martes, 22 de febrero de 2011

El alarido de la sociedad herida de muerte

Queremos salir de Chávez, ¡pero la oposición no nos deja! – nos dijo uno de los estudiantes en huelga de hambre. También fue el deseo de más de la mitad de la población electoral, que votó en su contra en las elecciones del 2010. Y –no nos cabe duda- esta mayoría más que simple se volvería absoluta al destaparse la Caja de Pandora y evidenciarse los desafueros cometidos por Alí Blablá y los 40 ladrones.
Armando Durán se pregunta, en su columna de El Nacional publicada el lunes pasado, ¿Qué pasa en Venezuela? Jean-Claude Malaguti nos interroga –con la misma preocupación de Durán- sobre cuál fue la reacción de los venezolanos ante los hechos acaecidos recientemente en el Levante, que acabaron con los gobiernos vitalicios de Egipto y Túnez, y que tienen contra la pared al terrorista confeso Muamar Al Gadafi. Ninguna. Como si el Medio Oriente no estuviese ubicado en la Tierra sino en Marte o en la Galaxia de Andrómeda.
La gente no se ha expresado, pues no tiene dónde hacerlo ni quien le oriente al respecto.
La MUD no sólo está MUDA, sino permanece ciega y sorda ante todo lo que la desvíe de su objetivo: mantener al Guasón atornillado a la silla hasta el 2012, bajo el supuesto de que Dios lanzará rayos y centellas para cegar a los burócratas del CNE, la claque militar castro-comunista, las focas, los bolibanqueros y boliburgueses y, en general, toda esa inmundicia que mantiene a y se lucra con el proyecto que destruye a la República Bolivariana desde hace 12 años.
Los medios denominados independientes o están aterrorizados, se autocensuran no admiten a voceros duros, o se dejan llevar por los lineamientos de la MUDA de mantener a toda costa el sistema; olvidándose de los deberes de la Constitución Nacional sobre la defensa de la soberanía y los derechos fundamentales allí escritos.
Aún hay excepciones, ¡claro está! Marta Colomina, César Miguel Rondón, Nelson Bocaranda, entre otros. Pero, cada vez que alguno de ellos desocupa su espacio temporalmente, digamos por vacaciones, la marea roja lo invade, a veces de manera sutil –bajo la conceptualización desacertada en este caso de mostrar las dos caras de la opinión- mas la mayoría del tiempo descaradamente a favor del Guasón. Y esta marea mezcla mentiras, medias verdades y omisiones en guiones nada espontáneos.
Malaguti también inquiere: ¿Cómo reaccionó la opinión venezolana cuando Chávez comparó Gadafi con Bolívar? Es una pregunta que sólo admitiría una repregunta: ¿Y cómo reaccionó cuando se reunió con Hussein? No recordamos que nadie haya salido a protestar en dichas oportunidades.
Pero tampoco son las cuestiones claves del aquí y el ahora. Los estudiantes llevan 22 días en huelga de hambre y los canallas del régimen atribuyen su sacrificio a maniobras del Imperio y la oposición, que están perdiendo la batalla de las ideas –dixit Alí Rodríguez Araque-. Ojala que el uno y la otra tuvieran esa intención y poder, pero no la tienen ni lo quieren.
Lo que no se entiende que frente a la absoluta denegación de justicia existente en Venezuela, las huelgas de hambre son el alarido de la sociedad herida de muerte. A lo mejor el último recurso que nos queda.

