lunes, 4 de septiembre de 2017

El discurso del método

No hay mejor pasatiempo para el venezolano que especular, y no me refiero a la economía, sino a las conjeturas. Dado que nuestra historia hasta ahora ha sido un verdadero desastre, con algunos destellos de aciertos, gloria y lucidez, siempre resulta mejor conjurar los fantasmas del pasado y el presente y optar por el futuro, lo que aquí se llama ver la luz al final del túnel.
Desde luego que, para no caer en desatinos e incongruencias, se tiene que proyectar el futuro partiendo del presente. En otras palabras, planificar. Y, ¿qué es planificar? En sentido general, renunciar al azar en beneficio de la certeza. Pero ­–como asevera Fernando Savater– nunca se puede uno liberare de lo aleatorio, esa fuerza terrorífica que se opone tenazmente al valor de elegir.
No conozco mejor método de planificación que el Perth-CPM, universalmente empleado por arquitectos e ingenieros- Ambos parten de una idea, un deseo, una expectativa –algo inexistente– y, mediante un cronograma, llegan a su concreción –la obra terminada–.
No quiere decir que el Perth sea un camino exento de obstáculos; ninguna vía lo está. Los insumos escasean o  se encarecen. Hay paros inesperados. Y, finalmente, siempre amenazan el caso fortuito y la fuerza mayor. Los planificadores de turismo de los países ribereños al Océano Índico esperaban para el 2004 esperaban un récord de vacacionistas, mas no previeron el tsunami del 2003.
Aún así, el método funciona, minimiza los riesgos y, en el peor de los casos, analizar a posteriori las fallas, para no volver a meter la pata, un proceso de enseñanza–aprendizaje que se comparte globalmente.
Uno filósofo amigo está convencido que la astrología y el horóscopo chinos son fragmentos de una enseñanza desconocida, especies de Perth de un pasado muy remoto, cuyas raíces se pierden en los orígenes de la Humanidad. De hecho, viajó a la India para corroborar su hipótesis.
Además del macro–Perth que propongo para planificar el futuro, hay que comprender y manejar conceptos básicos: la naturaleza humana, su posible evolución, los hábitat, la historia y las relaciones interactivas de estos componentes dentro de una estructura llamada familia, grupo, país, planeta.
La naturaleza no da saltos[1]
Comienzo, pues, con la naturaleza humana, siendo simplista pues, casi siempre, la verdad – como lo asegura Víctor Hugo– reside en la sencillez–: La nature, ce chien qui, fidèle, suit l´homme… (La naturaleza, ese perro que, fielmente, sigue al hombre…) Platón la visualizaba como almas: una que desea –bienes, placeres, riquezas–, otra que razona y otra que aspira al reconocimiento de su propia valía: el thymos, o,  como la llama la Psicología, autoestima.
Pensando como Platón, hay que reconocer que ­–al menos en Venezuela– el alma que desea parece hipertrofiada, y las restantes, lucen atrofiadas. Carlos Capriles Ayala lo resume en una frase devastadora–: El venezolano siempre se cree más de lo que es, y piensa que nunca le pagan lo que vale. Desde una óptica planetaria, admitamos, igualmente, que no se trata especificidad del homo venezolanus, sino una constante del homo sapiens
Emeterio Gómez, quien intentó toda la vida despojarse de su léxico académico, y traducir para los legos los conflictos actuales del pensamiento estima por su parte que el único logro histórico de Occidente, en toda su historia ha sido el desarrollo de la ciencia y la tecnología, pero que para nada ha variado la irracionalidad. Arturo Uslar Pietri, poco antes de morir, observaba que el primer milenio de la Civilización Occidental había sido consagrado a Dios, el segundo al Racionalismo y, en el Tercero, sobrevendría el auge del Hombre o lo que Marilyn Ferguson denomina La Conspiración de Acuario.
El mono desnudo y el cerebro vestido


Por ahora, el hombre sigue siendo el mismo, visualizado en la Prehistoria por la tira cómica Trucutú y en el serial televisiva Los Picapiedra. El que no haya habido evolución –como si ha pasado con otras especies–, pudiera deberse a una de la siguientes razones:
1.    La juventud de la Humanidad en relación con la edad del Universo. Desmond Morris destaca que seguimos teniendo cara de niños y órganos, sentidos y sentimientos no especializados. José Ortega y Gasset cree que el Creador dejó al humano  a medio camino, entre bestias y dioses.
2.    La posible evolución del hombre no depende de mutaciones, accidentales o provocadas, sino del desarrollo de su propia psiquis, como lo aseguran los maestros esotéricos, los masones y los practicantes del Budismo Zen.
Si fuera el último caso, quien deseara mutar tendría que estar totalmente insatisfecho con su naturaleza actual, o necesitar desesperadamente modificarla; encontrar un maestro que le sirviera de guía y una escuela que le permitiese encontrar en sí mismo esa divinidad que no está afuera; sacudirse a tiempo la escuela y el guía –como se deshace un paciente de su psiquiatra–, para no perder impulso, pues el cambio se inicia mas no se finaliza en una vida, aunque lo que logre avanzando en ella sea irreversible.
Cumplir con dichos supuestos no es fácil difícil, pues, como lo reconoce Gregorio Ivanovich Gurdieff–: La naturaleza humana original funciona, y funciona bien.
Gurdieff narra su desencuentro con un ermitaño del desierto, a quien había ido a conocer en pos de la sabiduría. Lo encuentra en un oasis del Sahara, y éste le ofrece carne salada, queso de cabra y dátiles.
