domingo, 20 de febrero de 2011

Sarkozy y la derrota de la izquierda

Estamos releyendo La generación de relevo versus el Estado omnipotente, notable ensayo publicado en 1985 por Marcel Granier. En dicha obra Granier, considerado entonces como profeta del desastre –calificación que honrosamente compartiera entonces con Arturo Uslar Pietri-, diagnosticaba que la depauperación moral y material de la República, cuyas causas primarias eran la masificación del instinto al botín –esa peculiaridad que adorna al venezolano- y el que los crímenes por peculado quedaran en la más absoluta impunidad, llevarían inevitablemente a un personaje como el Guasón a Miraflores, a menos que la gente pensante se concienciara y actuara en consecuencia.
Apuntaba Granier a los casos de la devaluación del bolívar, los alimentos descompuestos en Corpomercadeo –pionera de Pudreval-, la quiebra fraudulenta del Banco de los Trabajadores, los reposeros de varios organismos públicos, la elefantiasis de la burocracia y los sospechosos siniestros de la eléctrica estatal y otras empresas del Estado, donde se quemaron todos los archivos comprometedores.
Referíase Granier al período bajo la administración de Luis Herrera, durante el cual no había una matriz de opinión especialmente condenatoria hacia la corrupción existente. No como ahora, se entiende. Pero sí in crescendo, por lo cual podemos afirmar que aquellos vientos trajeron estas tempestades.
¿Por qué las alertas sembradas por personajes famosos como Granier, Uslar Pietri, Juan Pablo Pérez Alfonso, Carlos Rangel, Pedro Tinoco y Renny Otolina cayeron en saco roto? ¿Por qué no les paramos bola? Porque –a excepción de Pérez Alfonso- sus voceros eran de derecha, gravísimo pecado en la Venezuela y el mundo de la década de los ochenta del siglo pasado.
Quienes estaban de moda, quienes eran escuchados y tenidos como íconos durante esa época oscurantista eran los denominados intelectuales progresistas, cuyas propuestas abarcaban todas las posibles formas de agitación, propaganda y sabotaje para derribar a las democracias, especialmente en los países tercermundistas, y al modo de producción capitalista, a escala global.
¿En beneficio de quiénes? De una nueva clase de parásitos sociales, encarnada por la cúpula de los partidos comunistas que detentaban el poder en Centroamérica, Cuba y tras de las cortinas de hierro y bambú de Asia y Europa. Partidos cuyos líderes oscilaban entre la mediocridad absoluta y la sicopatía galopante, la nomenclatura y el genocidio, Nikita Jrushchov y Yósif Stalin, Daniel Ortega y Pol-Pot.
Hoy, hemos derrotado la frivolidad y la hipocresía de los intelectuales progresistas. –ha dicho Nicolas Sarkozy, Presidente de la República Francesa. A esos cuya creencia es que lo saben todo, y condenan a la política mientras se sirven de ella para sus propios y, a veces, inconfensables fines.
Desde 1968 no podíamos hablar de moral. Nos impusieron el “relativismo”, la perversa concepción de que todo es igual, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos estudiantes.
Nos hicieron creer que los derechos humanos de la víctima valen menos que los del delincuente. Que el principio de autoridad había muerto, que la cortesía y las buenas maneras estaban demodé, que no existía nada sagrado ni admirable. La consigna era vivir sin obligaciones y al cuerpo lo que le pida.
Quisieron acabar con la búsqueda de la excelencia y el ejercicio del civismo. Se focalizaron contra los escrúpulos y la ética. Una izquierda hipócrita que permitía indemnizaciones millonarias a los amigos del régimen y el triunfo del depredador sobre el emprendedor. Izquierda presente en la política, los medios de comunicación, la economía. Que se ha embriagado con el gusto al poder.
Para ella existe un abismo entre la policía y la juventud: Los malandros son buenos, la policía mala. La sociedad es culpable, el delincuente inocente.
Izquierda que promueve los servicios públicos, pero no se moviliza en transporte colectivo. Que elogia a la escuela pública, pero manda a sus hijos a los colegios privados. Que adora al campo, pero jamás viven en él. Que está de acuerdo cuando se confisca la propiedad del otro, pero no aceptan ningún refugiado en su casa.
Intelectuales progresistas que renunciaron a la meritocracia y al premio al esfuerzo, y que atizan el odio a la familia, a la sociedad y a la República.

Diríamos que es esa izquierda delincuencial, denunciada en tan duros términos por el vigésimo tercer Presidente de Francia, es la que asaltó a la República de Venezuela. Y que nos toca derrotarla.

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