jueves, 29 de julio de 2010

Narcisa y Lorena pueden dormir tranquilas

Narcisa y la profanación
Narcisa nació en Guiria, hace más años de los que quisiera recordar. Hija de padre trinitario y madre venezolana, gracias a la excelente sazón de su comida, ha trabajado toda la vida en la cocina, al principio para los militares y más tarde y hasta hoy en casas de familia.
Con su esfuerzo, Narcisa ha levantado y educado a sus hijos, y adquirido una modesta pero bien equipada vivienda en una barriada popular de Caracas, donde pasa los fines de semana, pues de lunes a viernes sigue en pie de lucha.
Aunque no posee una educación formal, Narcisa se mantiene al día, pues lee, de cabo a rabo El Universal, y sintoniza los noticieros de la televisión. Además, escucha con mucha atención a quienes se relaciona en los dos mundos donde se desempeña.
Cree que la profanación del sarcófago de Bolívar ha caído muy mal entre sus vecinos del barrio. Que ha tenido un efecto totalmente adverso al que el Guasón le quiso imprimir, al simbolismo que algunos periodistas y encuestadores le atribuyen.
Quien piensa así, no sube cerros –asegura Narcisa. Para los caraqueños menos acomodados, los entierros constituyen ceremonias sociales de igual o mayor trascendencia que otros actos sacramentales. Por razones económicas, los sepelios de los residentes de los barrios se efectúan, mayoritariamente, en el Cementerio General del Sur. Mientras que los residentes de mayores recursos optan por Cementerio del Este u otros camposantos de la periferia capitalina.
Lo de incinerar a los cadáveres no es opción entre los pobres, pues prefieren el método tradicional. Y es aquí donde está el quid, pues el Cementerio General, dado el abandono en que se halla desde que los alcaldes del régimen lo regentan hace más de 11 años, se ha convertido en coto para atracar a los deudos y profanar las tumbas. En este último caso, para robar órganos a los muertos, y usarlos en ritos satánicos, permitidos y alentados por el proceso.
Cuando las macabras prácticas se trasladan al Panteón Nacional y perturban la memoria del Padre de la Patria, pueblo abajo se siente agraviado y agredido en lo más íntimo de su ser colectivo. La Revolución no sólo irrespeta a sus propios difuntos, sino también la del Libertador. Entonces, ¿qué queda?
Y es éste y no otro el sentimiento que, según Narcisa, tiene su gente de abajo sobre lo acaecido en el Panteón.
Lorena y Santander
A diferencia de Narcisa, Lorena es una abogada joven, actriz y profesora universitaria. A semejanza de Narcisa, está igualmente indignada con la profanación, y la estima como un verdadero sacrilegio.
Lorena nació pueblo arriba, en la mera mitad del llano guariqueño, y posee esa característica descrita y detallada por Rómulo Gallegos en Doña Bárbara: manda más que una batería alcalina.
Cada vez que charlamos, nos conmina a inscribirnos en Facebook y Twitter, y desestima nuestras razones para no hacerlo, que se relacionan con el mantenimiento –hasta donde sea posible- de la privacidad, y como protección frente al asedio de los hackers, especialmente los políticos. Para nada escucha los ejemplos que le damos al respecto y ni siquiera se inmuta ante la experiencia de Wilkileaks, página Web que acaba de publicar 90 mil documentos clasificados del Pentágono sobre la guerra contra Al Qaeda en Pakistán.
Ante nuestro comentario de que el Guasón se cree la reencarnación de Bolívar, pero en realidad actúa como Francisco de Paula Santander, nos pide –casi nos exige- que no comparemos al Guasón con otro prócer, sino que nos concentremos en la opinión de Narcisa, la cual, para ella, es más importante. Complaciendo peticiones, ya hablamos de Narcisa. Ahora, hagámoslo del Guasón y Santander.
La referencia es El final de la grandeza, ensayo escrito por el ex presidente colombiano Laureano Gómez, defenestrado por el general Gustavo Rojas Pinilla el 13 de junio de 1953 –el único golpe de Estado habido en la hermana República el siglo pasado-, obra editada postmortem por la Librería Nacional de Bogotá (1992).
El texto revela las peores facetas del militar neogranadino. Entre otras, su cobardía –se escondía en las batallas hasta escuchar el último de los ayes-, sadismo –fusiló, en medio de un espectáculo dominical circense, al regimiento español que se le rindió a Bolívar en Santa Fe, y de quien había obtenido el perdón para sus vidas, violando así la palabra empeñada-, su codicia –confiscó una finca que deseaba, propiedad de un sacerdote, a quien acusó falsamente de traidor a la Patria, y le envió a morir de mengua a cárcel de Angostura- y su compulsión sicopática por una hegemonía comunicacional –llegó a dominar todos los medios impresos, desde los cuales conspiraba abiertamente contra el Libertador-.
¿A quién se parece el Guasón?
Si ponemos en una balanza los defectos de ambos próceres, podremos responder mejor a la pregunta: ¿A quién se parece el Guasón? ¿A Bolívar o a Santander?
La profanación del Panteón, que a venezolanos de todas las clases indigna, excepto a algunos mentecatos que ven vaticinios para la comparsa electoral y a la elite de oficiantes de magia negra que rodea al Guasón; hay motivos más que suficientes para elaborar la hipótesis de que estos ritos satánicos intentan culminar lo que Santander no pudo hace 182 años: absorber el alma de Bolívar en su propio provecho. Con la venia del ultra cartesiano primo Manuel Antonio, lo dicho no es invención: las ceremonias para capturar ánimas en tránsito están descritas en el Manuel de la magia y la brujería (1972) de Oswaldo Pegaso, donde se anota como fecha fausta para tales prácticas la vigilia del día del Carmen.
Pero se trata de otro intento fallido, pues el espíritu de Bolívar está a salvo. Y la manipulación de sus restos sólo produce, como sucedió con la momia de Tutankamón, pava ciriaca. Cuya última y más connotada víctima ha sido Diego Armando Maradona. Por lo cual, Narcisa y Lorena pueden dormir tranquilas.

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