Lo primero que desagrada a Gurdieff es el contenido cárnico de la colación ya que, según él creía entonces, todo gran maestro debía ser vegetariano. El segundo desencuentro es que el supuesto maestro no mastica la comida, sino que se la traga grandes pedazos –otro error imperdonable en el ABC del misticismo­–. Finalmente, Gurdieff no puede contenerse más cuando, al terminar de practicar yoga, el derviche le pregunta–: ¿Por qué respiras así?
Casi al límite su paciencia, Gurdieff le da un curso abreviado sobre aeróbica.
A lo que replica el eremita:
Si quieres cambiar, deberás hacerlo desde las uñas de los pies hasta el último de los cabello de la cabeza. Si te híper–oxigenas, le metes a tu organismo un volumen de comburente que no puede metabolizar. Si comes como lo haces a tu edad, cuando tengas la mía y carezcas de dentadura, te morirás de hambre. Aquí, en el apartado rincón del mundo donde nos encontramos, sólo hay cabras y palmas datileras. Si no te come la carne y el queso, también fallecerás de mengua, porque no puedes vivir sólo de frutas. Es preferible que no cambies, que te quedes como estás, pues, aunque no lo creas, funcionas muy bien.
Si usted cree que no existe voluntad, maestro ni escuela para que el individuo y la humanidad cambien, la opción sería inducirlos, y he ahí el quid: ¿Quiénes  mutarían y bajo qué criterios se haría tal escogencia?

Un mundo feliz


Sir Julian Huxley (1887–1975)
El término transhumanismo fue inventado por el biólogo inglés Julian Huxley, Primer Secretario Generakl de la Unesco (1887–1975), quien creía que nuestra especie era capaz, si se lo proponía, trascender desde sí misma, no sólo completa sino integralmente, y es ahí donde el británico se topa con el hombre nuevo.
Huxley, en un conversatorio con Louis Pauwels y Gabriel Veraldi –Editor y Jefe de Información de la Revista Planeta, respectivamente–, realizado se el 5 de junio de 1963 en el Atheneum Club de Londres aseveró que–:
La evolución no progresa por mutaciones. La mayoría de las mutaciones son negativas. El motor del progreso evolutivo es la selección; algo muy distinto. La selección es en suma un mecanismo que produce improbabilidades. La mutación se rige por el “random process”, por el azar. La selección es un proceso dirigido [] Tenemos por lo menos la posibilidad de guiar la selección y acelerarla. Pero la presente situación es inquietante. Gracias a la medicina, hemos paralizado prácticamente la selección natural, pero no hemos reemplazado el antiguo proceso por una selección consciente. Además, el ambiente cultural favorece el celibato de sacerdotes e intelectuales. Esto –y otros errores que estamos a punto de cometer– degrada el patrimonio genético, y si este patrimonio sigue deteriorándose, la humanidad correrá grave peligro.[2]
Aldous Huxley, hermano de Julian, presentaba dicha posibilidad como una decisión de Estado en su relato Un mundo feliz, crítica feroz al transhumanismo,. Mediante la manipulación de fetos –criados enteramente en laboratorios y no en úteros–surgían varias categorías de humanos, desde los alfa hasta los delta. Los primeros representaban el mayor grado de inteligencia tolerable –no tanta como pudiera suponerse–; los últimos, el menor, destinados a los proletarios o rednecks.
Por supuesto, surgían imprevistos: un alfa al se le había dotado de mayor coeficiente intelectual, una chica que salía preñada a la antigua, un gama con cerebro de alfa; pues –hay que advertirlo– los sicotipos de Huxley coincidían con sus biotipos en esta sociedad futurista.
Huxley, en un arranque anticipatorio, organizaba al mundo perfectamente, pero dejaba dos regiones a salvo: México –¿estaría pensando en los cárteles?–, para los disidentes y la Amazonia ­–parque temático natural para vacacionistas–.
Peter Sloterdijk, en su polémica tesis, El extrañamiento del mundo, define al hombre actual como una mediocridad insatisfecha, semidepresiva, atontada, que triunfa como animal triste; que se menosprecia, hundido en la ambigüedad de su propio yo. Y que encuentra en la música –el rock y el regatón–  el recurso para huir del entorno, y en las drogas el fallido intento para derribar su trivialidad.
Al planeta lo diagnostica como enfermo o decadente, donde la vida se halla empobrecida y mutilada–:
Un globo suspendido en un mecanismo ciego de auto–conservación, vertebrado en torno al escape. Una relación perversa entre arquitectura y lenguaje, que empujó el pensamiento hasta el suelo, impidiendo su libertad de movimiento. Por eso hay tantos fundamentalismos filosóficos ­–cristianismo, marxismo, existencialismo–, meras variantes del humanismo, en los que la necesidad de mantener definiciones sólidas e incontrovertibles impide cualquier duda razonable sobre preconceptos y prejuicios.
