lunes, 23 de enero de 2017

La verdad no triunfa nunca

Un serbio que no entendía el “sense of humor yankee”


En 1833 Nikola Tesla, un brillante científico nacido en Serbia, fue contratado por Thomas Alva Edison para mejorar los generadores eléctricos. Edison consideraba al proyecto una tarea titánica, la cual le exigiría años de trabajo a su equipo, a dedicación completa; por lo cual le ofreció al joven inmigrante una prima de 50 mil dólares, si lograba,  sin ayuda, resolver el cangrejo.
Tesla dedicó 18 horas cotidianas a tal empeño y, en 1834, produjo un prototipo de avanzada, en el cual substituyó la operación manual por controles automáticos. Al ir a cobrar sus recompensa, Edison le contestó:—¡Vaya, señor Tesla! En verdad, usted todavía no entiende el sentido del humor estadounidense.
Edison le concedió, únicamente, un pequeño aumento de salario, Además, se convirtió en su enemigo, y le negó todo su apoyo para que investigar la corriente alterna.
Tesla renunció y se fue entonces a trabajar con George Westinghouse, firmando un acuerdo por 12 millones de dólares en regalías de las mejores e innovaciones que desarrollara. Al poco tiempo, Westinghouse fue adquirida por el banquero J. Pierpont Morgan; y pese a que la corriente alterna es hoy el estándar mundial de producción, distribución y consumo de energía eléctrica, Tesla apenas redituó un poco más de 200 mil dólares de su contrato original.
Otra de las patentes de Tesla le permitió a Marconi transmitir la radio en 1917, pero tampoco el serbio obtuvo en esa oportunidad reconocimiento alguno, material o moral, por su creatividad. Tesla murió en la más extremada pobreza, y su única rebeldía fue rechazar la Medalla Edison con que le pretendía honrar el Instituto Estadounidense de Ingeniería Eléctrica.

El calvario de los inventores

 
Tarde piaste, pajarito
¿Fue  el caso de Tesla único?
En la madrugada del 30 de octubre de 1954, Edwin Howard Armstrong, inventor de la alta fidelidad y la modulación de frecuencia –FM–, se defenestró desde un rascacielos en Manhattan. Lawrence Lessing, su biógrafo, escribió–: No fue un suicidio, sino un verdadero asesinato.
La sangre de otros inventores célebres también ha teñido las sendas del desarrollo científico tecnológico, desde Ada Lovelace, primera programadora del mundo, hasta Alan Turing, descifrador del Código Enigma. La lista incluye a Rudolph Diesel, creador del motor a gasoil, desaparecido cuando navegaba sobre el mar del Norte; Wallace Hume Carrothers, inventor del nylon; Paul Schmidt, proyectista del primer misil –la bomba V1. En torno a todos estos personajes ha habido verdaderos complots, los cuales pueden ser descifrados siguiendo la clave que, al efecto, ofrece Ruyard Kipling–: Los poderosos pretenden hacer moral con nosotros, mientras libran guerras muy sucias. Armstrong fue otra de las víctimas de una guerra secreta, cuyos crímenes siempre se ocultan.


Alan Turing: El sistema le condenó a muerte
¿Quién inventó la tele?

Hay una controversia sobre quién inventó la televisión. La televisión no surgió de un día para otro, ni su invención puede atribuirse a algún individuo en particular. Fue un largo y maravilloso proceso iniciado en 1873, al descubrirse, accidentalmente. que la resistencia del selenio a electricidad variaba proporcionalmente según la luz recibida. En realidad, varios investigadores aportaron las piezas para armar un rompecabezas para codificar imágenes, transmitirlas y recibirlas, mucho antes de que comenzara la radiodifusión.
Entre los pioneros y sus inventos más destacados cabe mencionar a George R. Carey, el mosaico de selenio (1875); Shelford Didwell, la cámara de múltiples planos (1881); Paúl Nipkow, el escáner, sobre cuyo original se desarrollarían más tarde el fax y la fotocopiadora (1884); K. F. Braun, el tubo de rayos catódicos (1897) y su ensamblaje con la cámara de Boris Rosing (1902), dupla que generaría después los televisores y monitores para radares y computadores, y; Vladimir Zworykin, el iconoscopio (1923), del cual devino la primera cámara práctica de televisión.
Sin embargo, quien verdaderamente revolucionó la tecnología de las telecomunicaciones fue el estadounidense Edwin Howard Armstrong (1890-1954) un verdadero genio, olvidado por quienes plagiaron sus patentes, le persiguieron implacablemente con artimañas jurídicas y le empujaron al suicidio.
Edwin Howard Armstrong fue un genio, olvidado por quienes plagiaron sus patentes y le condujeron al suicidio (1954). Armstrong cambió 4 veces la historia de las telecomunicaciones. Sus innovaciones hicieron posible la transmisión radioeléctrica, el sonido de alta fidelidad y la Conquista del Espacio.


