domingo, 21 de febrero de 2010

El cambio va

Las actuales y complejas relaciones entre las personas y sus medios de comunicación pueden ser mejor comprendidas si se parte de una idea antigua, arraigada y compartida por la mayoría, que abarca desde el pecado original hasta el mito del hombre nuevo: Existe algo definitivamente disfuncional en la naturaleza humana, por lo cuál hay que cambiarla radicalmente.
Del homo sapiens al homo cyberneticus
Todas las religiones plantean el cambio deseado a través de caminos largos, tortuosos y peligrosos, desde el Budismo hasta el Cristianismo y sus múltiples variantes. Según Carlos Marx los seres humanos se transforman y configuran su entorno mientras aplican su propia reingeniería laboral. Para Marx y Federico Engels este caldo de cultivo lo nutren la tecnología, las herramientas y los inventos empleados en la producción.
Para los budistas, el castigo por resistirse al cambio es renacer ad-infinitum, a veces bajo el abominable formato de cucarachas. Para los cristianos, el Infierno. Para los comunistas, el ser declarado antisocial, la cárcel, el exilio o el paredón.
Adolf Hitler visualiza al hombre nuevo como un ario puro, sin trazas genéticas de judíos, eslavos y otras razas inferiores. Mao Zedong es más específico al respecto: Su aspecto es el de los héroes socialistas que vemos en los carteles. Serio, orgulloso, decidido, convencido de su victoria, fuerte, valeroso, con la vista puesta en el futuro, lleno de confianza. Carece de necesidades y no quiere para sí ningún tipos de privilegios ni poder. Sólo ama al Partido y a sus líderes. Odia a los enemigos del socialismo y, en primer lugar, a los hegemonistas y socialimperialistas soviéticos.
Los pensadores posmarxistas, inspirados en la Teoría del Caos, que –según ellos- fue lo que le faltó al socialismo científico para su viabilidad, van mucho más allá de lo soñado por los tiranos del Siglo XX.
Peter Sloterdijk en El extrañamiento del mundo, describe al hombre actual como una mediocridad insatisfecha, semidepresiva, atontada, que triunfa como animal triste; que se menosprecia, hundido en la ambigüedad de su propio yo. Que encuentra en la música –el rock y el ragetón- el recurso para huir del entorno, y en las drogas el fallido intento para derribar su trivialidad.
Al planeta lo diagnostica como enfermo o decadente, donde la vida se halla empobrecida y mutilada: Un globo suspendido en un mecanismo ciego de autoconservación, vertebrado en torno al escape. Una relación perversa entre la arquitectura y el lenguaje, que ha empujado el pensamiento hasta el suelo, impidiendo su libertad de movimiento.
Por eso hay tantos fundamentalismos filosóficos -cristianismo, marxismo, existencialismo-, que son meras variantes del humanismo, en los que la necesidad de mantener definiciones sólidas e incontrovertibles impide toda duda razonable sobre los preconceptos.
La metafísica es una estrategia igualmente torcida: Genera la sensación del vacío y, simultáneamente, impone la necesidad de cubrirlo con la emergencia del sujeto. Toda metafísica es teocéntrica –ubica a Dios en el centro- y, por tanto, antihumanista. Para la metafísica, el hombre sólo es importante como recipiente de la perfección, del mismo modo que el Sol necesita de la Luna para ejercer su poderío. Ningún teólogo clásico coloca al ser humano en el centro del mundo, pues para ellos ese espacio pertenece a una inteligencia divina, externa, omnipresente y omnisciente.
El homo cyberneticus sustituye al homo sapiens –continúa el controvertido autor-, lo cual no implica necesariamente su evolución o mutación:
Si se entiende a la cibernética como el encuentro histórico, social y tecnológico producido por la informática y la robótica, el homo cyberneticus agrega a esta combinación otro hecho de igual valor: la bioingeniería, que incluye manipulaciones genéticas e implantes biocibernéticos. Si el homo sapiens era naturaleza y cultura, el homo cyberneticus es tecnología en la naturaleza, al punto que se requiere una definición nueva de lo natural y lo artificial.
El hombre comunicador
Para entender mejor el conflicto en el ámbito mediático, es imprescindible, además, enmarcarlo entre dos teorías, recientes, básicas y contradictorias: la Aldea Global, formulada por Marshall McLuhan antes de que siquiera existiesen los satélites de comunicación, y las Redes de Convergencia, presentada por Everett Rogers en Caracas, durante el Congreso Científico de la AIERI en 1979.
Que dos teorías antagónicas produzcan resultados prácticos no pasa sólo en Comunicología. También en Física, las teorías Cuántica y de la Relatividad son excluyentes. Sin embargo, la primera originó el microchip y la segunda la energía nuclear, una contradicción insalvable sobre el papel que, empero, para nada les quita el sueño a más de 40 millones de franceses, cuya electricidad proviene en un 80% de usinas atómicas, ni a los centenares de millones de internautas quienes a diario navegan por la Red.
