martes, 8 de junio de 2010

¡Púyala, Durán!

Dedicado a Armando Durán
I
Es ésta una época realmente extraña… -reconoce Hamlet en su celebérrimo monólogo. Y luego afirma: Hay más cosas entre la Tierra y el Cielo de las que el hombre pueda imaginarse.
Estas frases las escribió William Shakespeare en tiempos de intenso desarrollo económico, cultural y social de su nación, la llamada Época Isabelina, que se extendió por los reinados de Isabel I y Jacobo I (1558-1625).
Cuando todo parecía salir a pedir de boca para los ingleses, cuando Isabel I había eliminado a su principal competidora –María Estuardo, Reina de Escocia- por el expedito proceso de mandar a cortarle la cabeza, cuando había roto con el Vaticano y establecido al anglicanismo como única religión oficial bajo su poder, cuando William Morgan le hacían la vida imposible a los españoles en el Caribe; ¿qué motivaba a Shakespeare a definir como extraño e inimaginable este devenir? Y, sobre todo, ¿por qué sus obras alcanzaban tanto éxito a nivel popular?
La estrecha conexión de Shakespeare con el pathos era más que obvia, y podría haber resultado harto peligrosa para el propio autor.
De ahí que se cuidó de enmascarar a sus protagonistas y escenarios con caracteres y locaciones extranjeros.
La acción de sus principales tragedias transcurre fuera de esa campana de cristal que era él Gran Bretaña: Romeo y Julieta, en Italia; Hamlet,El príncipe de las tinieblas, en Escandinavia; El Timón de Atenas, en Grecia. Suficiente para que los personajes que le inspiraron no se sintieran aludidos y reaccionaran en su contra. Suficiente, asimismo, para que el pueblo los identificara, y se riera a sus espaldas, o les condenara a sotto voce por sus vicios y desafueros.
De haber existido entonces los periódicos, no hay duda que Shakespeare habría hecho de ellos también una tribuna para fustigar sin piedad a la naturaleza humana.
Porque Shakespeare, como Cervantes y Dante, no escribía por escribir, ni por llenar cuartillas, ni porque le pagaran por sus libretos, aunque con ellos se ganara la vida. Lo hacía para comunicarse con el prójimo, y como era un genio, logró un estándar de perdurable excelencia.
II
Cuando buscamos la opinión en la prensa cotidiana –lo demás no nos interesa, aparece en los noticiarios radioeléctricos, que lo repiten hasta que nos lo aprendemos de memoria, detectamos quién escribe por escribir y quién lo hace porque su pasión así se lo exigen. Lo cual no implica, en el último caso, que algunos artículos salgan mejor que otros, o nos gusten más o menos. Ce est la vie.
Examinemos, por ejemplo, el desempeño de Armando Durán.
En una entrega anterior, recordamos nuestro desencuentro crónico con los gobiernos de AD, y una suerte de antiadequismo que iba de light a heavy, según los encumbrados. Rechazo total durante los dos mandatos de CAP. Indiferencia en el de Raúl Leoni.
Por eso, Durán –a quien no conocemos- nos caía muy antipático. Y quizás también porque se levantó a una chama que nos atraía inmensamente, y cuyo nombre no viene al cuento. Sin embargo, hoy pensamos diferente. Gracias al Guasón y sus boliburgueses corruptos que
quienes, en la actualidad y merced al trampolín de Pudreval, se asemejan más a un ejército de zombis.
Cuando Durán comenzó a escribir contra el Guasón y a describir las tragedias y miserias de su malhadado régimen, las cuales otros analistas no observaban o ante las que se hacían los locos, su ensayo semanal se nos convirtió en imperdible.
Durán superó así nuestros prejuicios y preconceptos –que, probablemente en otro ahora eran razonables- y, sobre todo, despertó nuestra admiración, pues le vimos batirse contra molinos de viento, ante el silencio cómplice, las medias verdades o el colaboracionismo franco de otros escritores. Llamó al pan, pan; al vino, vino; y a la cerveza, Polar.
Hoy Durán, puede aseverar, sin sonrojarse: Yo te dije que esto iba a pasar. Y ahora, cuando otros sienten que las fuerzas satánicas están a punto de tocar sus puertas y echarlos de sus empleos, sin excusas o por motivos baladíes, comienzan a rasgarse las vestiduras y a repetir lo que Durán había señalado tiempo ha.
Es cierto que Durán no estuvo sólo. Le acompañaron Marianela Salazar, Rocío San Miguel, Ángela Zago, Gloria Cuenca y Marta Colomina. Citamos sólo algunas féminas, pues es el sexo preferido por él, en lo cual hace muy bien, ya que en esta también extraña e inimaginable época abundan las nada edificantes confusiones.
Y, desde las redes sociales, quienes carecemos de espacios físicos para expresarnos, los que no cobramos por hablar mal del gobierno, pero que lo hacemos de gratis y apasionadamente, le saludamos y la aupamos: ¡Púyala, Durán!

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