La metafísica para él es estrategia igualmente torcida–:
Genera la sensación del vacío y, simultáneamente, impone la necesidad de cubrirlo con la emergencia del sujeto. Toda metafísica es teocéntrica –ubica a Dios en el centro– y, por tanto, anti–humanista. Para la metafísica, el hombre sólo es importante como recipiente de la perfección, del mismo modo que el Sol necesita de la Luna para ejercer su poderío. Ningún teólogo clásico coloca al ser humano en el centro del mundo, pues para ellos ese espacio pertenece a una inteligencia divina, externa, omnipresente y omnisciente.[3]

Peter Sloterdijk
El homo cyberneticus sustituye al homo sapiens, lo cual no implica necesariamente su evolución o mutación. Si se entiende a la cibernética como el encuentro histórico, social y tecnológico producido por la informática y la robótica, el homo cyberneticus agrega a esta combinación otro hecho de igual valor: la bioingeniería, que incluye manipulaciones genéticas e implantes biocibernéticos. Si el homo sapiens era naturaleza y cultura, el homo cyberneticus es tecnología en la naturaleza, al punto que se requiere una definición nueva de lo natural y lo artificial.[4]
No cabe duda de que si, al más grande físico de nuestra era, Stephen Hawking, se le hubiese dado la posibilidad de convertirse en Robocop, la aceptaría sin chistar, pues poco le faltaba para serlo, y lo que le restaba de físico, tras su penosa enfermedad degenerativa, le convirtió en víctima crónica del abuso y explotación de sus servidores. Bastaría un buen par de robo piernas para ponerle coto a estos sinvergüenzas.
Mas no todos los cerebros brillantes del planeta sufren condiciones críticas y, antes bien, la mayoría disfruta de su cuerpo y los logros que su cerebro les ha deparado, no sólo en emprendimientos, invenciones y mejoras creados, sino en cosas mucho más mundanas como el sexo, la gastronomía, las fiestas y las relaciones familiares.
En posible que algunos sueñen, de vez en cuando, con la inmortalidad, pero la mayoría pudiera resignarse con la tesis de Matusalén, algo que comenzó a ser factible desde la Revolución Industrial, cuando la esperanza media de vida saltó de 30 a 70 años.
Y a  la mayoría les encantaría un mundo sin sida, niños aabandonados, tráfico de indocumentados, trata de blancas, miseria, drogadicción, violencia, cáncer, Al Quaeda, Isis, ETA y otras lacras que hoy destrozan lo mejor que existe. Ese sí sería Un mundo feliz.
De manera que este transhumanismo o pos humanismo es duro de tragar, y más bien debería ser denominado inhumanismo. Por eso Jürgen Haberlas, el último  dinosaurio de la Escuela de Fráncfort, arremeta violentamente contra Sloterdijk, calificándole de neonazi, y envuelve en la controversia a Friedrich Nietzsche, cuyos escritos predecían la aparición del hombre nuevo.
Pero resulta injusto para con Nietzsche establecer un nexo causal entre su pensamiento y las atrocidades cometidas en nombre de la ciencia durante la tenebrosa tiranía de Adolf Hitler.
Más que como un Frankestein, el hombre nuevo debería ser percibido como el efecto deseado del crecimiento armónico de sus tres almas platónicas. En este sentido y poco antes de morir, Arturo Uslar Pietri anticipó que el Tercer Milenio del Cristianismo sería la Era del Hombre, ya que el Primero había sido consagrado a Dios, y el Segundo a la Materia. Es así como la teoría de Nietzsche tendría sentido y vigencia.
Julian Huxley, en la entrevista citada, afirma–:
La humanidad está, en efecto, en el umbral de inmensas posibilidades que apenas puede imaginar. Aún hemos de descubrir cómo viviremos en la noosfera, cómo penetraremos en los dominios desconocidos de las potencialidades humanas.
Esta es la idea esencial de mi trabajo: hoy podemos encontrar lo que falta a nuestra vida para que nos revele al fin su sentido. La salud física, desde luego, pero sobre todo la salud espiritual, la integración de la personalidad, los estados superiores de la conciencia, como lo ha dicho con frecuencia mi hermano Aldous.
Los grandes místicos alcanzaron estados de vida aún inaccesibles para la gran mayoría de. los hombres, pero que tienen evidentemente gran importancia. Todo está por descubrirse. La ciencia del siglo XIX consideraba al hombre una obra acabada. ¿Es curioso, verdad? ¡Cuando en realidad somos seres tan nuevos y tan imperfectos!
También Haberlas olvida que el hombre nuevo, mas no es el que previó Nietzsche, sino el que vendió Ernesto Che Guevara, el producto de la Revolución Cubana y la supuesta redención de América Latina. La memoria de Haberlas luce frágil, sobre todo se olvida de su propio camarada, icono y mártir. Que ha procreado a verdaderos monstruos como Stalin, Fidel y Raúl Castro, Tirofijo, Kim I Sung, Pol Pot, Nicolás Maduro y compañía.
El hombre y su medio ambiente
Otro aspecto es la íntima conexión del ser humano con su planeta, no sólo por evolución o historia, sino conforme a su estructura atómica y molecular.
La Tierra es un cuerpo celeste parecido a una esfera, cuyo centro –a menos de que adoptemos la hipótesis de Julio Verne– está compuesto de hierro y otros metales fundidos.
Gira sobre un eje inclinado. De este equilibrio inestable se derivan los vínculos electromagnéticos, y, asimismo, biológicos. El equilibrio inspira paz; el desequilibrio, guerra, que también es sinónimo de catástrofe, destrucción y muerte.
¿Por qué lo digo? Porque el eje inclinado no sólo afecta los polos magnéticos –de ahí la imprecisión de las brújulas–, sino también recuerda el momento en que un trompo se cae de lado –cambia de eje–.
Así debió haber ocurrido en la Era Glacial, y explicaría no sólo la universal leyenda del Arca de Noé y el Diluvio, sino el que los mamut se congelaran instantáneamente cuando pacían, pacíficamente, en las otrora ubérrimas praderas de Siberia.
