miércoles, 26 de diciembre de 2018


Este país ya no es mío


De repente,  finalizando el 2018, descubrí con infinita tristeza que estaba convirtiéndome en apátrida. No por haber nacido en un “estado forajido”, sino porque los forajidos que desgobiernan al país lo destruyeron, con eficacia, alevosía y saña.
Algunos, como los imbéciles de Jorge Giordani o Elías Jaua, siguiendo a pie juntillas el catecismo del Partido Comunista. Ellos se dan ahora se dan golpes de pecho, intentándose exculpar por el método estalinista (¿o “trumpista”?) de cargarle a los demás sus propios yerros
Otros, como el Presidente y su ministro de la Defensa, involucrándose hasta el cuello y más arriba en el narcotráfico, el lavado de dinero y demás delitos comunes y de lesa humanidad. No lo digo por decirlo, el aserto lo respaldan varios procesos penales abiertos y en curso contra ellos y sus secuaces, en Estados Unidos y la Unión Europea.
Finalmente, la pequeña pero voraz legión de atracadores de camino, donde resaltan desde bolichicos como Francisco Convit Guruceaga hasta boliburgueses como Francisco Arias Cárdenas; amparados por una oposición infiltrada (¿comprada?), miedosa y excluyente, en la cual se destacan Eduardo Fernández, Henri Falcón y Luis Florido.
Todas estas aves carroñeras son solidariamente responsables de la peor hijo e´putada colectiva: repartir a Venezuela en pedazos entre sus cómplices:
1.   Hugo Chávez Frías le regaló a Guyana el Esequibo, 149 mil 542 kilómetros cuadrados que eliminan la plataforma continental de la nación y cierran su libre salida al Atlántico. Actualmente la ex colonia británica, envalentonada por el apoyo de la Exxon, está ocupando plenamente los espacios que antaño sólo sirvieron para alquilárselos a cultos satánicos estadounidenses.
2.       Chávez y Nicolás Maduro le entregaron a la narco guerrilla colombiana los estados fronterizos con Colombia, permitiendo así el libre tráfico de coca, armamento y dinero sucio. Hoy, elenos y faracos siguen haciendo aquí de las suyas (pese a los golpes de pecho que se dan en Bogotá). Los elenos desplazaron a los antiguos pranes del mercado negro del coltán, los diamantes, el oro y el uranio en el Estado Bolívar. La explotación no artesanal de la faja bituminosa y los minerales, quedaron a cargo de a China. Y de Rusia no digo ni ñé, ocupada como está en intentar cobrarle la chatarra que le vendió al ejército “forjador de libertades”.
3.     Merced a la influencia de Al Qaeda en el alto desgobierno, Margarita se ha convirtió en santuario para el reposo del terrorismo islámico, y, el Estado Falcón, en otro de sus campos de entrenamiento
4.        Finalmente, hay cerca de 50 mil cubanos incrustados en la educación, la salud, la inteligencia militar, la identificación y extranjería y en los registros y notarías de Venezuela. A quienes habría que agregar cerca de 5 mil soldados iraníes, así como un número incalculable de sicarios bolivianos, vestidos de guardias nacionales o disfrazados de colectivos.
 ¿Qué han logrado estos viles gusanos?
Que casi todos tengamos algún familiar, amigo o conocido expatriado por la inseguridad, la desocupación, el acoso político, la economía.
Por eso, quienes aquí seguimos tenemos que admitir, implícita o explícitamente y parafraseando a Vladimir Nabokov que, “Venezuela ya no existe. Fue un sueño que tuve cuando niño”.
Mi primo nonagenario, por ejemplo, dice que no se va, aunque pudiera hacerlo. Mi tocayo anda preocupado, pues sus hijos viven en España, y creen que Zapatero, Iglesias y Sánchez la están conduciendo a una república chavista. Conocidos buscan en sus árboles genealógicos algún sefardí u otro recurso que les dé el pasaporte comunitario. Yo, que soy septuagenario, quisiera también irme, pero no tengo a dónde ni con qué.
La patria venezolana desapareció cuando Hugo Chávez asumió su Presidencia. O antes, cuando los medios le invitaron a explayarse frente a sus audiencias. O cuando Rafael Caldera le excarceló, evitándole que una condena como golpista le tornase inelegible. O cuando los ministros de la Defensa de la IV República permitieron que sus camaradas y él medraran y conspiraran dentro de las FFAA, asustando a los gobernantes de turno con “El Coco”, la versión criolla de “The Bogeyman”, cuya realidad resultó ser un millón de veces peor que la fantasía original.


Tras 20 años de destrucción sistemática de la Venezuela que fue mi sueño, de niño, adolescente, adulto y hasta en el otoño de mi existencia, a lo que queda de mi país ya no lo quiero como está.
Percibo mi relación con la patria chavo–madurista como la describió el eximio poeta y ensayista mexicano José Emilio Pacheco (1939–2014):
No amo a mi patria.
Su fulgor abstracto es inasible.
Pero (aunque suene mal) daría la vida
por diez lugares suyos;
ciertas gentes.
Puertos, bosques de pinos, fortalezas.
Una ciudad deshecha, gris, monstruosa.
Varias figuras de su historia,
montañas
(y tres o cuatro ríos).