McLuhan prevé al hombre del futuro no como un robot intelectual y colectivizado, al estilo comunista del hombre nuevo, sino más bien como la culminación de su aldea global, en la cual la fragmentación causada por la Revolución Industrial, estará unida por un gigantesco tejido comunicacional, lo que, consecuencialmente, llevaría al nacimiento de un nuevo humano, provisto de sentidos electrónicos.
McLuhan más se focaliza en el cosmopolitismo o globalización –un término del cual los economistas no tardarían en apoderarse para aplicarlo al mercado-, en el sentido cristiano de la evolución, tal como lo formulara el paleontólogo y sacerdote jesuita Pierre Teilhard de Chardin:
Durante la evolución los grupos agotan sus posibilidades, y sólo avanzan algunas formas de vida. Hacia el final del Plioceno no quedaba otra especie capaz de evolucionar sino el hombre. El hombre representa sólo una especie biológica, y, dentro de algunos siglos, formará un grupo cultural único, basado en un marco general de ideas y creencias.
Rogers, profesor de la Universidad de Berkeley y coautor de Communication of Innovation, una obra fecunda que resume sus trabajos de campo y resultados por más de 20 años en Colombia, México y Venezuela al frente del esfuerzo de la USAID, destinado a incrementar la calidad y estilo de vida del campesinado latinoamericano-. Sin desestimar la globalización como tendencia creciente –por ejemplo, revelada en hechos como el uso del blue Jean a escala mundial-, Rogers sostiene que, simultáneamente, se están formando redes sociales que mantendrán vivas las raíces de la identidad cultural de los pueblos –religión, sociocultura, idioma, folclor-. Tales redes llegarán a tener tanto o mayor peso específico que la propia globalización.
El hombre transceptor
Lo que acontece hoy en los medios se deriva de la Aldea Global, las Redes de Convergencia, o de la combinación de ambas.
En 1976 el investigador venezolano Antonio Pasquali publicó un enjundioso estudio -Comunicación y cultura de masas- que se convertiría en texto obligado de las escuelas de Comunicación Social y le valdría, años más tarde, su nombramiento como Subsecretario General de la UNESCO.
Pasquali describía la comunicación en boga como un modelo informativo e imperfecto, constituido por una polaridad cuyos extremos estaban ocupados por emisores y receptores.
Sostenía que se trataba de una situación injusta, pues la Civilización había avanzado gracias al intercambio colectivo de ideas o, como él lo denominaba, del flujo y reflujo informativos; y el espectro radioeléctrico, aunque muy extenso en el número de sus frecuencias, resultaba también limitado.
Proponía, a cambio, un modelo comunicacional, donde no hubieran emisores ni receptores, sino todos fueran transceptores –apócope de los vocablos transmisor y receptor-, criterio en congruencia con la descripción del el sistema que otro ilustre venezolano, el lingüista, pedagogo y fundador de la Escuela de Comunicación de la UCV, había perfilado en La comunicación impresa (1976).
Paras Márquez Rodríguez la comunicación, a diferencia de la expresión es, esencialmente, un proceso social o colectivo: En efecto, entendemos la comunicación como un proceso interactivo en el cual los individuos se intercambian determinado tipo de información o conocimiento. El término viene del latín comunicare: compartir, vincularse con alguien. En el origen etimológico está ya el sentido del concepto tal como ha sido definido. El carácter interactivo del proceso comunicacional se manifiesta en el sentido de una permanente interacción entre quien inicia la comunicación y quien recibe el contenido de la misma.
El hombre interactivo
En aquél entonces, los comunicólogos despreciaban a los mercadotécnicos, pues les consideraban mercenarios del saber, y descalificaban la validez de las encuestas, cuya aplicación, empero, mejoraron considerablemente la eficacia del modelo informativo, al realimentarlo con la opinión de los consumidores, pues los sondeos habían logrado que los entrevistados respondieran clara, sintética y certeramente preguntas sobre sus expectativas, necesidades y deseos.
Mientras el tema daba lugar a agudos debates internacionales, no sólo en el ámbito académico sino también en la palestra pública, lo que ignoraban tanto los comunicólogos como los mercadotécnicos era que, paralelamente, cinco universidades Ivy League de EEUU y la CIA operaban una nueva tecnología –Internet-, con la cual estaban compartiendo sus datos en tiempo real, y la que se convertiría en la llave de la puerta al libre acceso y la participación comunicacionales, a escala global.
Gracias a la implementación de la banda ancha, el costo decreciente de la tecnología de la información o infotecnología, la digitalización de los satélites de comunicación, la substitución del cableado de cobre por fibra óptica y la aparición de nuevas opciones interactivas, Internet es hoy por hoy el medio que más se acerca al modelo ideal de la Comunicación Social, pues aunque no está disponible para todos, sí lo maneja un porcentaje estadísticamente significativo de la Humanidad. Actualmente casi dos millardos de personas acceden y participar como cultores del género epistolar y actores en tiempo real. Por eso, políticamente hablando, a Internet puede considerársela como la última de las libertades.