Explicaría también la atracción casi morbosa que se siente ante los desastres naturales en lugares alejados, aunque no existan vínculos con los muertos, damnificados ni dolientes. Y, finalmente, explicaría la fisiología del sistema nervioso, cuyas señales bioeléctricas se transmiten por un tendido similar al que va del núcleo a la biósfera del globo terrestre, y cuyos puntos de fuga equivalen a los de la percepción visual, algo súper conocido por los artistas plásticos, pero aparentemente ignorado por los  intelectuales y científicos.
Por lo  cual, si algún día se colonizaran otros planetas, habría que escoger entre transhumanizar a los colonos o terraformar a los nuevos mundos. Lo cual lleva a otras preguntas, nada fáciles de responder: ¿Hasta dónde el hombre es el hombre y su medio ambiente –como afirmara el psiquiatra ruso Ignacio Pávlov-, y cuándo deja de serlo? ¿Sería posible mantener vínculos cordiales con las comunidades extraterrestres transhumanizadas?
Carl Jung, tras viajar por al Oeste de Estados Unidos, dijo que no había podido reconocer a ningún inmigrante europeo, pues los habitantes de esta agreste zona se habían mimetizado perfectamente al entorno natural y sus primitivos pobladores.
Desde luego, no se trataba de comentario peyorativo alguno, pues el ilustre discípulo de Sigmund Freud no comparaba las vestimentas, las maneras ni las moradas de los cowboy con las de los pastores de su estereotipada Suiza, sino que veía el interior de alma de aquél pueblo joven, dónde había que mirar, y encontraba en ella cambios trascendentales respecto a la de sus ancestros..
Robert Heinlein, en su extraordinario relato Forastero en tierra extraña, narra el terrible conflicto de un migrante que regresa a la Tierra, tras haberse criado desde bebé en Marte.
Desde luego que ha cambiado, pero no por algún milagro cibernético o biogenético, sino porque debió adaptarse a un medio ambiente hostil para sobrevivir.
Su vista no registra el balance cromático RGB –red, green, blue– pues en Marte no existe el color azul, sino el rojo. Los súper poderes que posee no los adquirió por mutación, sino para sobrevivir en un entorno nuevo. Y, ¿acaso no es ésta la historia evolutiva de la Humanidad, donde los negros africanos se convirtieron en caucásicos, para metabolizar la vitamina D en Europa del Norte; y en mongoloides, para achinar sus párpados e impedir que las arenas de Asia les destrozaran los ojos?
Volvamos al medio ambiente, no el de la Tierra, sino el de esa pequeña porción de la franja ecuatorial que ocupamos. Uslar Pietri observaba en nuestro país la coexistencia de varias etapas de la Civilización, determinadas por el paisaje y la historia, pues una guerra civil no declarada pero igualmente destructiva, desatada por los caudillos desde el final de la Independencia, había convertido a Venezuela en una nación empobrecida, desangrada y enferma:
Desde Caracas hasta las soledades selváticas del Orinoco, se percibe la imagen de los tres estados por los cuales el hombre ha pasado, es decir, la vida de los agricultores, que es la más adelantada, que está en los alrededores de Caracas y en las haciendas de Aragua; la vida, más primitiva, de los pastores que en la evolución de la Humanidad fue un estadio anterior, que está representado en los Llanos y, por último, el original estadio de la civilización, que fue la vida de los cazadores […] en las selvas del Orinoco, entre los indios... [5]
Uslar conceptualizaba a Latinoamérica como una sociedad inmersa en el proceso de asimilación del choque generado entre aborígenes, africanos y europeos, un suceso histórico sin parangón, cuya equivalente sería el que a la Tierra la hubieran invadido dos razas alienígenas, y sus habitantes se hubieran visto forzados a cohabitar y copular con extraterrestres, renunciando a sus creencias originales y estableciendo una nueva sociocultura, opuesta a las de cada grupo.
Uslar creía que éste proceso era muy lento, en el cual quinientos años apenas constituían un soplo de brisa. Predicaba y practicaba la más estricta virtud, como única vía hacia el progreso, y se oponía a cualquier hedonismo; razón por la cual le llamaron profeta del desastre en más de una ocasión.
Esta visión de Uslar, con palabras muy similares, constituye la trágica descripción del llano venezolano que inicia la Autobiografía de José Antonio Páez, escrita casi cien años antes. Pero, si cambiamos de coordenadas, también en los versos de Martín Fierro  existe una coincidencia sorprendente con el pesimismo del León de Payara, pese a que en la pampa argentina hay las cuatro estaciones.
¿Por qué Uslar, por qué Páez, por qué José Hernández? ¿Y por qué –en general-, casi nadie se siente a gusto en contacto directo con la Naturaleza?
Quizás la mejor respuesta sea la de Alfredo Planchart, en sus Ensayos epistemológicos, obra poco conocida que publicara poco antes de que un malhadado accidente cardiovascular lo postrara, le quitara el habla y la motricidad fina. Planchart sostenía que tal incomodidad se debía a nuestra misión biológica de modificar la Tierra, como continuadores de la Creación y aliados estratégicos de Dios.
Manipulación genética y clonación
Lo anterior sirve de introito al tema de la clonación, que hoy causa tanto revuelo.
