jueves, 7 de febrero de 2019

El secretismo y el periodismo

Tengo un buen amigo que se equivocó de profesión, pues, en lugar de periodismo que estudió, debió haber seguido su vocación sacerdotal.
Creo que no eligió al sacerdocio pues siempre le gustaron las mujeres, lo cual le habría puesto en el permanente estrés del pecado mortal, por lo cual, quizás, no hubiese llegado a los 77 años conque ahora cuenta, pues hubiera desaparecido prematuramente, por una de esas enfermedades letales las cuales hoy reconocemos como psicosomáticas, cáncer o los accidente cardiovascular.
Pese a su desliz laboral, mi amigo ha sido un personaje exitoso como emprendedor, político e intelectual. Tiene el don de hurgar en los detalles –donde el Diablo siempre está presente y activo­–, y descubrir sus nuómenos, o temas razonados, en contraposición a fenómenos, o temas percibidos.
Sin embargo, practica el autoritarismo y el secretismo.
El autoritarismo como esa modalidad que impera, por ejemplo, en las fuerzas armadas, los partidos marxista­–leninistas y las órdenes religiosas, donde se ejerce una evidente autoridad de carácter paternalista y vertical.
El secretismo, como esa tendencia a actuar a escondidas, que permite ir susurrando frases cuyo final suele ser: “A ti te lo conté, pero que no se entere nadie”.
A mi entender, el periodismo es, absolutamente, lo opuesto.

Al periodismo moderno lo inventaron Hearst y Pulitzer

Putlizer, Remington, Heminghway, Hearst y Twain

Al periodismo moderno lo inventaron William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer.
Hearst lo hizo gracias a un imperio comunicacional de 28 periódicos de elevada circulación, estratégicamente ubicados en las ciudades políticamente y económicamente más activas de Estados Unidos. Entre los de mayor tiraje estuvieron “Los Angeles Examiner”, “The Boston American”, “The Atlanta Georgian”, “The Chicago Examiner”, “The Detroit Times”, “The Seattle Post-Intelligencer”, “The Washington Times”, “The Washington Herald” y “The San Francisco Examiner”. Su cadena llegó a contar, asimismo, con editoras de libros, radiodifusoras y revistas temáticas como “Cosmopolitan”, “Town and Country” y “Harper's Bazaar”.
La familia de Hearst se opuso en principio a que William se dedicara a una actividad la cual estimaban, prejuiciosamente, poco rentable. Le dieron un chance de que probara lo contrario, financiándole su aventura por un año, para medir su desempeño en moneda contante y sonante. 
Ante el reto, Hearst fundó “The San Francisco Examiner”, rodeándose desde su inicio con las mejores plumas de su época para que escribir las noticias.
Así convirtió en reporteros a Mark Twain, William Faulknery Ernst Hemingway. En diseño gráfico y fotografía –que estaban en pañales–reclutó a famosos veteranos, como el  artista plástico Frederick Remington.
A Remington lo mandó a La Habana, para que ilustrase las peripecias de la independencia de Cuba. Al llegar allá, el pintor le mandó un mensaje a su jefe, en los siguientes términos: “Aquí todo está en calma. Quiero volver”. Hearst le respondió: “Usted ocúpese de los pinceles, que yo lo haré de la guerra’”.
Entonces, sorpresivamente, el acorazado “US Maine” de la armada estadounidense explotó y se hundió en la bahía de La Habana.
Si Hearst fue o no el que mandó a poner la bomba que cambió la historia del Siglo XX, si esta anécdota fue o no cierta, nadie lo sabe. Pero lo que si se sabe es que el poder real de la comunicación masiva nació con Hearst, merced a su agresiva competitividad, la incorporación creciente de la tecnología de punta a la edición e impresión de sus periódicos y contratación del mejor talento disponible paraellos, como bien lo recuerda una crónica el diario “El Telégrafo” de Quito[1].
A mi entender, para ser un buen periodista hay que ser absolutamente irreverente. Oscar Yánez, maestro de generaciones de reporteros en Venezuela, ilustraba el don de la irreverencia con el siguiente aserto: “Si un perro muerde a su amo, no hay noticia. Si un amo muerde a su perro, sí hay noticia”
Debe recordarse que los sinónimos de escribirson: describir, elaborar, componer, contar, narrar, novelar, redactar, relatar. O, en una frase que los encierra a todos: explayarse sobre lo que uno se entera. O, lo que es lo mismo, enseñar, educar
Por eso, el periodista se vale del lenguaje narrativo, encuadrando los hechos sucedidos dentro de un formato nudo–trama–desenlace. ¿Por qué? Porque, desde la prehistoria, los seres humanos nos acostumbramos a escuchar la información en cuentos.
El único secretismo que mantuvieron los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein, laureados con Premio Pulitzer por el Caso Watergate, fue la identidad de su fuente informativa, a quienes llamaron sus competidores Garganta Profunda, refiriéndose sarcásticamente a la primera película porno que se exhibió en los cines de Estados Unidos donde su protagonista, Linda Lovelace, se dio banquete con el coito oral.
Fue el propio informante quien desveló,  décadas más tarde, su nombre y cargo: Inspector Mark Felt, del FBI, encumbrado al más alto nivel.
Para quienes no la recuerdan o desconocen, la noticia que ocasionó la renuncia de Richard Nixon a la presidencia de Estados Unidos, fue publicada por The Washington Post, sin comentarios, el 18 de junio de 1972:
“Cinco hombres, uno de los cuales afirmó haber trabajado para la CIA, fueron detenidos ayer sábado a las 2.30 AM, al intentar llevar a cabo lo que las autoridades describieron como un plan para espiar las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata en Washington”.
Gracias a las consecuencias generadas por tan escueto detonante, Nixon tuvo que irse de la Casa Blanca, antes de que sus compañeros de partido lo echaran a las fieras, develando los numerosos delitos que el primer mandatario del país había cometido.
Todos los periodistas quisiéramos ganarnos un Premio Pulitzer, aunque muchos legos quizás ignoren la encarnizada guerra que sostuvo Joseph Pulitzer contra Hearst. Además del galardón que lleva su nombre, Putlizer fue el inventor de la la “prensa amarilla” o sensacionalista, así como  del “infonimiento”, o cóctel de información y entretenimiento el cual, en sus actualizada versión de  “correo del corazón” tantos seguidores tiene.

