sábado, 2 de enero de 2010

Las aves marinas no son sólo rapaces

I
La televisión no surgió de un día para otro, ni puede atribuírsele a alguien en particular su invención. Fue un largo y maravilloso proceso iniciado en 1873, al descubrirse accidentalmente que la resistencia del selenio a electricidad variaba según la luz que recibía.
Varios investigadores aportaron las partes para amar un rompecabezas cuyo objetivo era codificar imágenes, transmitirlas y recibirlas, mucho antes de que comenzara la radiodifusión.
Entre los pioneros y sus inventos más destacados cabe mencionar a George R. Carey, el mosaico de selenio (1875); Shelford Didwell, la cámara de múltiples planos (1881); Paúl Nipkow, el escáner, sobre cuyo original se desarrollarían el fax y la fotocopiadora (1884); K. F. Braun, el tubo de rayos catódicos (1897) y su ensamblaje con la cámara de Boris Rosing (1902), que generarían los televisores y monitores para radares y computadores, y; Vladimir Zworykin), el iconoscopio (1923), del cual devino la primera cámara práctica de televisión.
Sin embargo, quien verdaderamente revolucionó la tecnología de las telecomunicaciones fue el estadounidense Edwin Howard Armstrong (1890-1954) un verdadero genio, olvidado por quienes plagiaron sus patentes, le persiguieron implacablemente con artimañas juurídicas y le empujaron al suicidio.
Como Rudolph Diesel, inventor del motor de gasoil; Wallace Carrothers, creador del nylon; Paul Schmit, diseñador del cohete espacial, y, Alan Turing, padre de la computación: Armstrong resultó otra de las víctimas de una guerra secreta, cuyos crímenes siempre se ocultan (Ruyard Kipling).
Pese a la guerra sucia, Armstrong cambió cuatro veces la historia del mundo, con descubrimientos que posibilitaron la transmisión de televisión, el sonido de alta fidelidad y la Conquista del Espacio.
En 1912 invento el circuito de realimentación, que permite transportar sonidos sobre ondas electromagnéticas; en 1918 el circuito superheterodino, antecesor del circuito impreso, con el que funcionan todos los radares y receptores y transmisores de radio y televisión; en 1933, la modulación de frecuencia (FM); en 1944, el superradar, con el cual se guían los aviones y misiles no tripulados.
Armstrong vendió su motocicleta, y dedicó el producto de la transacción a construir un radiotransmisor experimental. Cuando solicitó la concesión correspondiente para lo que sería la primera emisora FM del mundo, ésta le fue negada pues –según la opinión oficial del momento- era imposible transmitir información por tales frecuencias.
Ante su insistencia, que contaba con el apoyo de un congresista amigo, Armstrong fue conducido a la presencia de cinco de los mejores cerebros del planeta, quienes se tardaron hora y media y llenaron varios pizarrones del anfiteatro de la Escuela de Ciencias de MIT, para demostrarle la imposibilidad matemática de la FM.
No se inmutó, y ante una junta que ya hacía mutis por el foro convencida de su victoria, pidió su derecho a réplica, tizas multicolores y borrador. Como era un excelente dibujante, visualizó, frente a la estupefacta mirada de los catedráticos, la imagen de un albatros, el ave con mayor envergadura en las alas del globo.
Al lado del croquis, mitad cubierto con la piel y el plumaje y mitad focalizado en el esqueleto y los tendones del alado, Armstrong fue desarrollando ecuaciones, con las cuales demostró, fehacientemente, que dado su peso y otras características fisiológicas, resultaba matemáticamente imposible que el albatros volara. Pero –culminó Armstrong su disertación-, dado que el albatros nada sabe de matemáticas, no sólo vuela sino que lo hace de inmejorablemente, utilizando el planeo dinámico para cubrir grandes distancias con mínimo esfuerzo.


II

Al mismo orden de los procellariiformes, donde se ubica el albatros, pertenecen el alcatraz y el pelícano. Son más de 110 familias, repartidas desde los polos hasta el ecuador, que se destacan por su agudeza visual, inteligencia, robustez y velocidad. En efecto, un pelícano en picada puede llegar a 100 Km/h.
Además de todos, estas aves rapaces son simpáticas, amigas de los pescadores –detectan visualmente por ellos, a la legua, bancos de peces-, compañeras de los marinos y viajeros –anuncian con toda certeza la inmediatez de la Tierra Firme-. Con quienes no congenian mucho es con los pilotos, pues a veces se meten en las turbinas de sus aeronaves y desencadenan graves incidentes. Claro, no es su culpa, sino de lo invasiva que se ha vuelto hoy la aviación moderna.
Hay dos alcatraces famosos, el de una infame prisión californiana, hoy cerrada a los detenidos y abierta al turismo, y el del proyecto del Ing. Alberto J. Vollmer, este último, una maravillosa praxis para el rescate de los delincuentes; multipremiada en el mundo entero, pero con escaso repique en Venezuela, su primer y más exitoso ámbito de aplicación, pues el régimen no resiste que un empresario privado, de apellido oligarca –así considera la canalla gobernante a todo aquél que no tenga nombre o apariencia de pata en el suelo-, heredero y dueño de la hacienda Santa Teresa y productor de una de las marcas de ron más famosas en el mundo desde 1796.
Son como demasiados pecados para que la crápula comunista se los trague, y por eso y por ahora lo bañan con la indiferencia, aunque Vollmer haya triunfado donde ningún gobierno, dictatorial, democrático, pseudo marxista o marxista declarado lo haya hecho hasta ahora.
El morus bassanus de Vollmer –o alcatraz común, que en su caso nada de común tiene- empezó así:
Una de las bandas que pululan en el municipio donde Santa Teresa tiene su domicilio, decidió atracar la empresa. La seguridad interna pudo reducirlos y aprehenderlos, y llamó al dueño del negocio. A este se le ocurrió una idea genial: Tienen dos opciones –les dijo- o van presos, o pagan con trabajo el daño ocasionado.
Optaron por la segunda alternativa, y tras haber cumplido el acuerdo, le comunicaron a Vollmer que querían seguir laborando en la compañía, pero que había un pequeño problema: un banda rival podía atacarlos, presumiendo que estaban preparando una acción. Vollmer se entrevistó con el gang rival, y lo reclutó.
A partir de ese momento y por diez meses –declaró el ingeniero-, lo más difícil fue ayudarles a perder el miedo y a ganar la confianza en el futuro. El índice de muertes por homicidios violentos entre las poblaciones vecinas, que era de 75 por 100 mil –igual que el promedio nacional-, bajó desde entonces a 45 por 100 mil.
El Proyecto Alcatraz provee ocupación directa e indirecta para miles de familias, y, asimismo, bajó su égida, más de 500 chamitos practican el rugby. Y ha logrado que más de 600, a la fecha, personas hayan sobrevivido a la estadística infernal de la violencia delictiva
¿Por qué el rugby? –le preguntan a Vollmer-. Es mi favorito, comencé con los trabajadores del proyecto para drenar la agresividad que aún les pudiera quedar, y decidí incorporar al resto de la comunidad a este extraordinario deporte, que combina estrategia, fortaleza física y contacto.
Al comenzar el 2010 hemos queridos compartir con nuestros lectores y seguidores dos historias de la vida real, muy distintas y distanciadas en el espacio y el tiempo, pero que, empero, poseen algo en común: todas ellas comenzaron con aves marinas, pues no son sólo rapaces.

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