De hecho, desde la aparición del hombre, la manipulación genética ha sido ejercida, ingenua, profesional y profusamente, con resultados exitosos como en los casos de la papa y el maíz; mediocres, como pasó con la mula, que aunque resulta una bestia excelente para acarreo y trepar montañas, es infértil y posee un pésimo sentido del humor; y fatales, como en los experimentos ideológicos de Trofim Lisenko, responsables de las hambrunas colectivas en la extinta Unión Soviética.
La papa deshidratada de los incas nada tiene que ver con los potato chips ni con las 500 variedades del tubérculo que hoy se cosechan globalmente. El maíz carecía de barbas; le salieron para protegerse de las pestes. Los dátiles eran más semilla que comida. En Curitiba hay ovejas sin lana –pero con mucha carne y leche y poca grasa-, que trabajan como jardineras en los parques públicos y, además, los abonan. El Valle de la Muerte, en California, se transformó en el Valle de la Vida y de las lechugas. Excelentes alcachofas y espárragos se cultivan en el desierto de Atacama, entre Chile y Perú. Y sobresalientes vinos de mesa se producen en Carora, aunque la vid nunca había podido aclimatarse por debajo del Paralelo 25, hasta que Alejandro Hernández y Gustavo Jiménez se empecinaron en hacerlo… ¡y lo lograron! ¿Qué es todo esto sino manipulación genética?
¿Romper el paradigma del humanismo para clonar al hombre?
Es más que posible, pero, ¿sería deseable?
Imaginemos, por un instante, en que alguien conservara el ADN de Adolfo Hitler –tema de novelas y películas–, y pretenda sembrar el globo con réplicas del cabo vienés. O que, con la autopsia de los restos del Libertador ­–cuya profanación ordenada por el extinto Hugo Chávez se realizó para obtener un amuleto– se lograra regresarlo a la vida, a una época en la cual estaría totalmente descontextualizado. ¿Valdría la pena tales experimentos? ¿Qué pasaría con las ánimas en pena, esas presencias de las que  poco se habla, pero de que vuelan, vuelan?
Imaginemos lo que ocurriría si celebridades como Papá y Baby Doc hubieran dispuesto de zombis, para rellenarlos con sus maléficas mentes. Aquí no habría cabida para los optimistas supuestos del pensador español Antonio Dyaz, quien vaticinó que–:
En el 2013 desaparecerán los alimentos naturales, en el 2022 la ONU proclamará al ciberespacio como el Séptimo Continente, en el 2032 se cerrará la aviación comercial debido a la tele-transportación, en el 2088 Beethoven II surgirá de un clon, en el 2100 desaparecerá el último de los humanos y será disecado para presentarlo en los museos.[6]
Lo que sobrevendría podría parecerse más bien  la espeluznante visión de Richard Matheson en la novela y película Soy Leyenda, en las cuales Robert Neville –en el largometraje, Bruce Will– se enfrenta, aislado, contra una legión de vampiros mutantes quienes, por cierto, son de una ignorancia parecida a la de los militantes del PSUV .
¿Es que acaso el humanos es como un mamut, a los que las Universidades de Hawái y Moscú pretenden reproducir, en base a los espermatozoides de un fósil congelado y los óvulos de una elefanta hindú, y que ya tienen su espacio reservado en la Patagonia, para la  comercialización de su carne, pieles y marfil, así como su presencia en zoológicos y circos del futuro?
Cambio y comunicación
En realidad, los seres humanos han cambiado, sin siquiera darse cuenta, no con la espectacularidad y velocidad que quisieran los partidarios de el pos humanismo y transhumanismo.
Las manos ya no más son los motores del progreso–:
A partir del desarrollo de la informática, las destrezas manuales parecen estar en franco descenso. En la industria desempeñan aún roles esenciales, gracias a algunos artesanos, quienes todavía fabrican piezas para la maquinaria esencial, frente a una mayoría obrera que sólo distribuye materiales o presiona botones. Los cambios que experimentamos al presente nos plantean un desafío adicional: Imponer la ociosidad forzosa a nuestros diez dedos equivale a renunciar al pensamiento normal y filogenéticamente humano. Nos enfrentamos pues, a escala individual –aunque no de la especie–, ante un problema de regresión de las manos.[7]
Pero el cambio más importante en nuestras vidas está en la comunicación.


Robert Oppenheimer, Padre de la Bomba A
En un radioprograma transmitido por la WNBC en 1951 y considerado hoy como uno de los mejores soliloquios de la literatura inglesa, Robert Oppenheimer, Padre de la Era Atómica, definió con magistral clarividencia dicha transformación:
A la soledad del intelectual corresponde la terrible aridez en la existencia de la mayoría de los hombres, quienes medran sin la iluminación, sensibilidad ni agudeza para interpretar las maravillas, locuras y placeres de la vida. Gracias a los medios de comunicación, esta deficiencia puede ser obviada en algunas circunstancias.
Pero los medios sólo difunden información incompleta sobre ciertas intimidades del arte, la economía, la política y la vida, que aún aplicadas en su narrativa resultan insuficientes para llenar el vacío que existe entre una sociedad, demasiado vasta y desordenada, y el creador que intenta darle belleza, sentido u orden a sus partes.
Nuestro mundo es nuevo, y la unidad del saber, la naturaleza de las comunidades, el orden social y las jerarquías han dado un vuelco, por lo que nunca volverán a ser como eran antes. Este mundo resulta nuevo no porque no hubiera existido antes, sino porque cambió, cuantitativa y cualitativamente. Su transformación ha sido tan espectacular que nuestros tiempos no reflejan únicamente el flujo de un crecimiento regular, un reordenamiento o una  modificación de lo que aprendimos en nuestra infancia, sino una revolución radical.