domingo, 20 de febrero de 2011

Sarkozy y la derrota de la izquierda

Estamos releyendo La generación de relevo versus el Estado omnipotente, notable ensayo publicado en 1985 por Marcel Granier. En dicha obra Granier, considerado entonces como profeta del desastre –calificación que honrosamente compartiera entonces con Arturo Uslar Pietri-, diagnosticaba que la depauperación moral y material de la República, cuyas causas primarias eran la masificación del instinto al botín –esa peculiaridad que adorna al venezolano- y el que los crímenes por peculado quedaran en la más absoluta impunidad, llevarían inevitablemente a un personaje como el Guasón a Miraflores, a menos que la gente pensante se concienciara y actuara en consecuencia.
Apuntaba Granier a los casos de la devaluación del bolívar, los alimentos descompuestos en Corpomercadeo –pionera de Pudreval-, la quiebra fraudulenta del Banco de los Trabajadores, los reposeros de varios organismos públicos, la elefantiasis de la burocracia y los sospechosos siniestros de la eléctrica estatal y otras empresas del Estado, donde se quemaron todos los archivos comprometedores.
Referíase Granier al período bajo la administración de Luis Herrera, durante el cual no había una matriz de opinión especialmente condenatoria hacia la corrupción existente. No como ahora, se entiende. Pero sí in crescendo, por lo cual podemos afirmar que aquellos vientos trajeron estas tempestades.
¿Por qué las alertas sembradas por personajes famosos como Granier, Uslar Pietri, Juan Pablo Pérez Alfonso, Carlos Rangel, Pedro Tinoco y Renny Otolina cayeron en saco roto? ¿Por qué no les paramos bola? Porque –a excepción de Pérez Alfonso- sus voceros eran de derecha, gravísimo pecado en la Venezuela y el mundo de la década de los ochenta del siglo pasado.
Quienes estaban de moda, quienes eran escuchados y tenidos como íconos durante esa época oscurantista eran los denominados intelectuales progresistas, cuyas propuestas abarcaban todas las posibles formas de agitación, propaganda y sabotaje para derribar a las democracias, especialmente en los países tercermundistas, y al modo de producción capitalista, a escala global.
¿En beneficio de quiénes? De una nueva clase de parásitos sociales, encarnada por la cúpula de los partidos comunistas que detentaban el poder en Centroamérica, Cuba y tras de las cortinas de hierro y bambú de Asia y Europa. Partidos cuyos líderes oscilaban entre la mediocridad absoluta y la sicopatía galopante, la nomenclatura y el genocidio, Nikita Jrushchov y Yósif Stalin, Daniel Ortega y Pol-Pot.
Hoy, hemos derrotado la frivolidad y la hipocresía de los intelectuales progresistas. –ha dicho Nicolas Sarkozy, Presidente de la República Francesa. A esos cuya creencia es que lo saben todo, y condenan a la política mientras se sirven de ella para sus propios y, a veces, inconfensables fines.
Desde 1968 no podíamos hablar de moral. Nos impusieron el “relativismo”, la perversa concepción de que todo es igual, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos estudiantes.
Nos hicieron creer que los derechos humanos de la víctima valen menos que los del delincuente. Que el principio de autoridad había muerto, que la cortesía y las buenas maneras estaban demodé, que no existía nada sagrado ni admirable. La consigna era vivir sin obligaciones y al cuerpo lo que le pida.
Quisieron acabar con la búsqueda de la excelencia y el ejercicio del civismo. Se focalizaron contra los escrúpulos y la ética. Una izquierda hipócrita que permitía indemnizaciones millonarias a los amigos del régimen y el triunfo del depredador sobre el emprendedor. Izquierda presente en la política, los medios de comunicación, la economía. Que se ha embriagado con el gusto al poder.
Para ella existe un abismo entre la policía y la juventud: Los malandros son buenos, la policía mala. La sociedad es culpable, el delincuente inocente.
Izquierda que promueve los servicios públicos, pero no se moviliza en transporte colectivo. Que elogia a la escuela pública, pero manda a sus hijos a los colegios privados. Que adora al campo, pero jamás viven en él. Que está de acuerdo cuando se confisca la propiedad del otro, pero no aceptan ningún refugiado en su casa.
Intelectuales progresistas que renunciaron a la meritocracia y al premio al esfuerzo, y que atizan el odio a la familia, a la sociedad y a la República.

Diríamos que es esa izquierda delincuencial, denunciada en tan duros términos por el vigésimo tercer Presidente de Francia, es la que asaltó a la República de Venezuela. Y que nos toca derrotarla.

