lunes, 21 de septiembre de 2009

La zona ponzoñosa.

Ayer peleábamos con los supuestos virus de la computador, y decimos supuestos pues, según los expertos, a una Mac no le entran ni coquitos, y mis ordenadores han sido siempre Mac pero en este caso, como lo señalaba Mao Zedong en su Libro Rojo, algo que se parece a una manzana, al acercársela al rostro huele a manzana y al morderla sabe a manzana, debe ser una manzana; así como las impertinencias de nuestro Mac deben ser virus. Ayer veíamos -más bien escuchábamos- un concierto que atrajo a más de 700 mil cubanos a la Plaza de la Revolución, y que fue transmitido en vivo por Globovisión pero no por VTV, quizás porque el tema de la paz está fuera de la agenda de Chávez o porque temía que algún conato de disidencia -que no lo hubo- diese el mal ejemplo a los de acá.
Ayer terminábamos los guiones de unos seminarios que daremos en fecha próxima, y lamentábamos la ausencia de Tony Canale, un extraordinario ingeniero informático, amigo de muchos años que nos enseñó lo poco que sabemos sobre los intríngulis de la computación y quien, seguramente, había podido solucionar el problema que nos angustiaba, de no haber sido porque un infarto fulminante le partió el corazón el lunes pasado.
Ayer, leyendo las notas y los artículos de la prensa y formándonos nuestra propia opinión sobre los justos reclamos de las troyanas –así se llaman ahora más de un millón de venezolanas que han perdido a algún familiar en manos del hampa-, de la división por el miedo y el odio que identifica Carlos Blanco como característica de la sociedad actual, de la definición de Milagros Socorro de Mérida como una isla –aislada del resto del país por la falta de mantemiento de su vialidad y el cierre de su aeropuerto-, de la irracionalidad de los gobiernos de España y Estados Unidos al no permitirle una salida electoral al gobierno hondureño, de las declaraciones de Jimmy Carter que insiste en que el deslizamiento de Chávez hacia la autocracia es culpa de los electores que se abstuvieron de votar en las fraguadas elecciones donde fueron electos los actuales asambleístas; en fin, ayer, con toda esta información y otras penurias menores a cuestas, una frase mágica nos vino a la cabeza, La zona ponzoñosa, el titulo de una novela corta y alucinante, publicada en 1913 por Sir Arthur Conan Doyle, el mismísimo creador del imperecedero personaje Sherlock Holmes.
Conan Doyle, quien estaba ya harto del detective y su carnal, escribió obras que pueden ser consideradas de anticipación, más que de ciencia ficción.
En El mundo perdido, Conan Doyle ubica a sus actores sobre el Macizo Guayanés, y ellos encuentran especimenes desconocidos o que se creían desaparecidos. Aunque la trama se centra en el Reino Animal, que poco abunda en la zona, los naturalistas más reconocidos del mundo convinieron en el decenio de los ochenta del siglo pasado que todavía no habían nacido los investigadores capaces de clasificar la diversidad y amplitud de la flora guayanesa.
Hay que entender que, en 1913, John Watson –el padre de la psicología moderna- ni siquiera había comenzado a experimentar sus teorías conductistas, y que sólo diez años más tarde Segismund Freud –el padre de la psiquiatría moderna- completaría sus trabajos sobre el psicoanálisis. En el universo de Conan Doyle, empero, existían hechos malditos, inclasificables e inexplicables desde toda lógica. Para una mente brillante como la del letrado escocés, sólo quedaba acudir en última instancia al espiritismo, ya que tampoco las religiones oficiales se ocupaban de estos enojosos temas.
Dentro de la circunspección propia de la época, La zona ponzoñosa aborda la locura colectiva que se apodera de una nación o región, y de cómo los amigos de siempre se vuelven irreconciliables enemigos y comienzan a actuar totalmente fuera de control. Este fenómeno se inicia en Sumatra, y se extiende, rápidamente, al resto del orbe. Uno de los afectados, el mismo profesor Challenger que visitara Venezuela, se conciencia sobre el problema y sus devastadores efectos colaterales. Atribuye la causa de los mismos al paso del globo terrestre por un mar de miasmas estelares, cargadas de un tóxico letal que hace que la gente pierda la razón.
Challenger recomienda a sus amigos que conserven la calma y auto supriman las manifestaciones de miedo, pánico y violencia desatadas por el veneno, hasta que la Tierra salga de su órbita de influencia.
Si miramos en profundidad lo que nos sucede actualmente, debemos reconocer que Conan Doyle no se equivocó en sus predicciones generales, ni sobre Guayana ni sobre el mal que nos aqueja. En los detalles, sí lo hizo, porque, aún cuando era muy inteligente carecía del don de la clarividencia. Por tal razón, se enfocó en la fauna y no en la flora del sur del Orinoco. Y en la toxicidad estelar y no en la humana que, como todos sabemos, tiene nombres, apellidos y grado de Comandante en Jefe. Porque no puede haber duda alguna de quién es el causante de que Venezuela navegue ahora por la zona ponzoñosa.
Post Data: En la entrega anterior y en referencia al siniestro ocurrido en Anzoátegui, hablábamos de 10 víctimas fatales –y no de 8, que fueron las que realmente perecieron en el primer momento- y de algunas decenas de afectados. Ayer, desafortunadamente, los fallecidos subieron a 10, y –amigo lector, perdone nuestra equivocación, los intoxicados por el gas cloro superan los 300-. Ayer, alguien asomó tímidamente en la prensa que la responsabilidad de lac seguridad de los cilindros contentivos de este veneno activo es del fabricante y no del transportista. De Pequién, filial de Pdvsa. Y esto también lo señalamos. Así que recibas usted nuestras excusas, y tómelas como fe de erratas.

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