Los problemas de la comunicación, del intercambio de información, son urgentes. Y no sólo entre las ciencias y la sociedad, sino entre las mismas ciencias. Esta comunicación implica un desarrollo acelerado de la enseñanza. Si deseamos ampliar e incrementar el conocimiento, debemos encontrar nuevas formas de pensar y hablar para asimilar la nueva sabiduría. Y ello exige que el lenguaje sea simple, que pueda ser comprendido por todos.
Oppenheimer creyó que, al lado de los tecnócratas y sus idiomas codificados, deben existir doctores en generalidades, para conjurar la maldición bíblica de Babel–:
(Los comunicadores sociales) son los portadores de arte, ciencia y cultura. Lo que se les pide hoy no es fácil. No pueden cerrar sus oídos para protegerse de voces lejanas o extrañas. No pueden separarnos de los demás por murallas infranqueables. En un mundo abierto, cada hombre debe aprender a ser abierto, y ellos tienen que ayudar a lograrlo.
Oppenheimer localiza el carácter radical del desarrollo en la globalidad, que para él se traduce como un conocimiento, una simpatía desconocida entre pueblos distantes y diferentes, con los cuales existen hoy intercambios prácticos y encuentros solidarios, unidos por los medios e interrumpidos por las tiranías. [8]
Al momento en que Oppenheimer escribió su guión, no existía ni siquiera en proyecto las computadoras que hoy empleamos de manera habitual. Cuando Marshall McLuhan lanzó su Teoría de la Aldea Global, tampoco había satélites de comunicación. Ahora, todo ha cambiado y sigue cambiando, pues el número de innovaciones y mejoras disponibles se duplica cada 75 días. Y esa transformación afecta por igual a todos, desmantelando viejas estructuras en las cuales la mayoría se sentía a gusto, y construyendo otras, cuya función ni siquiera se puede atisbar.
Durante los decenios de los setenta y los ochenta del siglo pasado, los grandes temas de discusión en comunicación eran el acceso y la participación a los medios. Antonio Pasquali publicó un texto, Comunicación y cultura de masas, que no sólo le valió su nombramiento como Subsecretario de la Unesco, sino que llegó a ser considerado por los concesionarios de las televisoras privadas como mucho más subversivo que La guerra revolucionaria de León Trotsky.
Pasquali planteaba que acceder y participar en los medios, especialmente en la televisión, no podía ser privilegio de los amigos del gobierno, pues el espectro radioeléctrico resultaba –aunque extenso– limitado en sus frecuencias, y, por ende, debería ser considerado patrimonio de la Humanidad.
Aseguraba que la Civilización se había desarrollado a través del intercambio de ideas, y no de los discursos de algunos y actitud pasiva de la mayoría. Proponía un modelo comunicacional, donde todos fuéramos transceptores, esto es, pudiéramos recibir y trasmitir mensajes.
Lo que Pasquali desconocía entonces es que una tecnología capaz de permitir su modelo, desarrollada por cinco universidades estadounidenses Ivy League y financiada por la CIA para inteligencia durante la Guerra Fría, ya estaba inventada. Hoy la conocemos como Internet, y el mayor reclamo que los universitarios cubanos les hacen a sus comisarios culturales es que les permitan libre acceso a Google y Yahoo.
El resultado de Internet, trágico para los barones de los medios masivos, públicos y privados, es que un 30% de la población global, la llamada Generación del Milenio ­–los nacidos después de 1984– manifiesta escepticismo, indiferencia o rechazo hacia la televisión; y sólo considera aceptables algunos contenidos, especialmente los deportivos.
Los jóvenes –que ya son consumidores y electores– prefieren chatear, enviar y recibir correos electrónicos o intercambiar imágenes en tiempo real. Los más avispados crean sus propios blog, suerte de microprogramas. Esto no sólo implica un dolor de cabeza mayúsculo para las emisoras de televisión por suscripción y los gobiernos totalitarios, sino que significa un cambio cualitativo fundamental, ya que la Teoría del Push –que tan bien les servía a unos y otros– ha cambiado al Pull –que nadie conoce muy bien, pues está siendo elaborada sobre la marcha­.
Cerebro, computadora, red, modelo interactivo, página Web, Wikipedia, ¿no resultan acaso modificaciones de la naturaleza humana, al ubicar a las herramientas y el conocimiento como extensiones de las facultades intelectuales de cualquier o casi cualquier individuo, sin manipular sus genes ni insertarlo dentro de una armadura artificial?
Meterse a brujo sin conocer la yerba
Vemos, pues, que la ruptura del paradigma humanista y la adopción del paradigma pos humanista –reservando el vocablo a la mutación biológica inducida– o transhumanista –como sinónimo de modificación cibernética– involucra aspectos científicos, culturales, económicos, éticos, genéticos, ideológicos, políticos y sociales que afectan a toda la humanidad. Antes de parcializarse por una u otra alternativa, hay que establecer sobre si ha llegado o no al momento de ruptura con el paradigma del humanismo.
Comienzo por definir qué es un paradigma.
