jueves, 12 de noviembre de 2009

Los perros de la guerra.

Para los políticos, la guerra es un juego como el de dominó, con variables limitadas: sin cacho nace el becerro, triste orejón pata e´perro, partida ganada no se tranca.
Para los militares, la paz representa un estado anormal y temporal entre dos guerras.
Para los fabricantes de armas, sus intermediarios y los bancos que les financian, los conflictos bélicos son negocios redondos.
Si se asumen estas tres reglas básicas y se despoja al discurso de belicistas y pacifistas de su evidente barniz de hipocresía, es posible entender –no aceptar- la opción del menú que Chávez les ha lanzado a sus conciudadanos y al resto del mundo en el affaire de Colombia.
Lo importante del pasado no es lo que fue, sino lo que pudo haber sido; lo importante del futuro no es lo que será, sino lo que pudiera ser – acota el matemático y psicólogo ruso Peter Ouspensky.
Si Adolfo Hitler hubiese desaparecido por cualquier causa, antes del 1º de Septiembre de 1939, hoy quizás sería recordado como uno de los grandes prohombres de la historia germana. Porque, hasta que las FFAA tudescas no atravesaron el río Vístula, las democracias occidentales se calaron al Führer y su III Reich, convencidas como estaban de que la cosa no era contra ellas sino contra la URSS.
Lo de la superioridad aria no les molestaba en demasía, y hasta honorables instituciones como la Fundación Rockefeller patrocinaban en Alemania experimentos genéticos con seres humanos que no se habrían podido realizar en Estados Unidos. Y en cuando al problema judío, la Europa hasta la década de los treinta del siglo pasado era un vasto territorio donde existía antisemitismo generalizado, como ocurría en la Rusia zarista, donde los hebreos eran la sopa y pagaban el pato de todos los infortunios habidos y por haber en los pogromos. El único país que, sin integrarlos, convivía con ellos pacíficamente era Polonia.
De manera que la derrota de Hitler no comenzó con la Operación Barbarrosa ni el desembarco en Normandía, sino con el asalto a Polonia. Fue en ese momento cuando Alemania, Francia y, en cierta manera, Estados Unidos, comprendieron que el cabo vienés no sólo hablaba duro y golpeado, sino que actuaba de acuerdo a un plan expansionista muy bien articulado, y estaba dispuesto a llevarse por los cachos a los que se le atravesaran, fuesen quienes fuesen y contaran con los recursos que contaran.
¿Por qué Hitler y Stalin ordenaron invadir a Polonia? Porque no los quedaba otra que hacerlo, ya que, históricamente, Polonia había derrotado tanto a los caballeros teutones como a la caballería cosaca, y tenía años tratando de integrar una gran y extensa nación con Lituania y Ucrania.
Los oficiales estudian Historia, especialmente aquellos capítulos donde florecen las guerras –que son muchos, por desgracia-, e intentan aplicar estrategias y tácticas del pasado a modelos del futuro. Los militares son históricos, como también lo son los socialistas, puesto que su ideología concibe como uno de sus soportes al Materialismo Histórico, desarrollado por Carlos Marx y Federico Engels a finales del Siglo XIX. Algún lector pensará que la Historia pasó de moda, apoyándose en la interpretación equivocada y probablemente superficial e inconclusa del texto de Francis Fukuyama, El fin de la Historia y el último de los hombres.
Por eso, como afirma el Episcopado Venezolano, se nos ponen los pelos de punta al escuchar las amenazas del Comandante en Jefe de la República Bolivariana contra Colombia, pues pese a lo que muchos articulistas y periodistas sientan o piensen al respecto y a las cifras de repulsa que Datanálisis ha acopiado recientemente, Polonia era para Hitler lo que Colombia es para Chávez: el gran obstáculo a su proyecto expansionista.
Que Chávez haya decidido adelantar el capítulo colombiano por cualquier razón –incluso por motivos electorales- no implica que el escenario no estuviese contemplado en su agenda. Lo estuvo desde que su gobierno, inspirado en las decisiones del Primer Foro de Sao Paulo, declarara que la narcoguerrilla no era enemiga de Venezuela -como si lo era la oligarquía colombiana- y que los responsables de todo lo malo que ocurría en las fronteras comunes eran los paracos, a quienes atribuyó más tarde un vínculo no probado ni demostrable con el presidente Álvaro Uribe.
Quien no crea que el presidente venezolano está dispuesto a llevar su plan siniestro, hasta las últimas consecuencias, sigue subvalorándolo.
Es posible que ahora si se prendan otras lucecitas de alarma, y que las democracias del Siglo XXI le pongan un parao a esta situación, antes de que se desaten los demonios. Sin embargo, ahora es la hora de los perros de la guerra.

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