 Armstrong: Un genio empujado al suicidio y olvidado

En 1912 inventó el circuito de realimentación, que permite transportar sonidos por ondas electromagnéticas; en 1918 el circuito superheterodino, con el cual funcionan el radar y los receptores y transmisores de radio y televisión; en 1933, la modulación de frecuencia (FM); en 1944, el súper-radar, con el que se guían los aviones y misiles no tripulados.
En 1912 lanzó el circuito de realimentación, que permite que los sonidos cabalguen sobre ondas electromagnéticas; en 1918, el circuito superheterodino, antecesor del circuito impreso, con el que funcionan todos los radares, receptores y transmisores de radio y televisión; en 1933, la modulación de frecuencia (FM); en 1944, el súper radar, con el cual se guían hoy los drones y misiles no tripulados.
Armstrong vendió su moto, y dedicó el  dinero recibido a construir un radiotransmisor experimental. Cuando solicitó la concesión correspondiente para la que sería la primera emisora FM del mundo, ésta le fue negada pues –según la opinión oficial del momento– era imposible transmitir información por tales frecuencias.
El pecado imperdonable de Armstrong fue su irreverencia. Si hubiera aceptado morir en la pobreza, como Tesla, quizás habría podido llegar a  la tercera edad. Pero Armstrong era un gallo mordaz. Después, los ridiculizó en un ensayo, ya clásico, Teoría matemática contra las concepciones físicas, donde atacaba la pedantería y  el uso abusivo del método cartesiano en la investigación científica.
Ante la insistencia en solicitar su concesión radioelñectrica, Armstrong fue conducido ante cinco de los mejores matemáticos del planeta, quienes se tardaron hora y media y llenaron varios pizarrones para demostrar la imposibilidad matemática de la FM en la Escuela de Ciencias de MIT.
No se inmutó, y ante quienes ya se iban, convencidos como estaban que habían demostrado su punto de vista con creces, pidió derecho a la réplica, tizas multicolores y borrador. Como excelente dibujante que era, trazó la imagen de un albatros – ave con mayor envergadura en las alas del globo– frente a sus estupefactos interlocutores.
Al lado del  dibujo, mitad revestido con la piel y plumaje y mitad focalizado en el esqueleto y los tendones del alado, Armstrong fue desarrollando ecuaciones, con las cuales probó, fehacientemente, que dado su peso y otras características fisiológicas, resultaba matemáticamente imposible que el albatros volara.
Pero –culminó Armstrong su discurso–, dado que el albatros no sabe nada ni le interesan las matemáticas, no sólo vuela sino que lo hace de inmejorablemente, en el planeo dinámico para cubrir grandes distancias con mínimo esfuerzo y ostentando el récord de vuelo de un plumífero en distancia, unos 12 mil Km desde Alaska, donde pasa los veranos, y las islas al norte de Hawái, donde anida y desova.


El albatros, un pájaro que "matemáticamente" no debería volar
Sus enemigos, no contentos con haberle plagiado para no pagar derechos de autor, le demandaron por difamación, injuria, daños y perjuicios. Finalmente, cabildearon en Washington para impedirle que operara su radioemisora FM. Además de desconocer sus patentes, organizaron en su contra una campaña de desprestigio mediática.
Armstrong declaró–: No  se detendrán hasta arruinarme o liquidarme. Luego, le sobrevino un colapso nervioso. Antes de morir, copió en su diario la siguiente pregunta de Lawrence de Arabia–: ¿Has sido alguna vez la hoja, arrancada a un árbol en otoño?
El crimen mayor que cometido contra estos inventores no fue empujarlos al suicidio o sumirlos en la pobreza, sino, más bien, convencer al resto de Humanidad que eran seres estrafalarios, poco cuerdos, nada fiables, y que su existencia no sólo resultó superflua sino, antes bien, perturbadora, pues cualquier otro lo podría haber hecho igual.
Contrario a lo que se diga en este sentido,  los productos del ingenio humano son únicos, frutos del esfuerzo individual, y no resultados de trabajos en equipo. La realización de un proyecto determinado podrá exigir, eventualmente, el concurso de miles de especialistas, pero se requiere un líder, un fanático, decidido a jugarse el todo por el todo, cuya única obsesión sea transformar sus sueños en realidades útiles para  los demás.
Se predica que los genios deben renunciar a los bienes materiales y contentarse con prodigar, generosamente, los dones que les concedió el Espíritu Santo.

Pero tampoco así la cosa funciona. Ni siquiera entregando un millardo de dólares para los pobres del mundo, o prometiendo que la beneficencia heredaría la mayor parte de su fortuna, logró Bill Gates liberarse del juicio contra Microsoft ¿Por qué? Porque el talento engendra envidia, maledicencia y odio entre la mayoría de los mortales, que, por decirlo de alguna manera, son brutos. Y porque, como dijo Max Planck: La verdad no triunfa nunca, aunque sus adversarios se mueren antes.

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