viernes, 22 de enero de 2010

¡Zape gato, maragato!

No recordamos quién dijo que Haití era como esa abuela negra que muchas familias caribeñas tienen y ocultan en la cocina cuando llegan las visitas, pues se ufanan de la operación blanqueo con la cual sus antecesores modificaron la apariencia genética de su descendencia. Le hemos preguntado al respecto a algunos compañeros docentes, que tampoco lo saben, y han lanzado al voleo tres nombres: Rómulo Gallegos –posiblemente por su novela Pobre Negro-, Andrés Eloy Blanco –por su poema Angelitos Negros, popularizada por el bolero homónimo- o Juan Liscano –porque ser la lengua más viperina que un su época tuvo la intelectualidad venezolana-.
Lo cierto es que el doctor Francisco Herrera Luque, en su novela En la casa del pez que escupe el agua (1978), relata la anécdota de uno de esos hijosdalgos españoles que vino a hacer la América durante la Colonia. En su caso, intenta llegar al patrimonio por el matrimonio, y le pide la mano de su futura a un antiguo conquistador, que ha sentado sus reales en la villa de Santiago de León de Caracas. En medio de la solicitud, una anciana señora se desliza, sigilosamente, por la sala. El señorito pregunta: Y esta indígena, ¿quién es? A lo que le responde su interlocutor, que. como afirma Karl Jung respecto a los cowboys norteamericanos, se cha convertido en aborigen no por etnia sino por la necesidad de adaptación al entorno, le responde: La madre de tu prometida. Y, al observar un gesto de estupefacción en su futuro yerno, aclara: Cuando vinimos a Venezuela, no había mujeres blancas. Y como no éramos maricos, nos las apañamos como pudimos…
El extraordinario episodio destacado por Herrera Luque, que tiene todos los visos de verosimilitud, revela la esencia del proceso de formación de lo que Arturo Uslar Pietri llamaba la raza cósmica, o humanidad del futuro, donde nadie será caucásico, negroide o mongoloide puro, sino más bien café con leche, con el culo de la señorita de Tal –según lo afirma Jorge Luis Borges en su Historia universal de la infamia-, ojitos achinados y pelo liso. Un sueño que aterroriza al que te conté y a muchos de sus delincuentes asociados, que ven en el mestizaje una afrenta que se opone a sus proyectos racistas, ya que el indigenismo y el afro-americanismo no son más que torpes intentos de llevar la lucha de clases a una realidad subjetiva que nos resulta absolutamente extraña.
Pues bien, donde no se dio la raza cósmica fue precisamente en Haití. Y no sucedió allí porque, a partir de la traición del general Charles Leclerc, gobernador insular, a la palabra de honor dada al segregacionista François Toussaint-Louverture, en la Isla Mágica se desarrolló una confrontación que no ha tenido final, y que puede resumirse en la letra una conocida guaracha de Celia Cruz: Tongo le dio a Gorondongo,/ Gorondongo le dio a Bernabé./ Bernabé le pegó a Muchilanga,/ le dio burundanga/ y le hicha los pies… etcétera.
Conocida es cómo comenzó la merenda du pretos haitiana –expresión original papiamento-, con la derrota de la Legión Extranjera y la degollina de los blancos que no emigraron y los mulatos que no tuvieron a dónde irse. Cuando ya no había minorías raciales identificables de visu, los negros comenzaron a matarse entre sí, y acabaron con las posibilidades de lo que había sido hasta entonces el enclave ultramarino más próspero de Francia, con un per cápita mayor que el de la Confederación Suiza, una flota propia que movilizaba más de 500 buques mercantes entre el Nuevo y el Viejo Mundo y una producción agroalimentaria que no sólo satisfacía las demandas de los consumidores locales, sino que permitía la exportación de excedentes de alto valor a Francia y otros mercados internacionales. Haití era tan rica que, décadas después, fue allí donde concurrió Simón Bolívar, tras la pérdida de la Primera República, a obtener apoyo financiero, oficiales y armas para continuar con su gesta libertaria.
Más avanzado en el tiempo, cuando los haitianos se hartaron de matarse entre ellos, decidieron invadir a la pacífica República Dominicana –entonces una provincia española-, y ejercieron una cruel tiranía por más de cuatro lustros, hasta que los dominicanos reaccionaron y los devolvieron al pedazo de la Española que siempre habían ocupado. De manera que los héroes de la Independencia venerados en Santo Domingo no son los que lucharon contra los españoles, sino quienes derrotaron a los haitianos. Mucho después, cuando el sátrapa Rafael Leonidas Trujillo asumió el poder, se vengó de las afrentas del pasado –y , de paso, asustó a sus paisanos- ejecutando a más de 30 mil haitianos que vivían al otro lado de la frontera. Aunque EEUU condenó a Trujillo a pagar 2 mil dólares por cada víctima, sólo hizo canceló la primera cuota, al demostrar que la ayuda no había llegado a los familiares de los difuntos, sino que se la habían repartido los militares de turno en el poder.
Si ya la situación de miseria, ignorancia y desesperanza era espantosa para mediados del Siglo XX, la aceituna del cóctel se la puso François Duvalier, un médico graduado en París, que renunció a la ética de su profesión, proscribió la enseñanza gratuita y obligatoria, promovió el uso del dialecto patois creole –para que el resto del mundo no se enterara de sus crímenes de lesa humanidad-, formó el cuerpo de seguridad más corrupto y sanguinario del planeta –los tontons macoutes- y abrazó el vudú –una religión satánica que se caracteriza por controlar a las ánimas en pena. A su muerte, le sucedió su hijo, Baby Doc, que cometió tropelías al por mayor, hasta que los marines de EEUU lo echaron, por razones humanitarias. Después hubo otros bandidos presidentes, como el ex sacerdote Jean-Bertrand Aristide, quien durante su exilio en Caracas mandaba a comprar caviar, foie gras, salmón y champaña en la más exclusiva tienda de exquisiteces –con el dinero de todos los venezolanos-, porque su delicado estómago no soportaba otra clase de ingesta.
Convencidos estamos de que, así como la ciencia ha demostrado que las plantas piensan y se defienden de sus atacantes, la geósfera también lo hace, y sus reacciones son temibles: terremotos, volcanes, tormentas, y, ¿por qué no?, guerras de exterminio para controlar el exceso de población. Si a la confrontación de más de dos siglos que hay en Haití le añadimos el ingrediente de pavosidad extrema representada por la vaina esa de los zombies y otros aderezos, los resultados los tenemos a la vista.
Los venezolanos deberíamos concienciarnos de que lo que pasa allá esta comenzando a pasar acá. Que el Haití de Alexandre Petión puede desembocar en la Venezuela del que te conté, y por las mismas causas: guerra, violencia, racismo, inseguridad, destrucción del aparto productivo, persecución de los empresarios. Y que, según nos cuenta un taxista amigo, las imágenes de María y los santos, están siendo sustituidas en los cuarteles por iconos de la brujería. Vale la pena recordar que la falla de Enriquillo no sólo afecta a La Española, sino también a Venezuela. Hay que mirarse en ese espejo, y decir: ¡Zape gato, maragato!
PS: Felicitamos al hermano astrológico Marcel Granier, Presidente de RCTV,r por sus valientes declaraciones. Nacimos el mismo día, a la misma hora y en quirófanos contiguos.Y, en este caso, pensamos igual.

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