viernes, 26 de noviembre de 2010

Actuar como serpientes

Upton Sinclair (1878-1968), escritor y periodista estadounidense, ganador del Premio Pulitzer en 1943, publicó en 1944 una novela histórica, Agente Presidencial, en la cual mezclaba los conocimientos de primera mano que obtuvo de los personajes más notables de su época –en la lista de sus entrevistados figuran el Presidente Roosevelt; Hitler, Goering y Hess; los primeros mandatarios de Austria, Checoslovaquia, Francia e Inglaterra; y numerosos capitanes de industria y líderes sindicales de Estados Unidos y Europa- con la narración del cómo y el por qué se desató la II Guerra Mundial.
Su descripción del Führer resulta extraordinaria. Le caracteriza como medio genio y medio loco.
Genio para hacer vibrar a las masas y convencer, aún a los más incrédulos, la necesidad de extender territorialmente a Germania y, a sus fanáticos, del imperativo de eliminar a sus enemigos de clase, los minusválidos, judíos, gitanos, eslavos y otros pueblos inferiores.
Loco pues, pese a su conexión con el sentimiento popular, para protegerse de supuestos magnicidios y reclamos del ciudadano de a pié, construye De Berghof, cuartel general ubicado en los Alpes Bávaros, desde el cual domina visualmente a la vecina Austria, y al que sólo se llega desde un aeropuerto privado y recorriendo una autopista también de tránsito restringido.
En dicha morada, donde no hay cabida para personas de la mediana ni la tercera edad, únicamente existe un biotipo racial, el supuesto ario. Tropas de élite de las SS, armadas hasta los dientes y auxiliadas por perros lobos, vigilan los bosques circundantes, las 24 horas del día.
Quien funge de mayordomo es Rudolph Hess, el nazi Nº 2, que estuvo preso con él y le ayudó a redactar Mein Kampf –Mi lucha-, texto en el cual anticipa todos y cada uno de los horrores que el Tercer Reich desencadenaría contra la humanidad.
Hitler se confiesa ante sus íntimos como creyente, pero no en el Dios de los hebreos ni los cristianos, sino en Mahoma, quien conquistó el Siglo VII con el Corán, en una mano, y el alfanje en la otra. A quienes abrazaban la fe, se les perdonaba la vida. A los que peleaban y eran derrotados, se les ejecutaba sumariamente, y sus familiares eran reducidos a la esclavitud. Sumada a esta concepción regresionista, Hitler se vale de astrólogos y médiums para imponer su reino de mil años.
Hitler sufre de constantes ataques de furia. Muerde las alfombras, patea los muebles de su despacho y, después, se somete a baños calientes para calmarse. A sus secuaces, si actúan en contra de su voluntad, los humilla en público. Tras estos accesos de demencia, acompañados de tics nerviosos, aparece afeitado, bañado y vestido, y atiende a los comensales invitados a De Berghof con humor y exquisitos modales.
En sus salidas pública, abraza a los niños, a quienes dice querer mucho. Y concurre al Reichstag –la Asamblea Nacional- donde sus focas aprueban sus órdenes, y las convierten en leyes.
Mientras tanto, los socialistas y conservadores de Francia e Inglaterra, persuadidos de que la paz debe ser mantenida a toda costa, permiten que se engulla a Austria, y le sirven en bandeja de plata a Checoslovaquia, la única democracia ejemplar que quedaba en Europa a medidados del siglo pasado. Y hasta 1939, todo transcurre en la absoluta legalidad, ya que, al fin y al cabo, Adi Hitler ha llegado a su cargo por comicios, y las confiscaciones a los enemigos de su régimen y anexiones de países vecinos también se han consolidado normativamente.
Cómplices del Führer son los empresarios del mundo libre, que han hecho pingües negocios con el Tercer Reich. A Goering, los fabricantes de aviones de combate de EEUU les venden o sus patentes, pues el Alto Mando Americano no cree que en la Aviación Militar. A los ingleses les importa un pito lo que haga Hitler con los seres humanos que desaparecen cada día con mayor frecuencia en las áreas dominadas, y mucho menos con los de las ciudades masacradas en Cataluña. Siempre que no se metan con su Imperio y sus reales, todo está bien.
Después de la vergonzosa entrega de Checoslovaquia, Chamberlain –el lloroso Primer Ministro Inglés- y Dadalier –su colega francés- regresan a sus países, donde se les recibe como héroes por haber logrado la paz.
El único enemigo para estas mentes miopes y obsesionadas por el crecimiento del sindicalismo y la justicia social es Stalin. Y, están seguros, Hitler dará cuenta muy pronto del siniestro bolchevique rojo. A lo mejor –creen los más optimistas- los dos sátrapas se matarán entre ellos, y el globo volverá a los tiempos dorados de la Revolución Industrial.
Lo curioso de Hitler y todos los tiranos de su calaña es que el esquema siempre resulta idéntico. Son resentidos sociales, sexópatas, iluminados, que encuentran caldos de cultivo entre sus conciudadanos. Asaltan los gobiernos de cualquier forma, escriben con pelos y señales lo que van a hacer, pero nadie les toma en serio. Se envuelven en el manto de la legalidad, hasta dónde y cuándo les conviene. Y mientras no se pare el chorro de euros, marcos, libras o dólares, siempre habrá individuos de la izquierda y la derecha que hablen bien de ellos y les defiendan a ultranza.
En este mundo de lobos, que no cambian ni aprenden a golpes, no queda otra vía que la serpentaria. Citamos, de memoria, una admonición de Cristo a sus discípulos: Sois corderos, pero os envío al mundo de los lobos. Debéis actuar en él como las serpientes, que son los animales más astutos de la Creación.
PS: En ese sentido ofídico, es muy probable que la ANAL extienda la censura de la Ley Resorte a Internet. Si eso llega a suceder, tendrán que cambiar los contenidos de este blog, pero no nuestra forma de pensar. ¿OK?

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