domingo, 25 de noviembre de 2018

En defensa de mi apellido

La social confusión de Jakubowicz

Jonathan, cineasta de la V República

Hay un personaje, llamado Jonathan Jakubowicz, que ha intentado hacerse un nombre en la narrativa global con dos filmes y una novela, olvidándose de que artista no es quien quiere serlo sino el que puede hacerlo.
Obviamente, pese al sesgo ideológicamente tendencioso de sus obras, Jakubowicz tiene un respaldo económico importante, en moneda de libre cambio, el cual le permite pagar sus extravagancias desde una empobrecida Venezuela.
No me interesa ­–pues no me incumbe– cuál es la fuente que alimenta su producción, aunque espero no resulte ser la misma que patrocinó a Danny Glover, San Penn e Ignacio Ramonet.
Me ha costado ver sus dos largometrajes, Secuestro Exprés y Manos de Piedra. El primero de ellos, porque –lo confieso­– no entendía muy bien el argot de sus protagonistas, el cual, supongo, será algún español que hablan los malandros. El segundo de ellos, porque –al igual que el primero– está fallo de lo que Elie Faure recomienda para la creación artística en La función del cine – De la cine plástica a su destino social, una obra prologada por Charles Chaplin.




El plagiado Clemente de la Cerda

Secuestro Exprés es un redo o remake disfrazado de una de las películas más taquilleras y exitosas hechas en Venezuela, Soy un delincuente (1976), escrita y dirigida por Clemente de la Cerda, donde se abordó la violencia social en el inframundo de la marginalidad caraqueña, con un híper realismo que nunca antes se había expuesto en el cine o la televisión.
En el caso del amigo y compañero de lides Clemente, fallecido hace ya tiempo, aunque era un maximalista confeso, a diferencia de Jakubowicz, nunca intentó aplicar su catecismo ñángara a la deificación de los pillos.
Nada de malo tiene hacer un redo –una de las recetas de Hollywood–, siempre y cuando se le den créditos al original, lo cual en este caso no sucedió. Y es que Jakubowicz pareciera apoyarse en la desmemoria filogenética que el Gabo atribuye a Macondo, pero que es extensible a toda Latinoamérica. Y, probablemente, a que las nuevas generaciones, como aseguraba Mario Moreno Cantinflas, están faltos de agricultura.
La segunda película, una suerte de biografía sobre Mano´e Piedra Durán, tuve que verla por partes en la tele, porque me amodorraba. Y manda madre que un aficionado al box, como lo soy, se duerma frente a las peleas.  En este caso, Jakubowicz quiso convertir al púgil panameño en un Rocky hispánico, apoyándose en Robert de Niro, el embajador oficioso de la tiranía cubana en Nueva York, cuya adulancia a Manuel Díaz–Canel es infinita.
Lo peor de la película es la glorificación de los militares izquierdistas que se concede a sujetos como Noriega, y el tratamiento conceptual del noviazgo con quien sería, finalmente su cónyuge. En ella se atribuye el rechazo a Duran por parte de sus futuros suegros por diferencias de clase.
Si por mí fuera, me habría olvidado de Jakubowicz y su limitado talento, de no haber sido porque se metió con el apellido de mi mamá.
Su última ocurrencia es una novela sobre los bolichicos, donde el protagonista se llama Juan Planchard –cambió la T final por la D, para usar un apellido de abolengo, como le reveló al periodista que le entrevistó–. Me imagino que la estrategia  le garantizará más impresiones o likes, como se dice ahora–, vive en El Cafetal y presumo, pues no pienso gastar ni un centavo en la obra, que mi prima María Elena califica como “malísima”, se refiere a bolichicos como los que ahora aparecen en el prontuario del juicio contra  alias El Tuerto Andrade y la orden de captura sobre  Raúl Gorrín.
Quiero decirte lo siguiente, Jakubowicz. Ningún Planchart ha trabajado para los gobiernos narcomunistas que asaltaron el poder en Venezuela desde 1999. Ninguno, pero ni uno solito.
El apellido Planchart no significa abolengo, sino trabajo honesto, honradez y dedicación a valores como patria, familia y ética. El fundador del linaje fue uno de tres hermanos que vinieron de Valencia, España, a “hacer la América”, antes de la Independencia. Sus hermanos no legaron el apellido,  porque fueron curas, aunque pudieron haber dejado descendencia pues el malvivir era costumbre arraigada entre la clerecía de la época, como lo revela la historia del fraile Oviedo y Baños.
Manuel Planchart Gil fundó una factoría en la Provincia de Cumaná, que exportaba cacao, café y carne cecina a la metrópoli. Sólo tuvo un hijo, Manuel, quien, eventualmente, sería ordenanza del Libertador. De él provenimos todos los Planchart. Al enviudar, su padre, se ordenó sacerdote.
En nuestra familia, está representada toda la biodiversidad venezolana. Hay blancos de ojos azules –rasgo dominante entre nosotros–, negros –también de ojos azules, como Marcelo, maestro de Artes Marciales y músico de jazz–  y mestizos, pero no como el zambo del retrato de Bolívar que mandó a hacer Chávez para que parecerse a él.
Entre los Planchart contemporáneos están Manuel Antonio, ilustre ingeniero y emprendedor anzoatiguense, quien acaba de donar un santuario para la Virgen de la Chinita en Barcelona, sus hijos y nietos; los descendientes de Alfredo, Gustavo y Julio. Alfredo fue investigador científico y director de Farmacología en la UCV, Gustavo, Decano de Derecho de la misma universidad. Julio Planchart Kraft, hijo de Julio Planchart Manrique,  ha sido el único venezolano que ha ocupado la alta gerencia en Lufthansa, la aerolínea de bandera de Alemania. Eduardo Planchart fue jefe de Traumatología de la Clínica El Ávila hasta su deceso, y Ricardo Planchart es uno de los mejores traumatólogos del mundo, no porque yo lo diga sino por la unánime opinión de sus pacientes y pasantes. Opinión que respalda un 100% de aciertos y ningún fallo en sus intervenciones-
Creyentes unos, librepensadores otros. Inteligentes todos, cultos, trabajadores. Así somos, pero jamás, Jakubowicz, genocidas, atracadores o traficantes como los bolichicos de tu pasquín.



