jueves, 10 de septiembre de 2009

Oliver Stone, Marc Flores y Hugo Chávez

La estabilización de los resultados de las encuestas sobre la popularidad de Chávez y el desempeño de su gobierno, con una leve tendencia a la caída, desvela, a nuestro entender, el fracaso de la dirigencia de oposición convencional al no haber planteado una causa para quienes siempre estuvimos en contra de su régimen y los que, de una manera casi anónima, comienzan a distanciarse de él, dada la ilimitada capacidad de ganarse enemigos que éste tiene, merced a la profunda incompetencia para resolver los problemas cotidianos del ciudadano de a pie.
En ese intento de mantener el status quo –que es precisamente lo Chávez desea para completar los cambios de su agenda-, los más conocidos pantalleros no sólo le hacen el juego sino, lo que es aún peor, siembran entre las masas desesperanza, depresión y apatía.
Por supuesto que hay excepciones en la desconsoladora lectura cotidiana del periodismo de opinión: Oswaldo Álvarez Paz, Carlos Blanco, Armando Durán, Jesús Petit Da Costa. Pero sus voces se ahogan en la hojarasca de quienes, que, aún conscientes de que electoral se aleja cada vez más como solución, no están dispuestos a hablarle al venezolano con la verdad pura y simple. Lo cual deja como epílogo a sus temores e incapacidades estructurales una ruptura con el pathos –o sentimiento popular-.
Al no haber causa, tampoco hay objeto ni contrato civil o social. Lo sabe hasta el más lerdo de los estudiantes de Derecho. En nuestro caso, lo que existe es una obligación incausada, una especie de cheque o pagaré que se le ha endosado en lo económico a Brasil, y en la soberanía a Cuba.
Pero los autodenominados demócratas –según ellos y Chávez, los demás, los que pensamos diferente y creemos que ya basta de tanta miseria moral y material- se dedican a construir el maravilloso mundo que vendrá después de que el que te conté se vaya, lo cual no pasa de mera fantasía o vana ilusión, pues, por las buenas o las malas, él se irá cuando le plazca, y, por ahora, esa opción no está en sus planes a algún plazo. Y el soldado de Fidel. que comanda lo que otrora fuera la Patria de Bolívar, se percibe a sí mismo como salvador de un mundo multipolar, donde Obama y él mismo destruirán al odiado capitalismo, que ha llegado a acabado –el imperialismo-, por obra y gracia de la crisis económica. Este es el resumen plasmado por Oliver Stone en su promocionado documental.
Para Stone, igual que para Danny Glover o Román Chalbaud, la imagen pública de Chávez es filmable, y, en también, asimilable a la del predicador boliviano José Marc Flores, quien ayer secuestrara un avión de Aeroméxico en ruta Cancún-México, para salvar a la nación azteca de una segura destrucción gracias a la fatalidad de la fecha el nueve-nueve-nueve que, volteada, se lee seis-seis-seis –o número atribuido a Satanás-. En el caso de Chávez, Satanás es el capitalismo salvaje y su merced la espada que camina por América Latina para prever la destrucción del planeta.
Visto así, en mera ficción, el argumento no es desdeñable. Pero en la realidad objetiva, en el aquí y el ahora, la disidencia democrática carece de un Plan B, y sólo posee un Plan A, el cual ha fallado en casi once años de lucha comicial y callejera. Pero sí posee una palmeta verbal y mediática para atizar a quienes diferimos de un proyecto que nadie conoce, y que Chávez –aprovechándose de la anomia de la desinformación- califica como retorno a la IV República. No puede haber democracia sin partidos-: claman los demócratas oposicionistas. Mentiras podridas. Bla, bla, bla. ¿Y que pasó entonces en Alemania, Checoslovaquia, Polonia, Hungría, etcétera, después de la caída del Muro de Berlín, cuando en dichos países el único partido existente era el comunista?
Mientras tanto, esa hampa desatada y consentida por el régimen chavista se ha llevado por los cachos al coronel Héctor Luis Trade y al capitán y juez militar Franklin Patiño; al primero –según sus deudos- por incompetencia del CICPC, y al segundo -¿qué callo pisaría el juez Patiño?- por sicariato. Cuando ni siquiera la carroña militar que rodea a Chávez es capaz de proteger a sus propios oficiales, la pregunta es: ¿En qué mundo vivimos, en el real o en el de Oliver Stone, Marc Flores y Hugo Chávez?

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