viernes, 18 de noviembre de 2011

Un trabajo decente, un salario decente

La crisis que pudo ser evitada
Alan Greenspan, economista, MBA, PhD y ex presidente de la Reserva Federal de EEUU (1987-2006) tiene un récord de permanencia como funcionario público que sólo aventaja John Edgard Hoover (1924-1972).
En 1968 Greenspan fue asesor económico del candidato Richard Nixon, pero no confiaba en él, y se distanció aún más de él cuando éste inició su política de control de precios y salarios, la cual horrorizó al profesional.
Fue nominado a su cargo por los presidentes Ronald Reagan, George H. Bush, Bill Clinton y George W. Bush
Al iniciarse la crisis del 2008, se responsabilizó a Greenspan de haber promovido, sin regularlos, los derivados financieros, como opciones y futuros, que proveen mayor ganancia, pero entrañan mayores riesgos, tal como sucedió efectivamente durante el devenir y con los resultados de la crisis.
El banquero Felix G. Rohatyn advirtió del peligro letal, calificando dichas opciones de Bombas H financieras, y Warren E. Buffett como armas financieras de destrucción masiva cuyas consecuencias pueden ser catastróficas.
No obstante, Greenspan afirmó ante el Senado de Estados Unidos en 2003 que la experiencia a lo largo de los años en el mercado es que los derivados han sido un vehículos extraordinariamente útiles para transferir el riesgo desde quienes no deberían asumirlo hasta los que que sí son capaces de hacerlo.
Durante la crisis de 2008, mantuvo su discurso, considerando que el problema no eran los derivados, sino la avaricia.
Empero, muchos de sus colegas estiman que si Greenspan hubiese actuado de otra manera, la crisis se hubiera mitigado. Claro que esta catástrofe monetaria comenzó con el estallido de la burbuja inmobiliaria, pero habría bastado con corregir la hipertrofia para obviar el desbarrancamiento.
El documental Inside Job, producido por Charles Ferguson, ahonda en el caso y demuestra que Greenspan recibió la información pertinente para evitar la crisis, mas se quedó con los brazos cruzados.
El club Los amos del mundo
¿Por qué?, se preguntan los especialistas. y no hizo nada por conveniencia. Una nueva hipótesis revela que Greenspan no le debe lealtad a ningún presidente o gobierno, sino al Grupo Bilderberg asamblea que une a 130 personas consideradas de gran peso en los círculos empresariales, académicos, militares y políticos del mundo.
El grupo se reúne una vez al año en Europa y Norteamérica, donde la prensa no tiene ningún tipo de acceso, y posee una oficina en Leiden, Holanda.
Se acusa a los funcionarios estadounidenses de actuar delictivamente al asistir a las reuniones del club, pues las leyes de su país les impiden hacerlo.
La penúltima reunión del Club Bilderberg se llevó a cabo el 3 de junio de 2010 en Barcelona, España. Al evento asistieron la Reina Sofía y el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, así como el presidente de Microsoft, Bill Gates.
Stiglitz: Lo contrario de Greenspan
En el otro extremo de continuo económico de EEUU se halla Joseph Eugene Stiglitz, también graduado y posgraduado en Nueva York y profesor de Columbia University, distinguido con el premio John Bates Clark (1979) y el Premio Nobel de Economía (2001). Acervo crítico la globalización, de los economistas de libre mercado (a quienes llama fundamentalistas)y de algunas de las instituciones multilaterales como el FMI y el BM. Es consideradoun un economista neokeynesiano y, durante el 2008, fue el más citado en el mundo.
En 2000 Stiglitz fundó la Iniciativa para el diálogo político en Columbia.
Esta semana, Stiglitz publicó el el cuerpo económico de El Nacional, un extraordinario ensayo, La globalización de la protesta, cuya lectura le recomiendo.
Stiglitz, tras viajar a Túnez, Egipto, España y conversar y ser amenazado de se encarcelado por aupar en Nueva York con los participantes del movimiento Ocupar Wall Street, concluye en que: Hay la percepción de que el sistema fracasó, sumada a la convicción de que, incluso en una democracia, el proceso electoral no resuelve las cosas o, por lo menos, no las resuelve si no hay de por medio una fuerte presión en las calles.
Somos el 99%
Este eslogan remite al título de un artículo reciente de Stiglitz en el cual describe el inmenso incremento de la desigualdad en EEUU: El 1% de la población controla más del 40% de la riqueza y se queda con el 60% de los ingresos. Y los miembros de este selecto estrato no siempre obtienen estas generosas gratificaciones porque hayan contribuido más a la sociedad; sino que a menudo las reciben porque son exitosos (y en ocasiones corruptos)rentistas.
No voy a negar que dentro de ese 1 % hay quienes dieron bastante de sí. De hecho, los beneficios sociales de muchas innovaciones reales suelen superar con creces lo que reciben por ellas sus creadores.
Pero en todo el mundo la influencia política y las prácticas anticompetitivas fueron un factor central del aumento de la desigualdad económica. Una tendencia reforzada por sistemas tributarios en los que un multimillonario como Warren Buffett paga menos impuestos que su secretaria (en relación al porcentaje de sus respectivos ingresos) o donde los especuladores que contribuyeron a colapsar la economía global tributan a tasas menores que quienes ganan sus ingresos trabajando.

Stigitz cree que los indignados tienen la razón, que la mano mafiosa del 1% - ¿el Club Bilderberg?- y que los gobiernos están aterrados con la posibilidad cada vez más probable de que maduren políticamente y pasen a actuar como lo hicieron los pioneros de Islandia.
¿Por qué querría un grupo como Club Bilderberg quebrar a la economía global?
La respuesta es muy sencilla: Para dominarla en su totalidad. Así describe Stiglitz a dicho proceso:
El aumento de la desigualdad es producto de una espiral viciosa: los ricos rentistas usan su riqueza para impulsar leyes que protegen y aumentan su riqueza (y su influencia). Pero mientras los ricos pueden usar sus fortunas para hacer oír sus opiniones, en la protesta callejera la policía no me dejó usar un megáfono para dirigirme a los manifestantes del Ocupar Wall Street.
Finalmente, Stiglitz concluye:
En un nivel básico, los manifestantes actuales piden muy poco: oportunidades para emplear sus habilidades, el derecho a un trabajo decente a cambio de un salario decente, una economía y una sociedad más justas.

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