miércoles, 2 de enero de 2019


La mayor tragedia de Venezuela
Si usted viaja usted al interior del país y se asombra del calamitoso estado de nuestro sistema vial; si observa los centenarios sembradíos de los valles de Aragua, Lara y Yaracuy, convertidos en tierras yermas por la acción depredadora de Elías Jaua y sus forajidos; si se escandaliza porque las rotativas a color donde “El Nacional” imprimía sus libros y encartes fue hurtada por Diosdado Cabello, para no hacer nada con ellas, pues, ¿”qué sabe burro de pasta de dientes”?; si  se entera de que todas las fábricas socializadas, sin excepción, no producen o se mantienen en un mínimo insostenible para satisfacer las demandas de los consumidores; si analiza todo esto y mucho más, puede que la sumatoria de desastres le recuerde la famosa frase “destrucción de la infraestructura”.
Algunos piensan que dicha destrucción obedece a negligencia, incompetencia y corruptela de la clase desgobernante. Otros, a la filosofía comunista que predica incendiarlo todo para que, de las cenizas, renazcan el Ave Fénix y el “hombre nuevo”. Otros, a una venganza de Fidel Castro para resarcirse de la oprobiosa derrota que sufrieron sus tropas en Machurucuto, a manos del ejército venezolano cuando a nuestras FFAA las mandaban los patriotas y no los peleles que adulan a Raúl Castro y rinden cuentas a Ramiro Valdés, ex torturador de la prisión política La Cabaña y, ahora, Primer Vicepresidente de Cuba.


Infraestructura física y supraestructura cultural
Puede que del desastre de toda la planta física del país se haya originado por la combinación de los tres factores señalados. Pero su visión, amigo lector, se quedaría miope si la limita sólo a lo material, recuperable a corto y mediano plazo, cuando usted y quienes confunden esperanza con el sentarse a esperar decidan que llegó la hora limpiar a Miraflores de la inmundicia que la rebosa.
Aunque Miguel Henrique Otero deteste lo que diré a continuación, me parece mucho más trágica la pérdida de la “supraestructura cultural” que estamos sufriendo que el robo de sus imprentas .
Más que las maquinarias de un periódico o las repetidoras de Radio Caracas TV, lo trágico es que personajes como el mismo Otero o Marcel Granier se hayan expatriado para no ser juzgados por tribunales cuya Corte Suprema la preside el ex convicto y confeso doble asesino Maikel Moreno.
Más grave aún resulta para la nación que Laureano Márquez, Gabriela Montero y Ben Amí Fihman ya no vivan aquí, antes que los innumerables puentes ferroviarios que dejó inconclusos el denominado “Comandante Eterno”. Lo digo porque la humorada, la partitura y la gastronomía son cultura de la buena, y “una sociedad sin cultura es una sociedad muerta”.
El nativo de Cúcuta y sus amos de La Habana bien saben que sus enemigos de clase no son, precisamente, los ricos, a quienes se les contenta con los sobrados de la mesa, como sucedió con muchos notorios empresarios en Venezuela y, en Cuba, con los hosteleros españoles, a quienes poco les importa un pito la suerte del ciudadano de pie, que sólo entra a sus inmuebles de cinco estrellas como sirviente o prostituta.
Los enemigos de clase de los narco–comunistas somos los seres pensantes. Y contra esa clase, afortunadamente elitista, ha sido declarada la guerra más cruenta, que ya lleva 20 años de desmantelamiento intelectual, asfixiando a las universidades, convirtiendo los libros de Rómulo Betancourt en papel tualé, introduciendo el catecismo marxista desde la educación preescolar hasta la secundaria (polución a la cual Jair Bolsonaro dijo que le pondría remedio en Brasil durante su discurso de inauguración) y cerrando más de 100 medios independientes.
Ciertamente nos conmueve la migración de miles de venezolanos que recorren a pie miles de kilómetros por parajes inhóspitos, cuyos altibajos y obstáculos convierten el trayecto a pie de San Salvador a Tijuana en un recorrido por el Parque del Este. Nos hace aguar los ojos el éxodo no sólo porque sea de nuestra diáspora, sino porque sabemos de qué huye: la desocupación, el hambre y la inseguridad en la cual sobrevivimos aún menos de 30 millones de seres humanos, sometidos a lo que el maestro Rómulo Gallegos llamó, “la violencia impune” .
Migración y fuga de cerebros
La migración venezolana, que vuelca cerca de 45 mil compatriotas al mes en Colombia, es tres veces mayor que las tres caravanas juntas de migrantes centroamericanos que se arrimaron a Estados Unidos desde finales de noviembre del año pasado.
Pero, a nuestra migración, los fablistanes asalariados por la izquierda global, intentan minimizarla, resaltando a cambio las loqueras del Presidente Donald Trump y el juego de carambola de sus adversarios republicanos. Total, Trump se ha convertido “la sopa” de cualquier periodista que escriba en algún idioma judeocristiano, con inclusión de CNN, TVE y Deutsche Welle.
La migración centroamericana posee causas y motivos enteramente distintos a la nuestra, que devienen de la vinculación de sus gobiernos con los carteles mexicanos de la droga. No hay país mesoamericano donde no existan tales enlaces, al más alto nivel. Sus gobernantes, políticos, policías y cuerpos de seguridad están corrompidos hasta los tuétanos, y así lo han manifestado Interpol, la DEA y el FBI.
Nuestra única opción para salir adelante
La “supraestructura cultural” es la única oportunidad que tenemos de cambiar las miserias de la realidad en que vivimos y tornarlas en grandezas, sin convertirnos en chistes malos de Singapur o Surcorea, pues no somos chinos ni coreanos, y en la cultura propia residen la originalidad y creatividad para hacer, no un mundo posible, sino un mundo imposible.
Una sociedad civil donde los variados grupos humanos se comuniquen con entera libertad, y donde haya, cada día más, menor injerencia del Estado. El concepto clave para llegar a él, según el escritor húngaro György Konrád (autor de “Política y antipolítica”), es la autogestión, entendiendo como tal “una democracia que desborde a la política y aborde a lo económico y cultural”.
Los Estados Unidos son la mayor potencia del mundo no porque hayan ganado todas las guerras (muchas las perdieron, y bien feo), sino porque su libertad de expresión e información permiten desarrollar localmente cerebros, en todas las ramas del saber humano, y adoptar talentos foráneos. Esta variopinta plurirracial imagina lo inimaginable y lo concreta.
No veo, amigo lector, otra manera de salir adelante que parar la erosión de nuestra “supraestructura cultural”. Y, para lograrlo, bueno… usted sabe qué hacer en primer lugar.