viernes, 6 de abril de 2012

De rescate de Moisés al de Filipov

Lo importante en la resurrección de Jesús
Es Viernes Santo y, tal día como hoy, el pueblo venezolano asume dos actitudes polarizadas: o se aviene a poner cara de funeral, como si algún pariente cercano hubiese fallecido de mala manera; o se dedica al jolgorio el tiempo que le queda libre de sus 72 últimas horas feriadas.
No sé si éste síndrome bipolar y colectivo es común a los demás católicos iberoamericanos, o resulta más bien una especialidad criolla, típica y vernácula.
Como asegura mi amigo Chúo, lo importante de Jesús no fue su muerte, por penosa que ella fuere. La historia ha demostrado a posteriori la increíble capacidad del ser humano para hacer sufrir al prójimo en nombre de las más sacrosantas causas, y los horrendos crímenes cometidos por la Inquisición no tienen perdón de Dios, pese a las excusas formales que al respecto han presentado al mundo los dos últimos papas, Juan Pablo y Benedicto.
Si lo importante del Mesías de Nazaret no fue su muerte, ¿qué lo fue?
En primer lugar, su vida, cuyo devenir representa un proceso evolutivo del miedo al amor, de la oscuridad a la luz, y que, entendiendo su parabólico lenguaje y asumiendo las deformaciones de millones de sus intérpretes durante miles de años, implica la posibilidad que todo individuo tiene de crecer y proyectarse más allá de su propia y limitada naturaleza.
En segundo lugar, su resurrección, que debería ser motivo de alegría y no de tristeza para quienes se denominan cristianos, pues habla de la inmortalidad del alma o espíritu, accesible también a sus compañeros de martirio en la cruz.
La voluntad y perseverancia como claves del éxito
Como también pasó con otros genuinos líderes espirituales como el Príncipe Siddharta –Buda-, Mahatma Gandhi y la Madre Teresa de Calcuta, la mayor relevancia de Cristo se relaciona con el ejercicio de la voluntad y la perseverancia para llevar a cabo propósitos destinados al bien común.
En el Siglo XXI los hombres parecen tener problemas similares a los padecidos por sus ancestros hace tres milenios. Y las soluciones del hijo del carpintero José para resolverlas, voluntad y perseverancia, parecieran seguir siendo efectivas.
Ayer, por ejemplo, tuve la oportunidad de reenviar a mis contactos un e-mail sobre una anécdota ejemplar de la cual me enteré gracias a Alfredo Coronil, un contenido cuya síntesis usted, amigo lector, puede y debe disfrutar con sólo inmiscuirse en cualquiera de las siguientes direcciones: www.youtube.com/embed/OTUfpkIq3cI
http://m.youtube.com/watch?v=_UEs0aubxoY
El músico que desafió al Imperio del Mal
El tema se refiere a El Concierto, película premiada el año pasado con dos Óscares, basada en la idea original y el guión del chileno Héctor Cabello Reyes, radicado en Francia desde hace más de tres décadas, y dirigida por el cineasta rumano Radu Mihaileanu.
Narra la historia de Andrey Simonovich Filipov (Aleksey Guskov), uno de los mejores músicos rusos durante la época de Leonid Brézhnev, promovido por el régimen soviético a director de la célebre Orquesta del Teatro Bolshoi.
En el pináculo de su fama, Filipov fue empero despedido, puesvse negó a echar a los judíos que integraban su equipo, entre quienes estaba su más alto pana Sacha Dmitri Nazarov.
Treinta años más tarde Filipov, continuaba en el Bolshoi, pero desempeñando humildes oficios como barrendero y portero.
Una noche, en la cual trabajaba sobretiempo poniendo a punto la oficina del jefe, encuentró e interceptó un fax enviado a la gerencia del Bolshoi, una invitación del Teatro Châtelet invitando a la orquesta a una jira en París.
Tras leerlo, a Filipov, reunió sus antiguos compañeros, que subsistían gracias a la economía informal, y los convocó a viajar a París de incógnitos, suplantando a los intérpretes de la orquesta del Bolshoi.
Así logró su revancha, escapando del terror policíaco de la vetusta y menguante dictadura del proletariado, e interpretando el Concierto para violín y orquesta en Re Mayor Opus 35 de Piotr Ilich Tchaikovsky, uno de los más conocidos y aclamados compositores rusos.
El caso de Filipov, cuya resolución es única en su especie, se relaciona sin embargo con algo más común: el odio que a los genios les tienen los mediocres que ven en el arte y los artistas amenazas graves contra el poder que detentan por las buenas o las malas.
La cacería de brujas

En Fahrenheit 451, Ray Bradbury visualizó una sociedad cuyos bomberos no apagaban fuegos, sino que queman libros; una cruda crítica al macarthismo, impuesto a EEUU en los años 50 del siglo pasado, cuando los gringos estaban obligados a creer sistémicamente que su mundo era feliz, las opiniones en contrario debían ser incineradas y la prosperidad era el valor supremo.
Joseph Stalin fundó en 1932 la Unión de Escritores Soviéticos para aplicar el socialismo a todos los ámbitos creativos, proceso que se convirtió en cacería de brujas, prolongada mucho más allá de la muerte del tirano, como la analiza a fondo El concierto.
La sátira social de este melodrama cronica la decadencia de la URSS, a punto de perder su preeminencia en un mundo bipolar y grandes extensiones de su territorio histórico sin disparar ni un tiro, a la vez que ensalza el liderazgo y la misión y visión de personajes como el Maestro Filipov, quien conduce a su gente a las metas y objetivos frustrados tres décadas atrás: la interpretación del programa con los músicos originales, sin la solista –que murió pariendo a su bebé- pero con su hija –convertida en violinista de categoría, y cuya historia real –debo repetirlo parea que el lector no lo considere fábula o invención mía- se parece a la de Moisés salvado de las aguas
Sólo que en el caso de Filipov, la canasta es un estuche de violoncelo que lleva a la niña a París, pero la moraleja es similar; la victoria del talento sobre la mediocridad, intolerancia y ridiculez de los gestores de la cultura en las autocracias.

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