viernes, 19 de julio de 2019

Contra toda esperanza
Luis García Planchart


Si los venezolanos no entendemos la geopolítica, o nos negamos a hacerlo porque preferimos no pensar (algo muy común, incluso entre supuestos “pensantes”), seguiremos echándole la culpa de nuestras desgracias a quienes no la tienen y, de paso, exculpando a los verdaderos artífices de todas nuestras derrotas.

Me refiero en este caso a Juan Guaidó, quien merece mi absoluto respeto por su valor, compromiso y actuación.

Sobre ciertos personajes de su entorno, tengo grandes reservas; aquellos que quieren sus “carguitos electivos”, a costa de lo que sea: y los que se han enriquecido como boliburgueses y bolichicos por veinte años. A esa porción escatológica opositora que agrupa a Eduardo Fernández & Son, Claudio Fermín, Henry Falcón y etcétera, les expreso mi más absoluto desprecio. 

La mentira unitaria

No creo que para salir de la narcocastro delincuencia organizada la solución sea la unidad estilo Chile contra Pinochet, o estilo España tras la muerte de Franco.

Nuestra solución pasa por comprender por qué fracasamos en Cúcuta y y el 22 de enero. En ambos casos, el ejército venezolano, que otrora fuera “forjador de libertades”, hoy es “forjador de indignidades”. Y de la Guardia Nacional, n se diga: de "el honor es su divisa" a "el honor ni se divisa".

Sus jefes no saben o no quieren hacer para lo único que han servido los comandantes militares latinoamericanos después de la Independencia, dar golpes de Estado y defender las fronteras patrias. Qué es, además, para lo que le pagan sus sueldos, comisiones bajo la mesa incluidas, todos los gobiernos de la región.

En Cúcuta, lo que esperaban el Grupo de Lima, Canadá y EEUU era una asonadita, como la que Chávez lideró en 1992. Habría sido la espoleta para movilizar a la armada norteamericana, y ubicarla estratégicamente frente a Venezuela. Asonada que no ocurrió, como tampoco pasó el 22 de enero.

El diálogo hiede a excremento negro

El show alternativo de Escandinavia y Barbados, pagado indudablemente con “excremento del Diablo”, tiene como finalidad poner orden en la pea.

A las petroleras que se disputan la faja bituminosa del Orinoco y la reserva gasífera de la plataforma continental atlántica, les importa un carajo que los venezolanos sigamos emigrando como arroz, que la narcotiranía cuente en su haber con 600 mil muertos, que Cilia y Nicolás envíen toneladas de oro cochano a Turquía o que Santrich y sus colegas del ELN se hayan adueñado de extensas áreas vecinas a Colombia, y las usen para cometer toda clase de atrocidades.

Ni siquiera les importa que sus propios ciudadanos, en Europa y EEUU, se revienten las neuronas con crac, coca y otros alucinógenos para cuyo trasporte se utiliza a Venezuela como servidumbre de paso. Lo único que les importa es que la producción y comercialización del crudo y el gas natural venezolanos funcionen y produzcan beneficios.

Trump no quiere otro Irak en Venezuela

Por su parte, el Presidente Trump no quiere reeditar a otro Irak ni durante éste ni en su próximo mandato, ni mucho menos tener que mostrar urnas cubiertas con banderas de barras y estrellas provenientes de Venezuela antes de las elecciones del 2020.

Por eso, ¿qué nos queda a los venezolanos? No es, ciertamente, como dice mi pariente Emilio Figueredo Planchart, sentarnos a recoger la hoja de ruta en Barbados, escrita en noruego y mal traducida al español con acento, y seguirla como corderitos al degolladero.

Nos queda, a mi entender, apoyar a Guaidó e imponer su secuencia “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”. Aunque por ahora luzca contra toda esperanza.

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