martes, 27 de octubre de 2009

Los pañitos calientes

Hace poco más de un mes fueron velados los restos mortales del general Alfredo Monch en el Cementerio de La Guairita. A quien fuera alto y distinguido oficial del Ejército Venezolano se le negaron los honores militares correspondientes a su rango, y su sepelio se llevó a cabo sin pena ni gloria. La pena que el régimen imperante le impuso a Monch, aún después de su fallecimiento, fue haber sido el comandante de las tropas que derrotaron El Porteñazo, el tercer y más grave golpe militar que afrontara el recién instaurado gobierno de Rómulo Betancourt, el 6 de Junio de 1962.
Según la Página Web www.fav-com: El Porteñazo, fue la más dura y sangrienta de todas las insurrecciones armadas que ha tenido el país en su historia, que costó centenares de vidas y causó un trauma nacional. Fue una situación muy delicada, la Base Naval y prácticamente toda la ciudad de Puerto Cabello estaban totalmente tomadas por unidades rebeldes apoyadas por elementos civiles de extrema izquierda en una lucha encarnizada y fraticida de dos días de duración.
El Porteñazo fue antecedido de dos insurgencias de un mismo origen: el matrimonio contra natura de militares que se sentían desestimados tras la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez e izquierdistas que no quisieron o pudieron adaptarse al régimen de libertades democráticas, y prefirieron en cambio alzar la bandera de la Revolución Cubana, tal como les había indicado su máximo líder Fidel Castro en un mitin celebrado en Caracas en 1959: Venezuela está llena de Sierras Maestras…
La citada página Web asienta: Nunca se supo exactamente la cifra de muertos de esta rebelión. Muchas de las victimas fueron sepultadas en fosas comunes sin actas de defunción y lo único que los identifica es una cruz, cuya placa se lee: 2.6.1962, Recuerdo de los caídos. El gobierno dio la cifra de 80 muertos, entre civiles y militares. Sin embargo, los estimados extra-oficiales dan aproximadamente más de 300 victimas fatales e igual número de heridos.
Tras los fallidos alzamientos, según asienta el almirante Iván Carratú Molina, Fidel Castro apoyó logística y militarmente a un precario movimiento insurreccional en Venezuela, conocido como Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, inicialmente comandadas por el capitán Manuel Ponte Rodríguez y el teniente coronel Juan de Dios Moncada Vidal, ambos involucrados en los golpes de 1962.
Ponte Rodríguez se convirtió en embajador ex oficio de las FALN y asiste en esa condición a varias reuniones en África, Europa y Latinoamérica. El liderazgo militar de las FALN fue reemplazado por fichas del Partido Comunista Venezolano, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria y nutrido por jóvenes estudiantes entrenados en Cuba según el modelo guevarista de la Guerra Tricontinental contra el Imperio y la exportación del modelo cubano a Iberoamérica.
Betancourt derrotó militarmente las conjuras de La Guaira, Carúpano y Puerto Cabello, la invasión de Machurucuto por tropas cubanas y sobrevivió al intento de magnicidio financiado por el sátrapa Rafael Leonidas Trujillo. Sus sucesores en la Primera Magistratura triunfaron sobre las apetencias castrocomunistas y, para 1976, lograron pacificar al país.
Sin embargo, perdieron la batalla más importante, la depuración política de las FFAA, pues el morbo marxista se ocultó prodigiosamente en las estructuras más recónditas de la institución castrense, esperando –como se dice en lenguaje maximalista- que se dieran las condiciones.
Alberto Garrido asegura que la nueva estrategia marxista de las FFAA ya estaba decidida en 1977: Se instaló el Frente Militar de Carrera, para coordinar el trabajo de las células en los distintos componentes. En el Ejército se formaron, con Hugo Chávez, el Comité de Militares Bolivarianos, Patrióticos y Revolucionarios, el Ejército Bolivariano y luego el MBR-200. Pocos militares, entre ellos Chávez, sabían de la existencia del cerebro ordenador de la conjura, Douglas Bravo. Toda la teoría revolucionaria estaba servida para los jóvenes oficiales, su elaboración le había llevado a la dirigencia guerrillera, para ese momento, más de tres lustros. Hasta Alí Primera era símbolo del PRV.
A esta inexplicable falta de visión política de la dirigencia y la oficialidad democráticas –o, tal vez, conchupancia de algunos de sus más relevantes protagonistas-, se unió una campaña mortal de desprestigio de las instituciones existentes, de la cual –como afirmara el editor Miguel Ángel Quevedo en su nota de suicidio, todos fuimos culpables-.
Las autoridades de las principales universidades del país decidieron despolitizarlas, los medios de comunicación se cebaron sobre los mínimos errores de los gobiernos de turno, éstos dejaron de venderle al ciudadano de a pie las ventajas de vivir en libertad.
Sólo algunas voces se alzaron en defensa de la Venezuela posible y deseable. Arturo Uslar Pietri, Renny Otolina, Pedro Tinoco. El doctor Tinoco, de su propio peculio, becó a los mejores graduados la laUCAB y la UCV para que se especializaran en politología en el exterior. Renny pagó con su vida el intento de acceder a la Presidencia de la República. A Uslar se le premió el suyo con el ostracismo político y la humillación de llamarle profeta del desastre.
No, la antipolítica no puede ser definida como el aborrecimiento hacia los partidos puntofijistas, sino como el epílogo de una sociedad que le volteó la espalda, simultáneamente, a la necesidad de perfeccionar su sistema democrática, por encima de cualquier otra consideración, y al peligro de la insurrección castrocomunista –endémico en América Latina-, a la cual derrotó militar pero no políticamente.
Una sociedad que se caracterizó por derroche descarado, la superficialidad intelectual y la satisfacción a ultranza del alma plutoniana que desea placeres y bienes, en desmedro del alma que razona y el pathos.
Ayer escuchamos a nuestro querido maestro de posgrado, Domingo Maza Zavala, afirmando que el año 2010 sería crucial para Venezuela en todos los sentidos, con inclusión del económico. Que los venezolanos pudiéramos voltear la tortilla si actuamos con inteligencia, decisión y valor. Pero que no serían los momentos para los pañitos calientes.

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