Peones y reyes de la nueva guerra mediática


Eleazar Díaz Rangel, Mariela Mérida y Vladimir Putín

Lo que no quisiéramos, o al menos no queremos la mayoría de los periodistas que conozco y con quienes he trabajado, es laborar por hambre en una de esas bazofias erigidas para apoyar regímenes corruptos, delictivos y tiránicos, como Telesur, dedicado a la propagación fake news y “Últimas Noticias”, el diario de mayor circulación en Venezuela, convertido por Eleazar Díaz Rangel –su director– en un pasquín laudatorio que le lame cotidianamente las botas a Nicolás Maduro; o para intentar  relanzar como Vladimir Putin un mundo bipolar al que no alcanza ni con tecnología bélica ni con economía, con los laboratorios de guerra sucia de "Rusia Televisión" y "Sputnik".
En los citados instrumentos de hegemonía comunicacional no hay irreverencia, amarillismo, ni competitividad. Tampoco una investigación periodística, como la que reventó a los lavadores de dinero con  “Los papeles de Panamá”, o la que evidenció los abusos sacerdotales ejercidos impunemente desde quién sabe hace cuánto tiempo.

Esta última y perversa actividad es a la cual Francisco I  intenta poner coto, de una vez por todas. Pero las ni las excusas papales dadas personalmente a los agraviados ni la expulsión o excomunión de los culpables resultan suficientes para reparar terribles traumas como los ocasionados en víctimas como James Hamilton, sodomizado desde su niñez preadolescente por el infame sacerdote chileno Fernando Karadima..   

El secretismo juega a favor de los sacerdotes pederastas

El Papa, el pederasta y la víctima

El haber empleado a los colegios católicos y conventos como depósitos de carne fresca para satisfacer la lujuria de los predadores ensotanados, costumbre impía denunciada hace siglos por Juan de Bocaccio en "El Decamerón", constituye una de las facetas más desgraciadas del secretismo, en el cual se mezclan la manipulación, la culpa y el sometimiento.
Al referirse a un caso ocurrido en Chile, la televisora germana Deutsche Welle[2], lo describe también como “una historia de amor, resiliencia y esperanza”, refiriéndose al apoyo que Hamilton recibió de Valerie Elgueta, su esposa y la madre de sus hijos, quien le convenció no “a salir del clóset”, sino del estercolero donde había medrado durante gran parte de su existencia, y cuyos pormenores sólo los conocían el psicoanalista y su diván. 
Hamilton, al haber develado valientemente su secreto, desencadenó una cascada de denuncias a los que debe ser considerados como “mártires modernos”, esos niños y niñas que, ilusionados por su fe, fueron arrastrados a un estercolero enclaustrado en el corazón del catolicismo. De no haber sido por el secretismo, la plana que ahora intenta enmendar el Papa Francisco, nunca habría sido escrita.
También fue el secretismo lo que permitió y aupó el auge de los regímenes corruptos dependientes del Foro de Sao Paulo y y contribuyentes con la propagación de la epidemia castrocomunista del Siglo XXI en Iberoamérica: las dictadurads disfrazadas de emocracia de Correa, Chávez, Kirchner (marido y mujer), Maduro, Morales, Ortega y, por supuesto, la perpetuación de los tiranosaurios Castro en Cuba.
El periodismo, en cambio, desenmascaró Odebrecht, sentó a sus dueños en la silla de los acusados, y condenó a Lula Da Silva a más de 20 años de prisión por peculado. La Kirchner se salvó y piensa reelegirse, porque el parlamento argentino es un nido de ratas buchonas.
Cabe esperar que mi amigo reflexione, y abandone el secretismo. Lo digo por su bien.   

[1]www.eltelegrafo.com.ec
[2]https://www.dw.com/es/fuerza-latina-valerie-elgueta-vencer-el-tab%C3%BA-del-abuso/av-47259587

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