Y digo que este país ya no es mío pues, como afirma Carlos Fuentes, “No hay futuro vivo con un pasado muerto”. Y estos desgraciados también mataron al pasado, al Bolívar blanco y mantuano, a las 7 estrellas de la bandera y al caballito blanco que miraba hacia atrás.
Caracas: 26 de diciembre de 2018.
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viernes, 14 de diciembre de 2018


El hombre que amaba a los perros




Tuve el privilegio, en medio de esta pavorosa sequía intelectual a la cual nos condenó esa ignorancia galopante mal llamada Revolución Bolivariana, agravada hoy por la desaparición de la impresión en físico del diario “El Nacional”, de leer la sorprendente novela histórica “El hombre que amaba a los perros”, publicada por el escritor cubano Leonardo Padura.
La obra relata los días más obscuros del político Lev Davidovich Bronstein, alias Lyev o León Trotsky, uno de los organizadores claves de la Revolución de Octubre que permitió a los bolcheviques a asaltar el poder en Rusia, en noviembre de 1917.
Trotsky fue Comisario de Asuntos Militares durante la contienda interna subsiguiente, y negociador para la retirada rusa y la firma del pacto de paz en Brest– Litovsk que oficializó el cese de la participación de su país en la I Guerra Mundial.
Tras la muerte de Vladimir Lenin, Trotsky se enfrentó a Joseph Stalin, el psicópata georgiano que lideró el comunismo regional y local desde 1918 hasta su fallecimiento, en 1953. Su disidencia le causó, en primer término, su internación en un gulag de Siberia; después, su expatriación a Turquía, Europa y México; finalmente, su asesinato a manos del sicario español Ramón Mercader.

Tres vidas en paralelo



La trama de la novela de Padura entreteje tres vidas en paralelo: Lo que (debe suponerse) es una biografía del propio autor, desarrollada en el entorno de la Cuba castro­–comunista; la conversión del combatiente republicano Mercader en un despiadado y letal agente de la NKVD, entrenado con el único propósito de liquidar al exiliado Trotsky; la larga agonía de Trotsky en un proceso donde va perdiendo patria,  seguidores, familiares y hasta su propia imagen pública.
Si bien es cierto que la descomunal campaña de desprestigio incoada por Stalin contra su ex camarada tuvo como efecto crear gran confusión sobre el sentido y vigencia del pensamiento trotskista en Rusia, no es menos cierto que la influencia del expatriado fructificó y se desarrolló, para bien o para mal, en partidos socialdemócratas del Siglo XX, como Acción Democrática, creado por Rómulo Betancourt en Venezuela, y APRA, por Víctor Raúl Haya de la Torre, en Perú.

Trotsky en México



Padura revela los amoríos entre Trotsky y Frida Kahlo, esposa de Diego Rivera, quien le brindó acogida al establecerse en Ciudad de México. En esas pequeñas historias dentro de una grande, pone de manifiesto la típica infidelidad que existía entre los artistas e intelectuales comunistas, que confundían (quizás adrede) “amor libre” con promiscuidad. Lo más triste en estas relaciones clandestinas es que, en ellas, nunca figuran expresiones como afecto, amor, pasión; sólo la satisfacción de las necesidades fisiológicas básicas de los protagonistas, como si en el sexo no hubiera otra cosa que la base dela pirámide de Maslow.
También en el escrito de Padura se evidencia la perversión de otro de los grandes muralistas de su tiempo, David Alfaro Siqueiros, quien dirigió el primer atentado fallido contra Trotsky, por órdenes del Stalin y el Partido Comunista Mexicano.

La mentira y el fracaso históricos del socialismo

Pero lo más interesante del libro son, a mi juicio, las afirmaciones de su autor sobre la absoluta y terrible mentira y fracaso que ha sido, es y será el socialismo, desde su versión estalinista hasta las actualidades versiones de Cuba, Bolivia, Nicaragua, Norcorea y Venezuela. Aunque es muy difícil sintetizar 535 páginas en pocas frases, escritas por el propio Padura:
“Lo cierto era que leyendo y escribiendo sobre cómo se había pervertido la mayor utopía que alguna vez los hombres tuvieron al alcance de sus manos, zambulléndome en las catacumbas de una historia que más parecía un castigo divino que obra de hombres borrachos de poder, ansias de control y pretensiones de trascendencia histórica, había aprendido que la verdadera grandeza humana está en la práctica de la bondad sin condiciones, en la capacidad de dar a los que nada tienen, pero no lo que nos sobra, sino una parte de lo poco que tenemos. Dar hasta que duela, y no hacer política ni pretender preeminencias con ese acto, y mucho menos practicar la engañosa filosofía de obligar a los demás a que acepten nuestros conceptos del bien y de la verdad porque (creemos) son los únicos posibles y porque, además, deben estarnos agradecidos por lo que les dimos, aun cuando ellos no lo pidieran. Y aunque sabía que mi cosmogonía resultaba del todo impracticable (¿y qué carajo hacemos con la economía, el dinero, la propiedad, para que todo esto funcione?, ¿y qué coño con los espíritus predestinados y los hijos de puta de nacimiento?), me satisfacía pensar que tal vez algún día el ser humano por cultivar esta filosofía, que me parecía tan elemental, sin sufrir los de lores de un parto ni los traumas de la obligatoriedad: por pura y libre elección, por necesidad ética de ser solidarios y democráticos. Paja mentales mías (...)
Todo se precipitó una tarde del verano de 1994, justo cuando tocábamos fondo y parecía que a la crisis solo le faltaba masticarnos par de veces más para tragarnos. No resultó fácil, pero ese día saqué Dany del pozo de la desidia y nos fuimos hasta Cojímar en nuestras bicicletas, dispuestos a presenciar el espectáculo del momento, lo nunca visto: la salida masiva, en las embarcaciones menos imaginables y la luz del día, de cientos, miles de hombres, mujeres y niños que aprovechaban la apertura de fronteras decretada por el gobierno para lanzarse al mar en cualquier objeto flotante, cargando con su desesperación, su cansancio y su hambre, en busca de otros horizontes”[1].




[1] Leonardo Padura: “El hombre que amaba a los perros”, P. 403–404, Tusquets Editores, Caracas 2014