miércoles, 10 de julio de 2019


Antonio Nicolás: De mucho menos a mucho más

Luis García Planchart

 El autor de este blog y Antonio Nicolás Briceño Braun

Ayer falleció en Bogotá mi primo, Antonio Nicolás Briceño Braun, víctima de cáncer terminal, epidemia que durante el Siglo pasado mató a más de 400 millones de personas, una suma mayor que la población actual combinada de México y Estados Unidos, y superior a la de todas las bajas letales habidas durante cien años de guerras en el planeta. Una epidemia que se mantiene vivita y coleando gracias al Estado Global Fascista Sanitario, organización que mantiene a raya a todas las terapia que no esté patentada, y no se apoye en costosísimos y obsoletos quimicos, radiologías y agresivas cirugías.
Una niñez complicada
Conocí a Antonio Nicolás de niño. Sus padres y los míos no sólo eran parientes, sino amigos. Cuando cayó la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, mi papá, quien había sido diputado al Congreso y Secretario de Propaganda del partido oficialista, ante la amenaza de que la casa fuese saqueada por nuestros mismos vecinos, que un mes antes habían disfrutado de una fiesta navideña y recibido regalos al pie del arbolito, nos condujo a la morada de los Briceño Braun para salvaguardarnos, mientras él se escondía.
Allí estuvimos por algún tiempo, y se estrechó aún más la relación entre los primos, mis hermanos, Antonio Nicolás, Álvaro y María Fernanda.
Unas mocedades divertidas
Volví a vincularme con Antonio Nicolás cuando regresé a Venezuela, tras haber trabajado en Nueva York y San Juan de Puerto Rico. Un tío abuelo materno, Oscar, muy inteligente pero más loco que un grillo chiquito, tenía un caserón en Playa Grande, frente al Mar Caribe, donde nos pasábamos las temporadas vacacionales y los puentes.
En aquellos días de jóvenes adultos, ambos estábamos en ese proceso que los psiquiatras llaman “maduración emocional”. Nos dedicábamos a hacer lo que Winston Churchill declaró que más le gustaba: “A mí lo que más me gusta engorda, hace daño o es inmoral”.
Después nos veíamos de vez en cuando, él ocupado con la política y su servicio al prójimo, yo con la publicidad y la docencia. Ambos nos casamos tres veces. Yo diría que practicamos la monogamia en el espacio, pero no en el tiempo.
Una madurez para crecer
La segunda vez que se echó al agua, con Blanca Reyes, una extraordinaria cirujana, procreó a María Gabriela. La tercera, con Marta Flórez, traductora simultánea senior en Colombia y Venezuela, prácticamente adoptó al hijo varón de su cónyuge. Antonio Nicolás tuvo el buen tino de unir a toda su familia, logrando que las dos doñas y los dos hijos se hicieran amigos.
A partir de que sentó cabeza con Marta y se radicó en Colombia, Antonio Nicolás se convirtió en un gigante, espiritualmente hablando. Además, le declaró guerra una sin cuartel a los comunistas narcotraficantes que nos robaron el país, ya que la Venezuela chavomadurista nunca pudo ser la suya ni jamás será la mía.
La última vez que lo vi fue en Caracas, en mi apartamento, en el 2017, cuando vino a dejarme algunos obsequios que me había traído desde Bogotá. Cuando decidí expatriarme, el mes pasado, lo primero que hice fue llamarle para ir a su casa.
Un final que no se merecía
Pero no fue posible, no quería que nadie lo viera, ya que esperaba le recordaran como había sido y no como lucía ahora, en la fase final de su  trágica y dolorosa agonía. A mí no me hubiera importado consolarlo, estar con él, aunque fuera por un rato, decirle adiós.
Al fin y al cabo, Cristina, mi querida compañera de vida, se murió en mis brazos del mismo mal. Pero esa fue su voluntad, y no quedó más que respetarla.
Mientras espero para enterarme sobre los detalles de su funeral, escribo estas líneas para que quienes las lean sepan que Antonio Nicolás, quien creció en su vida de mucho menos a mucho más, me hace demasiada falta.

Bogotá: 11 de junio de 2019.




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