lunes, 2 de abril de 2012

Volverse locos o morir en el intento

Volverse locos
Hay dos términos médicos totalmente antónimos: fisiología y patología. El primero define el estado de quien está sano; el segundo, el del que no lo está. Empero, el ser humano, física y sicológicamente hablando, se mueve entre los infinitos claroscuros de la enfermedad y la salud; ambigüedad de la que surge la Ley de la Homeóstasis, según la cual cualquier organismo en desequilibrio tiende a recuperar, por sí mismo, su equilibrio inicial.
Cuando ello no sucede, verbigracia, cuando el dolor de cabeza no se quita con un par de aspirinas y un sueño reparador, y al contrario se convierte en una migraña de esas que provoca arrancarse la cabeza para acabar con el dolor, el galeno se halla ante una fijación, y toda fijación es esencialmente patológica.
Así sucede en los grandes padecimientos tratados por la Psiquiatría desde que tal especialidad surgiera como ciencia independiente: la epilepsia, la esquizofrenia, la parafrenia, la paranoia, la psicosis maníaco depresiva –o trastorno afectivo bipolar- y el sado-masoquismo.
Si dichas afecciones no son tratadas debidamente, conducen sin excepción a la demencia, la cual constituye el deterioro de la función intelectual, adquirida y persistente, con compromiso de al menos tres de las siguientes áreas mentales: memoria, lenguaje, habilidades visuales y espaciales, emocional, personalidad y cognición –abstracción, cálculo, juicio, etcétera-.
La locura como política de Estado

La simple observación de los más mediáticos personeros que han surgido y/o prosperado aún más con el régimen castrocomunista imperante en Venezuela, nos permite evaluar que cada uno de ellos –con la inclusión, por supuesto, de su líder máximo- sufre de una fuerte fijación psicológica. Por supuesto, existe una gama cromática en el continuo que relaciona su cordura e insania.
Para aclarar aún más mi hipótesis, ubicaré a los chavistas en tres grandes grupos: los mariantonios, los amorales y los inmorales.
A los primeros así los llamo porque están locos de remate, como María Antonia la de la guasa oriental que escribe con una escoba y barre con un Paper Mate.
En el caso más grave, tienen visiones del más allá, cuando no se creen reencarnaciones de los próceres; en el menos grave, se les secaron los cerebros –no de tanto leer como pasó con el Quijote- sino de tanto oír hablar paja como la que reveló Ibsen Martínez se hablaba, parejo y a granel, durante las décadas de la IV República en el Aula “F” de la Universidad Central. Digamos, como el encapuchado que allí quemaba autobuses; el profesor que –pese a su credo- dictaba el posgrado de una institución pro capitalista; el ex ministro-guerrillero que cree que los maracuchos viven en opulento lujo por el excesivo aire acondicionado del cual disfrutan; en fin, usted los conoce.
La lista de los amorales, más corta y productiva, la encabeza uno que alguna vez fuera periodista de denuncia, candidato a la Presidencia y que, pese a decirse de izquierda, se negó a secundar la moción de censura contra Carlos Andrés Pérez en el affaire del buque Sierra Nevada. Allí también militan otros dos famosos fablistanes, uno en la Asamblea y otro al frente de un diario de gran circulación. Pero también les acompañan numerosos leguleyos que ocupan nombrados a dedo mayores. Intermedios y menores cargos de los poderes públicos, obrándose en todos los principios éticos en los cuales se basa el Derecho. Y no olvidemos a quienes negocian petróleo, comida podrida y medicinas vencidas; ni a los miserables que lucran con todas las formas habidas y por haber del comercio ilícito y la guerrilla.
Por último, están los inmorales, conscientes del mal que hacen pero auto-convencidos de que la Historia les absolverá por la bondad de sus propósitos: Yo no cogí para mí, sino para asegurarles el futuro a mis carajitos. Vale la pena recordar al respecto para ilustrar a este bio/psicotipo una declaración que en su momento diera Guido Antonini Wilson a María Telpuk, la funcionaria aduanera argentina que le decomisó la famosa maleta de los 800 mil dólares en Aeroparque –y a quien, de paso, lanzó al estrellato como actriz porno-: No soy un soldado. Llévese el dinero. No me van a sacar de dónde viene ni hacia dónde va. Tiempo después en Miami (Revista Gatopardo Nº 87), el Gordo de la Valija: Parecía el heredero de Pavarotti. Cantaba, cantaba y cantaba.
Morir en el intento
La constante de todos estos dementes es el miedo, miedo a que el dragón que han creado para aferrarse los abrase con su fétido y mortal aiento.
El miedo es un síndrome afectivo, y no resulta coincidencia que el símbolo astrológico de quienes nacimos bajo del cangrejo y los que padecen la epidemia mortal que acabó con la vida de más de 300 millones de personas en el pasado siglo tengan igual denominación: Cáncer. O, lo que es igual, Sentimiento.
Un pánico que les desventra y les llega como lluvia ácida y radioactiva desde lo más alto, desde las Montañas de la Locura, ya que ni siquiera existe hoy la antes mentada solidaridad revolucionaria, pues el Socialismo del Siglo XXI de caracteriza –como el capitalismo salvaje- tampoco recoge a sus muertos. Por lo cual, la alternativa para los que mandan –y los que se le oponen a desgana- es volverse locos o morir en el intento.

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