuntos cuyos restos allí
descansan, sino porque sus ánimas en pena lo han convertido en lugar de reunión
predilecto, un fenómeno que atrae, irresistiblemente, a los médiums, los poetas
y al ciudadano común, quienes les piden milagros cotidianamente.
Al
tango lo inventaron en un burdel
En Historia del tango
afirma que el género musical no es folclore, pues los gauchos no se acompañaban
con bandoneón ni contrabajo, y que, según le consta a un tío suyo, dicho género
musical nació en un burdel de Buenos Aires. Escandaliza a mucha gente, pero la
anécdota tiene altísima probabilidad de ser cierta pues el teatro y las
serigrafías, las expresiones más excelsas del arte japonés, vieron la luz en
los ukiyo o zonas de tolerancia, pues
eran éstos los únicos lugares del Imperio donde se permitía que se
desencadenaran las pasiones sin cortapisas, y son ellas las únicas que
promovían el florecimiento de la genuina creatividad.
El inglés culto nace con Shakespeare, el italiano con Dante, el
castellano con Cervantes; pero la poesía constituye la esencia y la fragancia
de un idioma. Machado y Lorca rimaban. Al día siguiente, las lavanderas, los
serenos y hasta los niños de Granada y Madrid repetían sus estrofas enteras.
“Por sus frutos los conoceris…”
Agún alma desviada me reclamó en cierta oportunidad mi admiración
hacia Borges, asegurando entonces que el escritor militaba en la derecha. Me encanta que me lo hayas dicho, pues no me había percatado de ello
–le comenté–. Tu comentario lo único que
ha logrado es elevar su estatura en el afecto que por él profeso. Si hay algo a
mi parecer totalmente despreciable en su país es la “izquierda”, donde, después
de los miles de “desaparecidos” por los régimenes de la Legión Cóndor, Cuba
siguió manteniendo relaciones excelentes con los gobiernos de turno. Me quedo
con los derechistas Arturo Uslar Pietri, en Venezuela, y Mario Vargas Llosa, en
el Perú.
Aunque, insisto con las palabras del Mateo, el evangelista, que al
escritor y al artista en general, hay que juzgarlo por sus obras–: Mateo 7:15 (Lc. 6.43) Guardaos de los falsos profetas, que vienen
a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus
frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los
abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos
malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos
buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así
que, por sus frutos los conoceréis.
¿Quién recuerda siquiera una simple cuarteta de cualquier rock latino?
Sin embargo y, lamentablemente, la poseía es la escritura menos vendible de la
industria cultural: un bestseller poético no pasa en España de 2 mil
ejemplares; un tiraje normal no excede de 200 ó 500. Por eso también es
importante un poeta llamado Jorge Luis Borges.
El poema de los dones
Al quedarse ciego, Borges es designado Director de la Biblioteca de
Buenos Aires, y le dicra a su compañera de vida el Poema de los dones:
Nadie rebaje a
lágrima o reproche
esta declaración
de la maestría
de Dios, que con
magnífica ironía
me dio a la vez
los libros y la noche...
Enciclopedias,
atlas, el Oriente
y el Occidente,
siglos, dinastías
símbolos, cosmos
y cosmogonías
brindan los
muros, pero inútilmente.
Lento en mi
sombra, la penumbra hueca
exploro con el
báculo indeciso
yo, que me
figuraba el Paraíso
bajo la especie
de una biblioteca...
Palabras simples, rima clásica, contenido que llega al alma de
cualquier invidente. Es el mismo lenguaje de Espronceda, Quevedo y Lope; de
Andrés Eloy, Darío y Neruda. Ninguno de ellos resultó un cortesano cómodo, pues
los poderosos aman la adulancia, con la misma compulsión con que detestan la
irreverencia.
Escribir poemas constituye un acto irreverente y hasta indecente,
pues implica mofarse de lo que está en boga. En esta época hiperutilitarista,
¿para qué perder tiempo escribiendo algo que no produce dinero? Pero los
grandes poemas son como el cariño verdadero: ni se compran, ni se venden, y
todos los amamos, aunque no estemos dispuestos a admitirlo públicamente.
Borges se aprovechaba de las estaciones invernales para editar sus
poemas, e introducirlos, solapadamente, en los sobretodos emperchados en los
cafés del barrio La Boca. Sabio consejo que seguiría Andrew Carrol, quien
distribuyó, gratuitamente, más de 300 mil libros de poemas desde 1993, en los
supermercados, gasolineras y moteles de EEUU. Para Borges y Carrol su misión y
visión están muy claras–: La poesía nos
ayuda a aminorar el ritmo y a concentrarnos en aquello que en verdad importa.
Por eso y por mucho más Borges fue un ciego que nos enseñó a releer y reescribir.
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