El fabulador de fake news sobre mis tías

Mi compañera de posgrado Gloria Cuenca de Herrera debe estar riéndose de lo lindo al leer estas líneas, y regañándome, mentalmente: Luis, ¿cuántas veces te he dicho que no caigas en provocaciones?
Es que no es la primera vez, Gloria. Aunque mis parientes no le paren bolas, así comienza a formarse el rumor que crece, y ya hay alguien hablando de nosotros en la prensa globalizada. De Vida de los doce Césares de Suetonio salió la distorsionada versión sobre Cayo Tiberio Graco, quien se construyó la Villa Jovis para ponerse a salvo de su esposa, una perfecta cuaima, que intentó envenenarle un par de veces. La emperatriz inventó que Tiberio era un pedófilo consumad, y que so rodeaba de niñitos y niñitas para su permanente orgía, a quienes llamaba mis pequeños peces. Y esa es la fake news  que aun maneja el Ministerio de Turismo de Italia.
Boris Izaguirre, que en vez de escribir novelas rosa se ha dedicado al mono tema de su violación a los 9 años. En una de sus novelas, creó una fábula siniestra sobre la Mansión Planchart, hogar de mis padrinos Armando y Anala, donde aseguraba que mi madrina y sus hermanas habían sido abusadas sexualmente por su papá.
Una fake news a toda vela, pero que –imagino­– la seguirán propagando, a soto voce, los guías que llevan a los turistas a la quinta El cerrito. No caí en la provocación, esa vez, porque esperaba que los parientes más cercanos, los Figueredo Planchart, los hijos de Arturo Uslar Pietri (Isabel, su mamá, habría sido una de las presuntas violadas), los hijos de Héctor Briceño de Saa, tomaran cartas en el asunto.
Pero no lo hicieron, no me la calo más y salgo en defensa de mi apellido, por los medios de los cuales dispongo.






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