martes, 15 de octubre de 2019


Raúl Sanz Machado: La muerte de un hombre decente





No tengo miedo a la muerte, pero tampoco tengo prisa por morirme.
Me toca mucho por hacer todavía.

Stephen Hawking

Luis García Planchart

El jueves 10 de octubre, a los 98 años de edad, pasó a mejor vida Raúl Sanz Machado.

No me enteré de su fallecimiento donde vivo ahora, en Bogotá, hasta ayer lunes 14. Y no pude hacerlo, aunque él fue mi entrañable amigo y doble colega, porque, en su mayoría, los medios de comunicación social de Venezuela están en manos de gente indecente, aunque espero que esta situación sea de manera temporal y a corto plazo.

Esa actitud de la canalla mediática venezolana es totalmente opuesta a la ejemplar existencia de Raúl, ni doble colega como publicista y docente universitario. Es más, su sola presencia debió haber enrojecido de vergüenza  a cualquiera de los cómplices del régimen que en Venezuela maneja el crimen organizado internacional, si es que a alguno de ellos le queda aún aunque sea un átomo de moral o ética.

De las mejores series radiales de habla hispana

Raúl escribió una de las mejores series radiales de habla hispana, formada por un conjunto de microprogramas patrocinadas por la Cía. Anónima Nacional Teléfonos de Venezuela (CANTV, cuando la empresa estaba en manos privadas. 

Una muestra del  extraordinario poder de síntesis y manejo del idioma coloquial de Raúl fue la entrega  correspondiente al aniversario del medio milenio del viaje de Fernando de Magallanes (sic):

Magallanes navegó hacia el sur por el occidente del África, y dio la vuelta por el continente, arribando después de un temerario viaje, a la costa del Brasil, en Río de Janeiro, navegando después, hacia el extremo sur, hasta encontrar gélidos cambios climáticos, así como animales raros como el pingüino y los únicos seres humanos conocidos como “patagones” por el desmesurado tamaño de sus pies, de donde se origina la denominación de Patagonia.

Confieso que, al escucharlo por primera vez en la radioemisora 95.5 FM de Caracas –donde ambos trabajamos– fue donde me enteré que la causa el original nombre de la región más extensa de la actual República Argentina. Volví a releerlo, más tarde, en un e mail que me mandó, y me reí interiormente por la gracia que me causó entonces, porque visualicé a dichos aborígenes como los antecesores de los futuros jugadores de la selección nacional albiceleste.

Raúl se vio obligado a mandar sus contenidos, que juntos significaban un pozo de sabiduría,  por cuotas, ya que nunca consiguió a un mecenas que le financiara la impresión de su libro.

De los mejores programas de la televisión venezolana

Raúl casó con María Teresa Brandt Pacheco, una prima lejana, con quien tuvo tres hijos: Francisco Arturo, Raúl Alfredo y Julio Felipe. En segundas nupcias, lo hizo con Alicia Arcaya Smith, mi amiga desde pequeña, con quien procreó a Raúl Ignacio y Juan Bernardo.

Raúl fue un hombre devoto, que iba a misa a diario, y un gran padre de familia. Aunque padeció el profundo dolor de enterrar a uno de sus hijos y a su única nieta, tuvo la alegría de vivir el largo invierno de su existencia confortado con el apoyo material y espiritual del resto de su prole, quienes se desvivieron por rodearlo de afecto y comodidades; lo cual no es nada habitual entre los vástagos de los tiempos que se viven hoy en día.

Raúl produjo y fue presentador de “Mesa Redonda”, un programa de opinión con larga trayectoria en Venevisión; en la Venevisión que dirigía Valeriano Humpiérrez y cuyo concesionario era Don Diego Cisneros, una televisora que poco o nada tiene que ver con la que existe ahora. En “Mesa Redonda” hizo su posgrado práctico Nelson Bocaranda, quien fue su asistente y le suplió en alguna que otra oportunidad.

Pionero de la publicidad venezolana

Raúl llegó a ARS Publicidad, la legendaria agencia fundada por el doctor Carlos Eduardo Frías, en sus años iniciales, como lo hicieron en su momento fundacional mi mamá y mi papá.

El derecho a soñar que motivó a Carlos Eduardo a crear a ARS se transformó en un crisol de oportunidades para los mejores escritores y artistas plásticos del país. Por allí desfilamos todos los que llegamos a amar la publicidad y a considerarla la mejor profesión del mundo, una labor que no dejaba nunca de sorprendernos, pues, los quince y los últimos de cada mes, nos pagaban –con extremada generosidad– lo que, para muchos de nosotros, había sido puro divertimiento.

Fundador de la Escuela de Publicidad

Imbuidos por ese espíritu, Alfredo Coronil Hartman –quién también había sido contaminado por el bacilo de la publicidad– y Raúl fundaron la primera Escuela de Publicidad de Venezuela en la Universidad Alejandro de Humboldt.

Me llamaron, y comencé un par de semestres más tarde, dictando las cátedras que había inventado mediante el sencillo proceso de desligarme del texto formal de los pensa académicos –que, por lo general, son unos bodrios pues fueron escritos para que la burocracia mediocrática los apruebe–, haciendo parecer que los fui siguiendo a pie juntillas; lo cual no es más que una aplicar el gatopardismo a la enseñanza.

Muchos buenos recuerdos tengo de Raúl. La última vez que nos vimos, almorzamos en su club, La Lagunita, frente al hermoso paisaje de sus campos de golf y los valles del norte de Caracas. Nos tomamos un par de cervezas, cada uno, y, al pensar en el deterioro que a todos nos causa la vejez, si es que llegamos, a ella, recordé la frase de Hawkins que describe perfectamente al hombre decente que fue Raúl: alguien que no le temió a la muertepero tampoco tuvo prisa por morir.

Foto cortesía de "El Nacional"; lazo de luto de Wikipedia.

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