sábado, 7 de marzo de 2020

La nueva Guerra Fría: “Todo está excesivamente normal”



Por Luis García Planchart


Los "malos," según el comunismo; para mí, los "buenos"

La banalidad del mal

Daniel González –@GonzalezGDaniel– recordó, en su blog digital “Guayoyo en Letras” del 23 de junio de 2014, las más infortunadas frases de los jerarcas del chavismo:

Ø Si yo fuera pobre, también robaría” –Hugo Chávez Frías, en su discurso inaugural como presidente de la República , (1999)–;
Ø “Todo está excesivamente normal” –José Vicente Rangel, Vicepresidente Ejecutivo de Venezuela, al paralizarse la industria petrolera (2002)–;
Ø No vamos a sacar a la gente de la pobreza y llevarlas a la clase media para que pretendan ser escuálidos” –Héctor Rodríguez, Ministro de Educación–;
Ø Yo duermo tranquilo… duermo como un niño –Nicolás Maduro en entrevista dada a Christiane Amanpour, de CNN, mientras sus sicarios violaban los derechos humanos de los manifestantes de oposición–;
Ø “Las aerolíneas internacionales no es que se esté yendo del país, sino que están desviando sus aviones para el Mundial de Fútbol” –Rafael Ramírez, presidente de Pdvsa, (2014)–.

A este recuento añadiría la de Maduro, en el 2019, cuando la única turbina de Gurí que funcionaba colapsó –tras 20 años de falta de mantenimiento–, las plantas termoeléctricas que vinieron de Cuba demostraron ser pura corrupción y chatarra y se inició la zaga de apagones que dura hasta el sol de hoy: “Venezuela ha sido sometida a un ataque cibernético”.

Atribuyó el desgobernante la acción a una combinación de la maldad de Piñera y Trump, justificando a priori –quizás– la subversión que planeaba el foropaulismo contra Chile, empleando a sicarios venezolanos.

Lo que Daniel González ha descrito como oraciones “jocosas y desafortunadas” son conceptualizaciones que hoy han adquirido siniestra coherencia,  pues intentaron crear chistes crueles para enmascarar la “banalidad del mal” del narcorégimen.

La expresión “banalidad del mal” se la debemos a la comunicóloga judía Hannah Arendt (1906-1975), quien, mientras asistía como corresponsal al juicio público contra Adolf Eichmann por genocidio contra los hebreos durante la II Guerra Mundial en 1961, se apercibió de que el asesino no podía ser descrito con los términos de “monstruo” y “pozo de maldad” con los cuales le llamaban sus colegas. Que aún cuando Eichmann era culpable –según las normas jurídicos de cualquier legislación penal–, hizo lo que hizo no porque fuese inmensamente cruel, sino porque era un burócrata al servicio de un régimen que se basaba en el exterminio.

La obediencia debida

Arendt sostuvo que algunos funcionarios ideologizados desarrollan sus labores cotidianas según el “principio de la obediencia debida”, sin reflexionar sobre sus actos, despreocupándose por las consecuencias de lo que hacen. La tortura, la ejecución masiva de seres humanos o el empleo de los prisioneros como cobayos de laboratorio no son considerados en este contexto por sus efectos o resultados finales, siempre y cuando las órdenes para llevarlos a cabo hayan sido ordenados por la jerarquía superior.

Stanley Milgram, uno de los más importantes psicólogos del siglo XX –1933–1984´, decidió practicar las teorías de Arendt, quien había sido duramente cuestionada, y dirigió sus experimentos sobre “el mundo pequeño y sus seis niveles de separación”, refiriéndose con ello a la sumisión al mando supremo. 

Simultáneamente, en la prisión de Stanford, Connecticut, la Armada y el Ejercito de Estados Unidos, hicieron investigaciones similares con los prisioneros, y sus resultados confirmaron la impresionabilidad y la obediencia de la persona cuando se proporciona una ideología legitimadora y un apoyo institucional.

Rony Brauman y Eyal Sivan produjeron un documental basado en los archivos del proceso a Eichmann, titulado “Un especialista”, y un libro, “Elogio de la desobediencia”, prolongando su reflexión sobre la sumisión a la autoridad como instrumento de la barbarie en los conflictos contemporáneos.

En los tres casos, fue demostrada, fehacientemente, la hipótesis sobre la “teoría de la disonancia cognitiva” y el poder de la autoridad que tímidamente había expuesto Arendt, ante un mundo donde atreverse a enunciarla constituía la máxima incorrección política. 

Finalmente, la redención llegó para Arendt, en el 2012, con el documental de Margarethe von Trotta, que explica, para el gran público, qué es la banalidad del mal, y desde hace cuánto ha existido.

