jueves, 2 de diciembre de 2010

Ganando indulgencias con escapulario ajeno

I
Entre el 23 y el 24 de diciembre de 1972, un terremoto de 6,3º en la escala de Richter y sus réplicas, destruyeron al 85% de los inmuebles de Managua, cobrándose por lo menos 10 mil víctimas fatales y dejando más de 20 mil heridos.
Tres días después, fue enviado a esa ciudad un Boeing 747, con alimentos no perecederos, agua mineral, medicinas, pañales y ropas; un esfuerzo conjunto del gobierno y las privadas estadounidenses, coordinado por la aerolínea Pan American World Airways.
Como responsables del marketing de Pan Am para América Latina, viajamos a Managua el 26 de diciembre, desde Caracas, para organizar una rápida y eficiente distribución de la ayuda humanitaria. En Panamá se nos unió Bob Delvalle, gerente de estación en el Istmo.
Al aterrizar el gigantesco aeroplano, se le ordenó estacionarse al lado de unos cazabombarderos de la Fuerza Aérea Nicaragüense, P-51, si la memoria no es infiel.
Después de algunas discusiones con las autoridades locales, Bob, el gerente de estación de Managua y quien esto escribe, nos aproximamos al punto donde el carguero estaba parqueado. Pocos minutos después, llegó una caravana de camiones, encabezada por un jeep.
Del rústico, descendió un militar, quien ordenó: Bajen los containers, y nosotros nos encargamos del resto.
El comandante del Clipper, que había descendido de la aeronave, nos preguntó sobre la identidad del enérgico personaje. Bob aseguró:
⎯ Es el carajillo, Tachito, hijo de Tacho Somoza, y de tan mala entraña como su papá. Si le entregamos los containers, nunca llegarán los bastimentos a los damnificados.
El comandante, ex piloto militar y veterano de Corea, nos miró a todos, comentó e interrogó:
⎯ Mis instrucciones son entregarle la carga a un representante de la Cruz Roja Internacional. ¿Qué me recomiendan ustedes…?
Con un odio visceral hacia la dictadura somocista, respondimos con vehemencia.
⎯ Que se regrese por donde vino.
⎯ ¿Me acompañan…? –sugirió. El gerente de Pan Am/Managua, respondió:
⎯ Yo no puedo, soy nica y me metería en serios problemas con el régimen. Pero ustedes sí. Permítanme sus pasaportes, para el visado de salida, y les enviaré sus equipajes.
Transcurrió más de una hora, tomamos café del termo de la tripulación y esperamos, con los dedos cruzados, que no sucediera nada grave. El jeep se había estacionado a la sombra, y, desde la cabina de mando, podíamos observar como hablaba Tachito, con gestos de furia, a través de un walkie-takie.
Finalmente, llegaron nuestros documentos y valijas, se encendieron las turbinas y partimos a Tampa, no sin antes presenciar el horrible espectáculo de una ciudad en escombros, sólo comparable a las imágenes que habíamos visto en documentales sobre la II Guerra Mundial.
A las pocas horas, llegó el funcionario de la Cruz Roja, acompañado de 10 o 12 infantes de marina, armados hasta los dientes –quienes, según nos informaron, reemplazarían a los guardias de la Embajada Americana en Nicaragua -, y el jumbo decoló del aeropuerto floridiano, a cumplir con su truncada misión, mientras nosotros regresábamos a casa, a escuchar los cañonazos del Año Viejo, y bebernos los tragos de la tristeza por los nicas.
II
El episodio descrito salta de la memoria ante la confiscación de toneladas de ayuda humanitaria, por parte que oficiales y tropas del Ejército Bolivariano y por órdenes superiores, llevada a cabo hace 48 horas en los camiones, unos de Polar y otros a cargo de Leopoldo López, que habían recorrido más de 16 horas para llevarlas, directamente, a las víctimas de los aguaceros de Falcón.
En los casos de Polar y López, la carga iba a ser distribuida según censos hechos previamente con los dirigentes de las comunidades afectadas. La latica de atún, la caja de pañales y la botella de mineral de los vehíclos privados eran donaciones solidarias de ciudadanos que confían en López, mas no en el Guasón. ¿Qué pasará con ellas?
Parte de miedo que el Guasón esparce a raudales, para afianzarse en el poder hasta que le dé la gana, es que nada ganan los militares que le opongan, pues, en el supuesto de que intenten restablecer el hilo constitucional tras un fraude o golpe electoral, deberán enfrentar a los tribunales internacionales por las consecuencias que, eventualmente, generen tales acciones.
Para los uniformados y no uniformados que cayeron en su lógica del terror, hay noticias que puede les caigan mal, pero que son muy ciertas –según nos comentan juristas expertos en la materia-.
Crímenes de lesa humanidad, en lato sensu, no son sólo los que comentan cotidianamente algunos periodistas desinformados.
También caen en el rubro de los genocidios aquellos actos en los cuales, por negligencia, impericia, imprudencia o mala fe se produzcan víctimas a causa de hambrunas, carencia de medicamentos o falta de atención oportuna durante las catástrofes naturales o causadas por el hombre.
No sólo los émulos venezolanos de Tachito y sus compinches pudiesen estar incursos en dicha casuística, sino también todos los funcionarios con responsabilidades en infraestructura, salud y alimentación.
De manera que, hagan o no hagan, la guadaña legal pende sobre sus pescuezos. Y lo único que les queda, para no correr la suerte de sus compañeros ya identificados en los expedientes rojos que cursan en las cortes globales, es plegarse a la voluntad democrática de la mayoría del país. Por ahora,únicamente por ahora, pueden seguir ganando indulgencias con escapulario ajeno.

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