En su sentido lato, un paradigma es un modelo o patrón en cualquier disciplina científica u otro contexto epistemológico. El concepto fue originalmente específico de la gramática; en 1900 el Diccionario Webster definía su uso solamente en tal contexto, o en retórica para referirse a una parábola o a una fábula. En lingüística, Ferdinand de Saussure empleó el concepto para referirse a un conjunto de elementos con similitudes.[9]
Thomas Kuhn, en su libro Las estructuras de las revoluciones científicas, publicado en español en 1971, lo define en su sentido estricto: Un paradigma constituye el conjunto de prácticas que definen una disciplina científica durante un período determinado,
Investigadores posteriores a Kuhn, especialmente en comunicólogos, educadores y sociólogos, rechazaron esta definición por limitativa –aplicable sólo a las ciencias– y extendieron su vigencia a otras disciplinas.
Antes de condenar, desechar o enterrar al paradigma humanista por anacrónico, agotado o demodé, hay que convenir en lo que fue, lo que es, lo que pudiera ser el humanismo, a ver si, en verdad, aún posee algún valor, vigencia o faceta importante para la gente de este siglo.
Para Pierre Foulquié­–: Humanismo es la actitud que centra el interés en el la persona, en la humanidad, y también las doctrinas que definen al hombre como valor supremo de manera absoluta (humanismo ateo) o relativa (humanismo religioso o cristiano). En este último sentido, se percibe cada individuo como único y se le estima como continuador de la Creación–: Cuando nace un ser humano, se rompe el molde. Para el historiador Jacques Pirenne–: Humanismo es lo contrario a autocracia y, por ende, el principio de la democracia moderna.
El humanismo no nació de una luchas de clases, como lo plantean algunos gobernantes autoritarios, sino como una igualación de castas, producida durante el Renacimiento Italiano–:
Sean cuales hayan sido entonces las presunciones y vanidades de los nobles de toga y espada, los cortesanos se insertaban en el centro del país y no en su periferia. Se trataban constantemente, en un plano de igualdad, con todas las clases sociales, y les acompañaban en todos sus proyectos, solidariamente, como camaradas imprescindibles de la cultura y el talento […] Es una distinción moderna, donde el saber y la riqueza daban la pauta del valor social, pero la fortuna sólo era válida en tanto y en cuanto permitiese su consagración al aprendizaje, la innovación y el mejoramiento en la calidad de vida.[10]
La cuarta dimensión
Fíjese qué tipo de genios produjo el paradigma humanista hace medio milenio. Me concentro sólo en dos de ellos:
Leonardo Da Vinci (1452 -1519)


Da Vinci, no sólo fue uno de los más eminentes pintores de su época, sino también científico, viajero contumaz y diletante en la política, con la cual se vinculó gracias a su amistad con Nicolás Maquiavelo, autor de El príncipe, o primer manual de Occidente para asesorar a un monarca en su gestión administrativa.
En 1038, el escritor árabe Ibn al Haitam describió las características esenciales de la cámara oscura, un artefacto que se empleaba como juguete en la corte del Califa Haroún Al-Rashid.
Da Vinci la usó para captar la forma y los detalles del rostro. He aquí su propia descripción del ingenio: Cuando las imágenes de objetos iluminados penetran a un cubo muy oscuro, a través de un pequeño orificio, y van a parar a un papel blanco, a cierta distancia del agujero, todos ellos se reproducen sobre el papel con sus propias formas y colores; de tamaño más pequeño e invertidos por la intersección de los rayos lumínicos.
La cámara de Da Vinci es el origen de todas las que hoy se utilizan al filmar, fotografiar y grabar, tanto analógicas como digitales. De manera que pudiéramos considerarle precursor del arte audiovisual. Sin embargo, la clarividencia de Da Vinci no se agotó allí; también inventó el parapente, mejoró la ballesta y descubrió que las proporciones armónicas del ser humano se formaban una circunferencia.
En su Tratado de la Pintura de 1733, aconsejaba a sus discípulos que se acercaran al lienzo hasta donde pudieran enfocarlo y, seguidamente, retrocedieran hasta casi perderlo de vista.
Así predijo también dos trascendentales avances: la técnica pictórica del puntillismo y el software Photoshop, que se maneja hoy, universalmente, en el diseño gráfico, la cinematografía, la fotografía, la impresión y la videografía.
El resultado lo resumía así: El trabajo te parecerá menos, en un instante tu perspectiva será mayor, y podrás percibir la falta de armonía o proporción. Así lo hacen hoy los artistas informáticos: van con la lupa al punto para su retoque, y vuelven al plano general, para ver qué tal les quedó, antes de guardarlo.
En el caso de Da Vinci, ¿se trataba de clarividencia, a lo Nostradamus, o de intuición?
Y, en todo caso, ¿qué es la intuición? El matemático y psicólogo ruso Peter Ouspensky lo formula, relacionándolo con esa cuarta dimensión, a la cual llama el tiempo. Si un ser pensante y bidimensional atravesara un cuerpo tridimensional, sólo podría haber observado dos puntos: los secantes de su contacto. ¿Podría, únicamente en base a ellos, comprenderlo y describirlo adecuadamente?
Para Ouspensky y también para Hawking, la barrera a derribar es el tiempo. Hawking va más allá, con su Teoría del todo, donde asegura qué lo que falta para viajar al pasado y regresar al futuro es una nave apropiada y energía suficiente. Que esa energía está en los agujeros negros –y también los portales temporales–y que la Física se basa en pares: si en un agujero negro hay alguna entrada, es porque también existe una salida.
Es posible que Da Vinci haya vislumbrado la salida y la entrada del agujero negro. Y la haya aplicado a momento.