En realidad, se trata de un concepto muy antiguo, que sirvió de base para que Europa pudiera esclavizar a los africanos y amerindios en la época colonial sin cometer pecados, y fue reactualizado por el marxismo leninismo durante el Siglo XIX, bajo la denominación de “lucha de clases”.

 Los pobres comerán hasta saciarse


 El general que se cansó de torturar

La idea de los marxistas, los nazis y los colonialistas es que ni los ricos –en verdad no son los ricos los enemigos de la nomenclatura proletaria, sino la pequeña burguesía o clase media–, los judíos y los negros y amerindios no son sus semejantes sino sus diferentes. A través de la polarización, cualquiera de estos grupos puede ser y fue considerado como subhumano, y sometido a los peores abusos, porque no se le reconoce como prójimo.

Ese es el sentido que puede inferirse de las declaraciones de Manuel Ricardo Cristopher Figuera, ex director del de la policía política de Venezuela –SEBIN–, a “The Washington Post”, cuando el alto jerarca del régimen decidió dejar de dirigir las torturas de “La Tumba”, y solicitó y obtuvo asilo en Estados Unidos, a cambio de una cantata mucho más larga y detallada –ante la CIA, la DEA, la DNA y el FBI– que aquélla de Juan Sebastián Bach que se titula: “Die Elenden sollen essen – Los pobres comerán hasta saciarse”.

Lo que pasa en Venezuela ni origina ni se queda en Venezuela, pues es causa y consecuencia de la nueva Guerra Fría, la que libran el eje chino–ruso–musulmán y los aliados, Estados Unidos, Europa –con excepción, tal vez de España– y América Latina –sin contar a Argentina, Cuba, México, Nicaragua y las ex Antillas británicas, alineadas con el foropaulismo o socialismo del Siglo XXI–.

La guerra que Rusia nos está ganando


 Putin y Simonián, su niña mimada

En su parte mediática, por ejemplo, y bajo el control del ministro de defensa ruso, Serguéi Shoigú, las batallas se dan a través del complejo comunicacional RT – “Rusia Today”–, que agrupa a la antigua agencia de noticias estatal RIA Novosti, incorporada por decreto del presidente Vladimir Putin en el 2013. 

Ese mismo año, Margarita Simonián, fue designada Editora en Jefe del canal, también fue nombrada como editora en jefe de la nueva agencia de noticias mientras mantenía sus funciones en la cadena de televisión. Simonián se graduó como periodista la Universidad Estatal de Kuban a los 18 años, y trabajó en una televisora regional mientras estudiaba su carrera. ​Más tarde estuvo en Bristol, New Hampshire, Estados Unidos, en un programa de intercambio estudiantil.

Dotada de una gran inteligencia y provista de una inmensa cultura, Simonián trazó la estrategia de la guerra mediática debía emprender, ya que, debido a sus limitados recursos, Rusia no podía ganar ningún otro conflicto enfrentándose a los aliados.

Como parte de dicha estrategia, se planteó la hegemonía comunicacional –tanto en los medios masivos como en las redes sociales–, la desinformación y las fake news –producida a gran escala para ambos medios– y la acumulación y evaluación de data de los seguidores para su manipulación psico–lingüística en casos como el de Brexit y las elecciones que llevaron a Trump a la presidencia de Estados Unidos.

Esa estrategia también se ha aplicado, eficaz, efectiva y eficientemente, en la propaganda política de Bernie (a) Fidel Sanders –precandidato demócrata con amplio respaldo entre los activistas jóvenes–, Pedro Sánchez –Jefe de Gobierno de España– y Alberto Fernández – Presidente de Argentina–.

La caída de un ícono mediático


 Si pudiera, lo expropiaría

A partir de su adquisición por Carlos Slim, magnate de las telecomunicaciones, “The New York Times” –que antes fuera icono de la libertad de información y expresión en el mundo–, ha ido cambiando su línea editorial. De ahí la información publicada en 20 del mes pasado, donde acusó a Lorenzo Mendoza de haberse conjurado con Maduro.

Tal informe pudiera tener dos causas:

Ø Presionar a Empresas Polar –que no es anunciante de TNT, mientras que Maduro sí lo es– para que paute en el periódico.
Ø Obedecer instrucciones del Cártel de Sinaloa, el gobierno de AMLO y el Foro de Sao Paulo para que Mendoza –quien es dueño de varias empresas exitosas en África, América Latina, Estados Unidos y Europa–, incline la testuz.

Por eso, es mi convicción de que la mejor frase de todas con las cuales inicié este blog es la de José Vicente Rangel: “Todo está excesivamente normal”. Y no sólo esta “excesivamente normal” en Venezuela, sino en el resto de los países involucrados en la nueva Guerra Fría… que son todos.






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