domingo, 6 de febrero de 2011

Bolívar: Mitomanía y desmitificación

Jugando a los fantasmas, uno se vuelve fantasma (Anónimo)
El 4-F fue engendrado por la misma historia, nació del vientre de la misma historia, del vientre de la madre patria. Si alguien preguntara: “¿Quién es el padre del 4-F?” Yo diría, ¡el general en jefe y libertador Simón Bolívar! ¿Y la madre? ¡La patria! Adivine quien dijo esto, amigo lector. El problema, empero, no es que lo haya dicho, sino que él lo cree a pies juntillas.
Casi todos los dictadores fabrican sus mitos personales. Castro, por recomendación del Ché Guevara, escogió al Hombre Nuevo, versión comunistoide del Hombre Superior de Nietzsche. En el caso nuestro, el Guasón se considera a sí mismo el interlocutor en el más acá de Bolívar, cuando no su reencarnación. De ahí la reciente profanación de su sepulcro.
Como alguien le ha dicho al Guasón que la jurungadera el ilustre difunto no ha caído bien entre el pueblo llano, la información sobre esta necrofilia a descendido de perfil, lo cual no quita que expertos –especialmente españoles- sigan viajando entre la Península y Venezuela, con muestras de huesos de próceres y ADN de sus descendientes –ahora también de los de Francisco de Miranda- que permitan descubrir la genealogía mítica de quien nos desgobierna.
El primer mitómano histórico fue Heu Hoang-Ti, quien siguió gobernando después de meses de fallecido, pues la fábula se basaba en su propia inmortalidad. Para que el pueblo no sospechara, el cadáver era paseado en caravana diaria; y, a objeto de disimular el hedor, se añadía un carromato cargado de pescados. Hoang-Ti fue un sátrapa de mala entraña: quemó los libros de poesía, ética y filosofía, asesinó a sus adversarios y a las familias de los mismos, ahogando a China en una regresión por 12 años.
El más conocido mitómano por encargo fue Joseph Gobbels, Ministro de Propaganda del III Reich. Gobbels creó un patuque con el mito de la superioridad aria, el libro Mein Kampf de Hitler y la crisis económica global de la década de los treinta del siglo pasado, dándole al Führer las bases míticas de su infame tiranía. Todavía bien entrada la II Guerra Mundial, soldados y oficiales de la Wermacht buscaban, inútilmente, las raíces de los primeros arios en las cúspides del Tibet.
Roger Callois, investigador francés famoso por su rigor científico a la par que por su depurado y casi poético estilo literario, diferencia a la mitología situacional –colectiva, como en el Minotauro, traída al presente por la fiesta brava- de la heroica –común a todas las tiranías-, donde el individuo se proyecta como la compensación que tiñe de grandeza su alma humillada.
Simultáneamente, se percibe al mito bajo una luz especial, donde la grandeza está justificada incondicionalmente. Es el héroe quien resuelve el conflicto del espectador. De ahí su derecho, no al crimen en sí mismo, sino a la culpabilidad que éste engendra, siendo la función mitológica halagar al ciudadano común que desea cometer el delito, pero no se atreve a hacerlo. El quid del asunto es una especie de pseudo-contrato social donde el exceso está permitido, el autócrata se torna héroe ritual, para realizar el mito y vivir por y para él.
Envidia, hambre y sexo
Andrew M. Greeley sacerdote de ascendencia irlandesa, poeta, novelista de best-séller y columnista semanal de Chicago Sun-Times, colaborador de The New York Times y The National Catholic Reporter, cree que las tres fuerzas que mueven al mundo son el hambre, el sexo y la envidia.
Callois asimila el sexo al hambre a estudiar uno de los mitos más generalizados de la Humanidad, asociado a la mantis religiosa. Asegura Callois que el hombre y el insecto se sitúan en extremos divergentes, pero igualmente evolucionados del desarrollo biológico y social; y que, en el humano, el mito y la fabulación reemplazan al instinto: El mito es, para la conciencia, el reflejo de una conducta cuya presencia necesita.
Desde los bosquimanos más primitivos del África Ecuatorial hasta los intelectuales más refinados de China, India, Egipto, Grecia y Roma le han atribuido al ortóptero cualidades mágicas, divinas y demoníacas, indistinta y hasta simultáneamente, vinculadas a su apariencia antropomórfica: Un diente que posee en la boca, el voltearse a mirar lo que le llama su atención –no lo hace ningún otro insecto-, patas que emulan a la cabellera humana y, finalmente, el que la hembra devorara al macho tras el coito, la cual no es causa de ninguna necesidad procreativa o alimentaria, como en otras especies, sino a mera y simple dominación.
La Mandrágora como ejercicio desmitificador
La mejor definición del placer sexual, indescriptible en términos sencillos, es l’ petit morte (la pequeña muerte); y aún sexólogos modernos, como William Masters y Virginia Johnson, la siguen empleando al describir el período refractario tras la resolución coital. Lo más interesante es que el concepto reaparece en 1524 en La Mandrágora –sinónimo de la mantis religiosa-, cuyo autor es Nicolás de Maquiavelo, obra considerada la mejor comedia del Renacimiento, y una de las más acabadas, brillantes y modernas del teatro universal.
La Mandrágora, según el mismo Maquiavelo, recuerda a un suceso acaecido en Florencia. Una verità effettuale, en la cual los protagonistas persiguen el tener, como sinónimo de felicidad, a toda costa. Ambición desarrollada en un mundo real, donde la gente es como es y no como debería ser, y se presta a cualquier indignidad para lograr el objetivo. La Mandrágora no moraliza, sino que presenta el cuento como un slice of life (un retazo de existencia) para que cada quien saque sus propias conclusiones, obligándole a dejar a un lado toda subjetividad. Por lo cual, se trata de un argumento desmitificador.
En la última entrega de su columna, Ramón Piñango plantea la necesidad no de un cambio de figurones en las alturas del poder político, sino de planes que favorezcan realmente al ciudadano, sobre todo en el área laboral –seguridad social y hospitalaria, indexación salarial a la inflación y devaluación, generación de empleos-. Nosotros le añadiríamos dos puntos a ese nuevo contrato social: desmitificación de Bolívar y la prohibición de reelección absoluta para cualquier cargo.

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