Los medios tradicionales luchan por actualizarse, con recursos como los periódicos digitales, la televisión de alta definición –HDTV- y la radiodifusión satelital. Sin embargo, siguen anclados al modelo informativo:
Cada medio de comunicación selecciona sus ideas. La televisión es una pequeña caja dentro de la cual se agolpa y debe vivir la gente; el cine nos pone en contacto con el amplio mundo […] Con su gran pantalla, el largometraje se presta perfectamente al drama social, a los panoramas de la guerra, el mar, la erosión de la corteza terrestre. […] Pero en la televisión se puede penetrar en las relaciones más humildes y corrientes, que son increíblemente complicada […] (En la televisión) hay mucho más drama en las razones por las cuales alguien se casa que en aquéllas por las que asesina… (Carpenter, Edmund y MacLuhan, Marshal; El aula sin muros)
El resultado de Internet, trágico para los barones de los medios masivos y los políticos de vieja escuela es que un 30% de la población global, la llamada Generación del Milenio -los nacidos después de 1984- manifiesta escepticismo, indiferencia o rechazo hacia la televisión; y sólo considera como parte de su entorno algunos contenidos, especialmente los deportivos.
Los jóvenes –consumidores y electores -, prefieren emplear su tiempo libre en chatear, enviar y recibir correos electrónicos, twitear o intercambiar imágenes en tiempo real. Los más avispados crean sus propios blog, que son una suerte de microprogramas. Esto no sólo implica un dolor de cabeza mayúsculo para las transnacionales –los grandes anunciantes y sus agencias- y los gobiernos totalitarios, sino que significa un cambio cualitativo fundamental, ya que la Teoría del Push –que tan bien les servía a unos y otros- ha cambiado al Pull –que nadie conoce muy bien, pues se está elaborando sobre la marcha-.
Cerebro, computadora, red, modelo interactivo, página Web, Wikipedia, ¿no resulta caso ésta una modificación de la naturaleza humana, al ubicar a las herramientas y el conocimiento como extensiones de las facultades intelectuales de cualquier o casi cualquier individuo, sin necesidad de manipular sus genes ni insertarlo dentro de una armadura artificial?
Mutatis mutandi
En realidad, los humanos cambiamos a diario, sin siquiera percatarnos de ello, no con la espectacularidad y velocidad que quisieran los partidarios de el poshumanismo y transhumanismo.
Nuestras manos dejaron de ser motores del progreso: A partir del desarrollo de la informática, las destrezas manuales parecen estar en franco descenso. En la industria desempeñan aún roles esenciales, gracias a algunos artesanos, quienes todavía fabrican piezas para la maquinaria esencial, frente a una mayoría obrera que sólo distribuye materiales o presiona botones.
Los cambios que experimentamos al presente nos plantean un desafío adicional: Imponer la ociosidad forzosa a nuestros diez dedos equivale a renunciar al pensamiento normal y filogenéticamente humano. Nos enfrentamos pues, a escala individual -aunque no de la especie-, ante un problema de regresión de las manos.
(Leroi-Gohurmanm André: El gesto y la palabra).
Pero el cambio más importante en nuestras vidas está en la comunicación.
En un programa radial transmitido por la NBC en 1951 y considerado hoy como uno de los mejores soliloquios de la literatura inglesa, Robert Oppenheimer, Padre de la Era Atómica, define con magistral clarividencia dicha transformación:
A la soledad del intelectual corresponde la terrible aridez en la existencia de la mayoría de los hombres, quienes medran sin la iluminación, sensibilidad ni agudeza para interpretar las maravillas, locuras y placeres de la vida. Gracias a los medios de comunicación, esta deficiencia puede ser obviada en algunas circunstancias.
Pero los medios sólo difunden información incompleta sobre ciertas intimidades del arte, la economía, la política y la vida, que aún aplicadas en su narrativa resultan insuficientes para llenar el vacío que existe entre una sociedad, demasiado vasta y desordenada, y el creador que intenta darle belleza, sentido u orden a sus partes.
Nuestro mundo es nuevo, y la unidad del saber, la naturaleza de las comunidades, el orden social y las jerarquías han dado un vuelco, por lo que nunca volverán a ser como eran antes. Este mundo resulta nuevo no porque no hubiera existido antes, sino porque cambió, cuantitativa y cualitativamente. Su transformación ha sido tan espectacular que nuestros tiempos no reflejan únicamente el flujo de un crecimiento regular, un reordenamiento o una modificación de lo que aprendimos en nuestra infancia, sino una revolución radical.
Los problemas de la comunicación, del intercambio de información, son urgentes. Y no sólo entre las ciencias y la sociedad, sino entre las mismas ciencias. Esta comunicación implica un desarrollo acelerado de la enseñanza. Si deseamos ampliar e incrementar el conocimiento, debemos encontrar nuevas formas de pensar y hablar para asimilar la nueva sabiduría. Y ello exige que el lenguaje sea simple, que pueda ser comprendido por todos.

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