lunes, 20 de diciembre de 2010

La pradera está seca

Dentro de 24 días arribaremos al 53º aniversario del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, cuyo proyecto, el Nuevo Ideal Nacional, terminó por agotarse, y generó una insurgencia civil donde participaron los estudiantes, el pueblo de Caracas y las fuerzas vivas de Venezuela.
Como nos lo comentara Jesús Petit Da Costa, los oficiales del entorno íntimo de Pérez Jiménez, ante su decisión de exilarse, formaron una primera Junta de Gobierno, la cual incluía al Turco Casanova, compadre del dictador, Abel Romero Villate, uno de sus más fieles coroneles y Wolfgang Larrazábal, el militar de más alto grado en su época, y solidario camarada del autócrata en los golpes que efectúo desde 1945.
La sociedad civil logró la renuncia de Casanova y Romero. El Almirante Larrazábal se mantuvo Presidente de la Junta por el apoyo de Unión Republicana Democrática –URD-, cuyos dirigentes fueron muy activos durante la resistencia, y el empresariado logró incluir a Eugenio Mendoza y Blas Lamberti, respetados en su gremio y queridos por el resto de la comunidad.
La posición de Larrazábal no sólo se convirtió en su activo personal –fue candidato a la Presidencia de la República durante las primeras elecciones libres, y terminó su carrera política como senador por Acción Democrática, a cuyos militantes confrontó desde 1948 hasta 1957-, sino que, asimismo, resultó la tabla de salvación para la mayoría de la oficialidad perezjimenista, con una o dos excepciones, entre ellas la del Coronel Hugo Trejo, quien aseveró: Me calé 10 años de dictadura, y no aguanté ni 3 meses de democracia…
Enfocado desde esta óptica el 23-E no hubo un golpe de Estado, en el sentido lato definido por el DRAE: Una medida grave y violenta por la cual se toman los poderes del Estado, usurpando las atribuciones de otros. Ni tampoco en su contextualización estricta: Una usurpación violenta e ilegal del poder de un país por parte de un grupo. Tampoco en su marco jurídico: Una acción que viola y vulnera la legalidad institucional vigente en un país.
No hubo golpe el 23-E, porque Pérez Jiménez se cayó solito.
Ante la disyuntiva de enfrentar a largo plazo a un pueblo que ya no le quería, y penalizar a miles de oficiales que conspiraban abierta o solapadamente contra él, tomó las de Villadiego.
Tampoco hubo golpe el 11-S contra el Guasón. Un golpe requiere planificación y programa para el día después. En ambos casos, a los jerarcas militares, los resultados de la insurgencia civil les tomaron de sorpresa.
La diferencia entre los oficiales del 23-E y el 11-S es que los primeros conocían de historia, y los segundos o no la leyeron o no la entendieron. El Guasón estaba tan tumbado el 11-S como Pérez Jiménez el 23-E. Pero, evidentemente, Raúl Isaías Baduel carecía de la visión de Wolfgang Larrazábal. Y, por supuesto, tampoco el General Culillo estaba a la altura del almirante.
Mientras, desde el mismo 23-E, los partidos que combatieron a Pérez Jiménez movilizaron a la población, desde el 11-S los políticos opositores comenzaron a urdir estrategias para desmovilizarla. Pese a lo cual, como lo destaca Petit Da Costa en su última entrega de La Razón, la sociedad civil se mantuvo activada hasta el 2004. A partir de ese año, el asunto pasó a manos de la Des-Coordinadora Democrática, precursora de la actual MUD-A.
La Des-Coordinadora urgió al pueblo a volver a la excesiva normalidad –sic José V. Rangel-, que ella acabaría con el Guasón profesional, pacífica y democráticamente. Y se dejó meter a las quintas columnas de Bill Carter –recomendado por Fidel, pues el ex presidente estadounidense fue artífice del reestablecimiento de relaciones entre La Habana y Washington- y César Gaviria –quien pensando en Colombia en concreto y no en la democracia en abstracto, consideró prudente darle un tente acá al que les contamos-.
De ahí en adelante, el Guasón no perdió una, pues su única derrota –una victoria de mierda, se la arrebató dos meses más tarde ala oposición. Victoria pírrica lograda con la irremediable pérdida de RCTV, y merced a la actitud férrea de los estudiantes, despolitizados y conducidos por chamos tan jojotos como ellos.
Mas observamos un cambio de actitud, aún en deshojadores de margaritas como el amigo Fausto Masó. Ya no es tan vehemente defendiendo la actuación de los mud-os. Considera hoy, más bien, que estaríamos peor sin ellos. Como la conocida cuña de una aseguradora que, refiriéndose a su póliza, asegura: Es preferible no necesitarla que no tenerla.
Como críticos férreos de los yerros de la oposición, puesto que el Guasón ha hecho y deshecho todo lo prometido desde 1992, lo único que le rogamos es que aparten a un lado la retórica y hablen claro. No que desvelen sus estrategias, sino que llamen al pan, pan y al vino, vino. Nos lo merecemos, todos los venezolanos, y mucho sabríamos agradecérselos ante los caminos siempre inciertos del porvenir.
En diciembre de 1957 contábamos 17 abriles. En diciembre de 2010, casi 70. En las dos oportunidades, más por instinto que por información precisa –no la tuvimos entonces, no la tenemos ahora- percibimos que el fuego crepitaba bajo el suelo, y bastaba un chispazo para que subiera a la superficie. Y, con todo lo que ha llovido en este cruel invierno, la pradera está seca.
PS: Pese a nuestra reciente determinación de no tocar más temas políticos y aprovechando que aún la Ley de Censura no está vigente, dedicamos este blog al tema en cuestión.

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