Michelangelo Buonarotti (1475–1564)
Además del más grande arquitecto, escultor y pintor del Renacimiento, Miguel Ángel fue también un próspero empresario, que dio lo máximo de sí mismo y de sus empleados ­–más de 200 artistas–, para satisfacer a clientes tan exigentes como los Papas y otros nobles de toga y espada, con obras que constituyen, 500 años más tarde, testimonios perdurables de su excelencia creativa. No contento con tales logros se dedicó, en plena madurez, a escribir sonetos y madrigales, en virtud de lo cual su nombre también figura en la Antología de la Poesía Italiana.
Miguel Ángel Murió a los 89 años, rico y feliz, en una época cuyo promedio de vida era de sólo 30 años.
Se podrá criticar haber escogido a dos tremendos sluggers para defender al humanismo. Pero también del Renacimiento Italiano provienen todos los grandes personajes del modernismo y postmodernismo, y dos figuras contemporáneas solo comparables con el Príncipe Siddhartha (Buda) y el Pastor de Galilea (Cristo). Nos referimos a Mahatma Gandhi y Santa Teresa de Calcuta.
El cambio posible y deseable
Pudiera creerse que el humanismo fue parco en la producción de genios. Pero, ¿quién o qué garantiza que el pos humanismo y el transhumanismo serán mucho más productivos, en términos cuantitativos? En pocas palabras, ¿se puede renunciar al concepto bíblico, según el cual todos los hombres son iguales, ratificado políticamente por la Revolución Francesa y científicamente por el descubrimiento del mapa genético de la Humanidad, a principios del presente Milenio?
Es obvio que este mundo reclama a gritos, necesita desesperadamente y merece cambios, sobre todo progreso, justicia social y equidad. En una palabra, en desarrollo–:
Pero el desarrollo no comienza con las mercancías, sino con la gente y su educación, organización y disciplina. Sin estos tres requisitos los demás recursos permanecen en potencia, ignotos e inútiles.
Hay sociedades prósperas con una mínima base de riqueza natural, y hemos constatado cómo, en numerosas ocasiones, prevalecen los factores inmateriales en sus desarrollos. Todo país, no importa lo devastado que se encuentre, que cuente empero con altos niveles de educación, organización y disciplina, ha producido su milagro económico después de la guerra. En realidad, estos hechos sólo resultaron milagrosos para quienes estaban centrados en la macroeconomía.
Aquí el por qué el desarrollo no puede ser un acto de creación, no puede ser ordenado, comprado y planificado en forma total, pues requiere de evolución. La educación no salta dialécticamente, antes bien deviene como proceso permanente y sucesivo de gran sutileza; la organización tampoco salta; evoluciona flexible y gradualmente, adaptándose a las circunstancias cambiantes; lo mismo ocurre con la disciplina. Las tres tienen que convertirse en patrimonio, no sólo de la minoría sino de toda la sociedad.[11]
Si el mundo quiere crecer, también hay que aportar a a su crecimiento un quantum de humildad. Para Isaac Asimov, la culpa de toda esta apetencia de pos humanismo y transhumanismo pudiera tenerla la excesiva capacidad cerebral ociosa de la cual dispone el ser humano–:
Se ha calculado que, durante su existencia, el cerebro de una persona puede recibir y alojar más de 100 millones de datos. Algunos estiman que el número pudiera aún ser mayor. Este exceso de capacidad es la causa directa de que seamos propensos a contraer una enfermedad muy dolorosa, el aburrimiento.
Todo aquel que se encuentra constreñido a emplear sólo una mínima porción de su cerebro, experimenta gran diversidad de síntomas desagradables y podría terminar padeciendo un desorden mental muy grave.
Las Bellas Artes, destinadas sólo a satisfacer necesidades de tipo espiritual, nacieron de la agonía del aburrimiento. Quizás podamos encontrar mejores explicaciones y excusas para justificar la pertinencia de las Bellas Artes, como producción de amuletos para la fertilidad e íconos religiosos; pero nos inclinamos a creer que primero se inventaron estos objetos y después se les atribuyeron sus usos.[12]



[1] Natura non facit saltus: Carl Linneo en Philosophia Botanica y Gottfried Leibnitz en Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano.
[2] Huxley, Julian: Una religión sin revelación, en; Revista Planeta, P. 17, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1965
[3] López Salort, Daniel; Homo cyberneticus: ¿El último Hombre?,  Ponencia virtual, Internet, 2007.
[4] Vásquez Rocca, Adolfo: Cyberontología, posthumanismo cibernético y constitución del último hombre,  Ponencia virtual, Universidad de Córdoba.
[5] Uslar Pietri, Arturo: Valores Humanos, Tomo III, P. 157, Editorial Edime, Madrid, 1964
[6] Magaña, Andrés: El hombre y su vida sobre este planeta, Internet, 2007.
[7] Leroi-Gohurman, André: El gesto y la palabra, P. 250-251, Ediciones UCV, Caracas, 1989.
[8] Openheimer, Robert: ¿Ha comenzado la era científica?, en Planeta 2, P. 9-12, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1964
[9] Wilkipedia – La Enciclopedia Libre, Internet, 2008
[10] Burckhardt, Jacob: La cultura del Renacimiento en Italia, P. 281-282, Losada, Madrid, 1982
[11] Schumacher, Ernst Friedrich: Lo pequeño es hermoso, P. 147, H. Blume, Madrid, 1979
[12] Asimov, Isaac: Introducción a la ciencia, P. 18-19, Plaza & Janés, Barcelona (España), 1973

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