lunes, 10 de febrero de 2014

Es la que nos queda…


La destrucción de Venezuela
Ayer, conversando con mi mentor político, le aseguré que la destrucción nacional -denominada eufemísticamente Plan de la Patria-, iniciada por el comandante que dejó de ser eterno y continuada por el legitimado por la oposición colaboracionista, constituye una acción de tracto sucesivo, con premeditación y alevosía y cuyo objetivo es acabar con el país.
Él no lo cree así.
Arguye, en cambio, que el Plan de la Patria busca imponer al comunismo en Venezuela, y que si, de paso, la vuelve ñoña en el intento  -como ñoña volvieron a Camboya, Corea y Cuba-, no es esa la intención primigenia sino, más bien, un daño colateral.
Difiero de él.
La destrucción de Venezuela fue decidida por El poder detrás del poder desde la época de Antonio Guzmán Blanco, alias El ilustre americano, seducido prostitutas francesas, pagadas por el Príncipe de Gales, quienes, durante una larga y orgiástica curda firmó empréstitos ruinosos para la República. Deudas impagadas hasta el gobierno de Cipriano Castro, cuyos acreedores intentaron cobrarlas por las armadas europeas el 9 de diciembre de 1902, repartiéndose a pedazos nuestro territorio.
El país se salvó entonces gracias a Estados Unidos y a su senador William Randolph Hearst, quienes lograron terminar el conflicto invocando la Doctrina Monroe y firmando los Protocolos de Washington (13 de febrero de 1903), mediante el cual Venezuela pudo cancelar sus compromisos en cómodas cuotas. Fue Juan Vicente Gómez quien rescató definitivamente la soberanía financiera, pagando el resto de lo debido con los ingresos petroleros.
Por supuesto, esta historia no la cuentan los chavistas, sino más bien la que procuran que la gente desconozca.
La historia según los vencedores
El 16 de octubre de 1953, cuando Fidel Castro, como abogado recién graduado se defendía ante la justicia ordinaria por los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en Santiago de Cuba y Bayamo, capitaneados por él  desde el 26 de julio de año anterior, dijo como alegato a su favor: La historia me absolverá.

La historia, ¿lo absolverá?
        Pensaba entonces Fidel en el cuento que él mismo reescribiría, no la que realmente relata los hechos tal como ocurrieron. Y es que, si la primera víctima en toda contienda bélica es la verdad, la segunda es ciertamente la historia, pues no la cuentan los vencidos sino los vencedores.
A tal grado llega la distorsión histórica empleada por los ñángaras que en la URSS, tras la muerte del tirano genocida Joseph Stalin y el encumbramiento de Nikita Krushev, la Academia Soviética eliminó al finado de todas las páginas donde aparecía cual héroe, y redujo su rol a una suerte de pasantía por el gobierno, enmarcada entre dos fechas y separadas entre sí por la friolera de 29 años.
Por eso Humberto Cuenca, procesalista venezolano y fundador de la Escuela de Periodismo de la UCV, recomendaba las hemerotecas y no las bibliotecas para enterarse de los acontecido. Y los filósofos existencialistas sugieren la narrativa por igual motivo.
La historia escrita por los criminales cubanos no sólo absolvió a Fidel sino también a Chávez y a sus conjurados, metidos desde hace más de 15 años en la destrucción ética, física, económica y política de Venezuela. Quienes cargan a sus espaldas con 200 mil víctimas fatales, a manos de colectivos organizados, armados y aupados por ellos.
Cuando estos mismos delincuentes, frente a la impunidad que les garantizan sus compañeritos jueces penales -puestos allí para castigar a los enemigos del régimen, pero nunca a los antisociales-, se desmadran, las autoridades comienzan un operativo donde algunos camaradas caen, se fundan nuevas policías -como la Nacional, dedicada en Caracas a extorsionar a los buhoneros con la protección- y el presidente Madura le echa la culpa a las telenovelas de la violencia callejera; amenazando con una nueva cultura comunicacional.
Las autocracias y sus similares procederes
Marinus van der Lubbe, un obrero de la construcción holandés, expulsado del partido comunista de los Países Bajos por piromaníaco, fue quien incendió el Reichstag -Parlamento Germano- en 1933, suceso que se convirtió en la clave para que Adolf Hitler impusiera el nazismo en Alemania. En efecto, Hitler ordenó la detención de todos los parlamentarios comunistas, interrogarlos sin piedad y usar en su contra armas si se resistían; medidas que, posteriormente, hizo extensivas a los socialdemócratas y a cualquiera que se opusiera a sus designios.
Los nazis usaron como fuerza de choque a las SA -conocidos como camisas pardas-, primer grupo paramilitar con títulos y rangos jerárquicos para sus miembros. Las SA jugaron un importante papel en el ascenso al poder de Adolf Hitler en los primeros años de la década de los años 30, hasta ser desarticuladas durante la Noche de los cuchillos largos. En el momento de su perención contaban con unos 4 millones 500 mil activistas.

Stalin creó a sus colectivos y a la CHEKA para ejercer su dominio
 Los chavistas emplean para fines similares a sus colectivos y los criminales organizados, estos últimos controlados por pranes -presos que más mandan- desde las penitenciarías del país. Cuando se pasen de maraca, como sucedió en Alemania con los camisas pardas, tendrán también su Noche de los cuchillos largos. Mientras tanto sirven para mantener a raya a la clase media, evitando su posible insurrección; a la vez que protegen a sus verdaderos jefes de una posible condena por delitos de lesa humanidad en las cortes internacionales.
Dado que falló el complot inventado probablemente por los tiranosaurios cubanos, donde se iban a ensamblar los MIG que el barco de carga norcoreano llevaba a algún punto fronterizo a Colombia, se los re-ensamblaría y haría despegar con misiles y tripulaciones mercenarias, y se dispararían sobre algunas poblaciones elegidas, para poder suspender las garantías y empujar a fondo el pedal del Plan de la Patria Comunista; el gobierno está buscando algún recurso como el incendio del Reichstag para justificar su estrategia. Así, al menos, lo cree Thor Halvorsen, ex agente de inteligencia venezolano.
Al regresar al país tras sólo 8 días de ausencia, me encuentro con los anaqueles de los supermercados y droguerías vacíos, con la falta de alimentos y medicamentos, con la prensa escrita al borde de la extinción por falta de papel. Y con la triste convicción de que el proyecto se concreta, con la sordera, ceguera y mudez de quienes deberían liderar la contrarrevolución. Por eso, antes  de abordar el avión que me traía de vuelta a la Patria, a la mía, no a la de ellos, les advertí a los impacientes compañeros de viaje, que se había vuelto intensos tras 10 horas de retraso: No se quejen, panas. Más bien hablen bien de esta aerolínea. Es la que nos queda..

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