domingo, 6 de febrero de 2011

Bolívar: Mitomanía y desmitificación

Jugando a los fantasmas, uno se vuelve fantasma (Anónimo)
El 4-F fue engendrado por la misma historia, nació del vientre de la misma historia, del vientre de la madre patria. Si alguien preguntara: “¿Quién es el padre del 4-F?” Yo diría, ¡el general en jefe y libertador Simón Bolívar! ¿Y la madre? ¡La patria! Adivine quien dijo esto, amigo lector. El problema, empero, no es que lo haya dicho, sino que él lo cree a pies juntillas.
Casi todos los dictadores fabrican sus mitos personales. Castro, por recomendación del Ché Guevara, escogió al Hombre Nuevo, versión comunistoide del Hombre Superior de Nietzsche. En el caso nuestro, el Guasón se considera a sí mismo el interlocutor en el más acá de Bolívar, cuando no su reencarnación. De ahí la reciente profanación de su sepulcro.
Como alguien le ha dicho al Guasón que la jurungadera el ilustre difunto no ha caído bien entre el pueblo llano, la información sobre esta necrofilia a descendido de perfil, lo cual no quita que expertos –especialmente españoles- sigan viajando entre la Península y Venezuela, con muestras de huesos de próceres y ADN de sus descendientes –ahora también de los de Francisco de Miranda- que permitan descubrir la genealogía mítica de quien nos desgobierna.
El primer mitómano histórico fue Heu Hoang-Ti, quien siguió gobernando después de meses de fallecido, pues la fábula se basaba en su propia inmortalidad. Para que el pueblo no sospechara, el cadáver era paseado en caravana diaria; y, a objeto de disimular el hedor, se añadía un carromato cargado de pescados. Hoang-Ti fue un sátrapa de mala entraña: quemó los libros de poesía, ética y filosofía, asesinó a sus adversarios y a las familias de los mismos, ahogando a China en una regresión por 12 años.
El más conocido mitómano por encargo fue Joseph Gobbels, Ministro de Propaganda del III Reich. Gobbels creó un patuque con el mito de la superioridad aria, el libro Mein Kampf de Hitler y la crisis económica global de la década de los treinta del siglo pasado, dándole al Führer las bases míticas de su infame tiranía. Todavía bien entrada la II Guerra Mundial, soldados y oficiales de la Wermacht buscaban, inútilmente, las raíces de los primeros arios en las cúspides del Tibet.
Roger Callois, investigador francés famoso por su rigor científico a la par que por su depurado y casi poético estilo literario, diferencia a la mitología situacional –colectiva, como en el Minotauro, traída al presente por la fiesta brava- de la heroica –común a todas las tiranías-, donde el individuo se proyecta como la compensación que tiñe de grandeza su alma humillada.
Simultáneamente, se percibe al mito bajo una luz especial, donde la grandeza está justificada incondicionalmente. Es el héroe quien resuelve el conflicto del espectador. De ahí su derecho, no al crimen en sí mismo, sino a la culpabilidad que éste engendra, siendo la función mitológica halagar al ciudadano común que desea cometer el delito, pero no se atreve a hacerlo. El quid del asunto es una especie de pseudo-contrato social donde el exceso está permitido, el autócrata se torna héroe ritual, para realizar el mito y vivir por y para él.
Envidia, hambre y sexo
Andrew M. Greeley sacerdote de ascendencia irlandesa, poeta, novelista de best-séller y columnista semanal de Chicago Sun-Times, colaborador de The New York Times y The National Catholic Reporter, cree que las tres fuerzas que mueven al mundo son el hambre, el sexo y la envidia.
Callois asimila el sexo al hambre a estudiar uno de los mitos más generalizados de la Humanidad, asociado a la mantis religiosa. Asegura Callois que el hombre y el insecto se sitúan en extremos divergentes, pero igualmente evolucionados del desarrollo biológico y social; y que, en el humano, el mito y la fabulación reemplazan al instinto: El mito es, para la conciencia, el reflejo de una conducta cuya presencia necesita.
Desde los bosquimanos más primitivos del África Ecuatorial hasta los intelectuales más refinados de China, India, Egipto, Grecia y Roma le han atribuido al ortóptero cualidades mágicas, divinas y demoníacas, indistinta y hasta simultáneamente, vinculadas a su apariencia antropomórfica: Un diente que posee en la boca, el voltearse a mirar lo que le llama su atención –no lo hace ningún otro insecto-, patas que emulan a la cabellera humana y, finalmente, el que la hembra devorara al macho tras el coito, la cual no es causa de ninguna necesidad procreativa o alimentaria, como en otras especies, sino a mera y simple dominación.
La Mandrágora como ejercicio desmitificador
La mejor definición del placer sexual, indescriptible en términos sencillos, es l’ petit morte (la pequeña muerte); y aún sexólogos modernos, como William Masters y Virginia Johnson, la siguen empleando al describir el período refractario tras la resolución coital. Lo más interesante es que el concepto reaparece en 1524 en La Mandrágora –sinónimo de la mantis religiosa-, cuyo autor es Nicolás de Maquiavelo, obra considerada la mejor comedia del Renacimiento, y una de las más acabadas, brillantes y modernas del teatro universal.
La Mandrágora, según el mismo Maquiavelo, recuerda a un suceso acaecido en Florencia. Una verità effettuale, en la cual los protagonistas persiguen el tener, como sinónimo de felicidad, a toda costa. Ambición desarrollada en un mundo real, donde la gente es como es y no como debería ser, y se presta a cualquier indignidad para lograr el objetivo. La Mandrágora no moraliza, sino que presenta el cuento como un slice of life (un retazo de existencia) para que cada quien saque sus propias conclusiones, obligándole a dejar a un lado toda subjetividad. Por lo cual, se trata de un argumento desmitificador.
En la última entrega de su columna, Ramón Piñango plantea la necesidad no de un cambio de figurones en las alturas del poder político, sino de planes que favorezcan realmente al ciudadano, sobre todo en el área laboral –seguridad social y hospitalaria, indexación salarial a la inflación y devaluación, generación de empleos-. Nosotros le añadiríamos dos puntos a ese nuevo contrato social: desmitificación de Bolívar y la prohibición de reelección absoluta para cualquier cargo.