domingo, 18 de julio de 2010

Peña Esclusa: Salir del escaparate mediático e ideológico

Segundo Cazalis a la derecha
Hace años, a instancias de Segundo Cazalis, buen amigo y excelente periodista cubano, autoexiliado al cuadrado –primero a causa de Fulgencio Batista y segundo de Fidel Castro-, escribimos una columna en El Mundo, aquél que proclamaba querer más una libertad peligrosa que una cómoda tiranía.
Cazalis había regresado a Venezuela tras quemar sus naves, como Hernán Cortés, en pos de la ilusión cubana. Cuando se percató que esa no era la revolución por la cual su padre había dado la vida, habló con Fidel, y le pidió autorización para salir de la Isla.
En uno de esos arranques que a veces tienen los autócratas, Fidel accedió a su petición.
Desde París, Cazalis s intentó varias veces regresar a Caracas, pero los amigos que le sobraban cuando ejercía la Jefatura de Redacción de El Nacional, nada querían con quien consideraban entonces como un apestado. Hasta que conversó con Gonzalo Barrios, y conseguió los visados para ingresar al país.
Durante el primer gobierno de Caldera abogamos por Cazalis, pues, aunque se le había permitido volver y establecerse acá, su nombre seguía en los archivos de la Diex y la Disip. Esto es, podía retornar a Venezuela, pero no salir de ella, una extraña paradoja, que sólo puede ser entendida si se es loco o se ha nacido aquí. A la que le puso punto final Luis Betancourt Oteyza, siendo Viceministro del Interior, ordenando se retirara el nombre de Cazalis de la lista negra y se limpiara su expediente.
Compartimos con Cazalis yla labor de publicistas en Publica, hasta que la agencia quebró. Cazalis anduvo entonces haciendo trabajos a destajo, entre ellos, unos magníficos reportajes en Chile durante los últimos días del régimen de Salvador Allende.
Esta condición de freelance terminó cuando Miguel Ángel Capriles, convencido del inmenso talento y brillantez del cubano, le nombró Director de su vespertino, la publicación que más amaba de toda la Cadena.
Cazalis se acordó de nosotros, y nos llamó a su lado. Cuando planeábamos el qué decir, nos sugirió nos convirtiésemos en portavoz de la derecha venezolana, no de la ultraderecha, que no nos atraía y ya tenía sus plumas –como la de Pedro José Lara Peña-, sino la de muchos empresarios, profesionales y técnicos de libre ejercicio, en general, personas inteligentes y cultivadas, que no comulgaban con el rally adecocopeyano, donde los participantes pujaban por demostrar quienes eran más izquierdistas, socialistas o progresistas; pero que tampoco querían nadar contra la corriente.
La columna se tituló A la derecha, y tuvo una vida más bien efímera, no porque no gustara, sino porque la dinámica existencial nos copaba cualquier tiempo libre.
Al escribirla, nos inspiramos en el pensamiento y los juicios de venezolanos como Arturo Uslar Pietri, Renny Otolina y Oscar Garcia Mendoza, líderes eficientes en múltiples actividades –la literatura, la televisión y la banca-, quienes habían construido sus reputaciones en base al trabajo honesto y productivo y hecho más por los desposeídos y la República que los habituales y finiseculares habladores de gamelote.
Alejandro Peña Esclusa y la derecha
Al comenzar el presente calvario, nos encontramos con Alejandro Peña Esclusa en las primeras de cambio, las jornadas de padres y representantes contra la injerencia marxista en la educación privada. Con nuestros hijos no te metas fue el eslogan que concienció por primera vez a la clase media sobre la verdadera orientación y propósitos del el Guasón y su claque, y encendió la chispa que explotaría el 11-A.
Algunos nos previnieron contra Peña Esclusa, explicándonos-: Es de derecha. ¿Y qué…? –pensábamos. Nosotros también… Pero no lo pregonábamos con claridad y vehemencia, como sí lo hacía Peña Esclusa, porque lambieran éramos prisioneros el complejo colectivo y pro-izquierdoso del entorno.
Después del paro cívico, se nos ofreció la Subdirección de El Diario de Caracas, junto a la promesa de que la información correría por la calle del medio. Lo cual sucedió, al menos parcialmente, hasta que Perucho Torres Ciliberto le echó mano al matutino, nos botó y obligó a querellarnos legalmente para obtener el cheque de la liquidación.
En esos días, en los cuales gozábamos de cierta holgura, Peña Esclusa se nos acercó con su ensayo sobre el Foro de Sao Paulo, pidiéndonos lo publicáramos pues ningún otro medio quería hacerlo.
Lo leímos, cuidadosamente, y le impusimos una sola condición, resumirlo ya que resultaba muy extenso para el espacio disponible, sin alterar en nada su contenido. Así fue y así se hizo, y el ensayo de Peña Esclusa fue impreso en tres entregas consecutivas de El Diario de Caracas.
Seguimos con atención la pelea de Peña Esclusa, en la cual Alejandro era David y Fidel Goliat, pues el caraqueño se dio cuenta, premonitoriamente, que el verdadero enemigo no residía en Caracas sino en La Habana, que el Guasón sólo representaba la caja de resonancia de un amo más loco y maligno, si se puede concebir tal cosa.
La reciente captura de Peña Esclusa, un ardid grotesco montado al más puro estilo del G2 de los sesenta y setenta del siglo pasado, no debe sorprender a nadie. Lo que si debe producir, ipso facto, es una reacción de quienes se dicen defensores de las libertades de expresión y opinión, pues a cuenta de derechista a Peña Esclusa no se le puede dejar solo. Tiene tanto derecho a la presión gremial y de las masas como lo tuvieron Leocenis García, Gustavo Azócar y Guillermo Zuloaga, detenidos por el delito de opinar.
Y llegó la hora de que quienes andan enrollados todavía en conceptualizaciones del pretérito marxista hagan lo que hicieron los firmantes del documento a favor de Peña Esclusa, abandonen el escaparate mediático e ideológico en el cual la matriz opinática comunista les mantiene atrapados sin salida.

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