martes, 29 de septiembre de 2009

¿Cuánto me costarán esos muertos?

Ayer, cuando el líder estudiantil Julio Rivas, excarcelado horas antes, se incorporaba a la huelga de hambre que se desarrolla actualmente frente a sede de la OEA en Caracas, el gobierno saboteó la información de las emisoras independientes con la transmisión diferida de un acto en honor al señor Muammar Gaddafi, celebrado en la Isla de Margarita.
Además de haber demostrado un pánico cerval ante lo que los manifestantes pudieran haber logrado y, quizás, recordando a ese otro universitario del mismo apellido, Eutimio, ejecutado en la UCV por la policía del general Eleazar López Conteras el 10 de febrero de 1937, y cuya muerte ocasionara una cadena de acontecimientos que terminaron con lo que quedaba del régimen gomecista en 1945; además de miedo, quienes no pudieron ver de manera inmediata lo que sucedía en Las Mercedes, si tuvieron el dudoso privilegio de observar la cara del más viejo de los líderes terroristas levantinos, el señor Gaddafi.
Su semblante es un poema, y revive la genialidad de Charles Chaplin quien, en 1940 y cuando era políticamente incorrecto hacerlo, satirizó al nazismo y al fascismo en el largometraje El gran dictador. Porque aún cuando Chaplin personificó específicamente a Adolf Hitler en su filme, no hay duda de que el rostro del señor Gaddafi se asemeja notablemente al que proyectara ayer la cadena nacional de radio y televisión. Con bigotito recortado, lividez cadavérica y maquillaje blanco, parecido al efecto que lograban las señoras de antes con los llamados polvos de arroz, así lució Charlot en 1940, y así luce el señor Gaddafi en el 2009.
Como muchos venezolanos no recuerdan o no han leído la historia sobre el 10-F de 1937 o la del señor Gaddafi, pudieran considera como irrespetuoso que le llamemos terrorista . Mas tal calificación no es nuestra, sino que deviene de las sentencias de un tribunal inglés y otro germano, los cuales, en 1991 y 2001 respectivamente, determinaron que el gobierno libio era responsable de la voladura de la discoteca La Belle en Berlín (1986) y del Vuelo 103 de Pan Am (1988) sobre la población escocesa de Lockerbie. Dado que en Libia no hay separación de poderes y nada se mueve sin el conocimiento ni consentimiento del señor Gaddafi, a él no lo quedó más remedio que reconocer de hecho su propia complicidad en los sucesos mencionados.
En ambos casos y para lograr que la ONU levantara las sanciones en su contra, el señor Gaddafi indemnizó a los familiares de las víctimas. A los de Berlín, con 35 millones de dólares, a los de Lockerbie con 10 millones per cápita. Lo de Berlín salió más caro, porque únicamente se pagó por ciudadanos no estadounidenses, y los muertos fueron dos soldados de esa nacionalidad y una mujer turca.
El 5 de abril de 1999, el señor Gaddafi entregó a la justicia británica a los autores materiales del atentado terrorista de Lockerbie, el ex agente de inteligencia y ex jefe de seguridad de la aerolínea libia, Ali Mohmed Al Megrahi; y al ex director de esa misma empresa en el Aeropuerto Internacional de Malta, Al Amin Khalifa Fhimah. A Al Megrahi, la condena a cadena perpetua le fue condonada por razones de salud, y acaba de regresar a su país, recibido como héroe nacional.
Todos estos tejemanejes, que el ciudadano de a pie no entiende –ni mucho menos comparten los parientes de los muertos de Lockerbie y los sobrevivientes y familiares de los agredidos en la discoteca berlinesa-, son los que les permiten hoy al señor Gaddafi viajar impunemente de Trípoli a Nueva York y de allí a Porlamar, participar en foros internacionales y ser escuchado y aplaudido por multitudes ignorantes e insensibles en conciertos –otra vez la bailo-terapia como arma política-.
Los tejemanejes, y asimismo, una interpretación jurídicamente sesgada de la reparación económica del daño moral, impuesta a rajatabla, globalmente, por el derecho de los bárbaros que practican los anglosajones, donde, por ejemplo, al ex jugador de fútbol y actor O.J. Simpson un tribunal estadounidense le exculpa del homicidio de su cónyuge, y otro tribunal, esta vez civil, le obliga a pagar daños y perjuicios por ese mismo delito. No hay que ser abogado para concluir que resulta imposible ser culpable e inocente a la vez de un mismo crimen.
De estas contradicciones, obviamente violatorias de los derechos humanos, es que se valen los Gaddafi y Simpson del mundo para liberarse del justo castigo. Por lo cual no sería raro que, en el futuro, Osama Bin Laden pudiera pavonearse, libremente, por esos mundos de Dios. Y es que la pregunta que deben contestarse estos simpáticos personajes antes de cometer sus villanías es muy simple: ¿Cuánto me costarán esos muertos?

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